Con el paso de las semanas, Alphard regresó a una aparente normalidad. La neblina que una vez había abrazado la ciudad comenzó a disiparse por completo, revelando calles empedradas que parecían haber olvidado el eco de los secretos que una vez las envolvieron.
Emily, en su habitación de la posada, continuaba escribiendo en su cuaderno, buscando la forma de dar sentido a las experiencias que la habían llevado al límite de la cordura. Las noches eran testigos de sus esfuerzos por plasmar en palabras la complejidad de lo sobrenatural y la profundidad de la oscuridad que había enfrentado.
El grupo de exploradores, aunque disperso, mantenía un vínculo indeleble forjado en las sombras de la Casa Whitewood. Cada uno llevaba consigo las huellas de la experiencia, cicatrices invisibles que marcaban sus almas. Se mantenían en contacto, compartiendo la sensación de que, a pesar de la distancia física, las sombras los unían en un nivel más profundo.
La ciudad, por su parte, no olvidaría fácilmente la época en que la oscuridad se manifestó en sus calles. Alphard se convirtió en un crisol de historias susurradas, donde los lugareños compartían versiones variadas de lo que sucedió en la Casa Whitewood. La mansión, ahora sola en la colina, se volvía un punto focal de curiosidad y superstición.
La Casa Whitewood, a pesar de su aparente calma, seguía siendo un enigma. La escritora, Emily, sentía que aún quedaban preguntas sin respuesta, como sombras que se movían en la periferia de su comprensión. La obsesión que la había llevado a Alphard seguía latente, esperando ser avivada por nuevas incursiones en lo desconocido.
En la posada, Emily miraba por la ventana hacia la colina distante. La mansión se alzaba como un espectro en la memoria de la ciudad. Aunque el capítulo de las sombras palpables parecía cerrado, las huellas en la neblina persistían, como recordatorios de que la verdad a menudo se oculta en los pliegues más oscuros de la realidad.
La escritora se preguntaba si algún día volvería a enfrentarse a lo sobrenatural, si las sombras que una vez danzaron en los pasillos de la Casa Whitewood la reclamarían de nuevo. En la quietud de la posada, mientras el cuaderno se llenaba con palabras que solo ella entendía completamente, Emily anticipaba que, aunque la neblina se hubiera disipado, las huellas en su alma seguirían guiándola hacia nuevos misterios por descubrir.