Naga… Todavía recuerdo cuando la conocí. No tendríamos más de cinco o seis años y, sin embargo, desde el principio me cautivó. No sabría decir si fue su seguridad, su inteligencia, su templanza o incluso esa actitud altanera que mostraba en ciertas ocasiones. No lo sé. Quizá fue el conjunto de todo ello lo que me fascinó. Aunque supongo que también debería añadir que a medida que pasaban los años su belleza y encantos iban a más, por supuesto no era ajeno a ello. Pero, antes de tener la edad de fijarme y apreciar todo eso —mucho antes—, ya era consciente de que la quería.
Fue mi madre, Miara, quien la encontró y la trajo. Mi madre… Aunque lo era en secreto pues, por su condición de Sacerdotisa, no se le permitía conocer el amor, y aún menos la pasión. Es evidente que esa fue para ella una batalla perdida. Mas todo tenía un porqué, uno que entonces yo no conocía.
Miara nunca me dejó –nos dejó– que la llamara mamá, ni siquiera cuando estábamos a solas. Pero, eso jamás tuvo importancia ya que tanto Naga como yo sentimos siempre el afecto que cualquier hijo debería sentir. Nuestra madre nos inició a ambos en el Arte del Chacra, una complicada disciplina de autocontrol físico para la óptima canalización de todos los puntos de energía que posee el cuerpo. Una materia tan ancestral como el propio Arcano y desarrollada por los pueblos primigenios, extintos ya casi en su mayoría. Miara nos hizo desarrollar nuestras aptitudes mágicas siempre de manera responsable, sana y bondadosa. Nos repetía una y otra vez que la hechicería había de estar al servicio del bien y de aquel que necesitase protección.
Dados los tiempos que corrían, unos jóvenes aprendices como nosotros, debíamos mantener en secreto nuestras habilidades, ya que podía ser ansiado por otros mucho más poderosos. En aquel entonces, no imaginábamos cuánto. Sí, todo este entrenamiento tenía una razón de ser: Debíamos fortalecer cuerpo y mente para que, llegado el momento, fuéramos capaces de hacer frente a nuestro sino y lograr que se cumpliera la Profecía.
Los dos crecimos asimilando que debíamos convertirnos en poderosos hechiceros para afrontar, como los Guardianes que estábamos destinados a ser, la ra- zón única y prioritaria de nuestro origen. En aquellos momentos esa idea nos bastaba y era más que suficiente para seguir mejorando, para mantener ese empeño en hacernos fuertes. Pensábamos que esa era nuestra misión, que no había nada más, que no nos ocultaban nada.
Es muy largo de contar y muy pesado de recordar. Han ocurrido tantas cosas y ha transcurrido tanto tiempo…
Hace ya muchos años de esto y todavía recuerdo cuándo la conocí, aunque desearía poder olvidarlo
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Editado: 10.10.2024