Kyo se despertó esa mañana muy temprano, mucho más que de lo que solía ser costumbre en él. Estaba sobresaltado y empapado en sudor. Le pareció escuchar ruidos en la habitación contigua a la suya, la habitación de su madre. Se levantó de un salto y sin planteárselo un solo segundo anduvo sigiloso en su dirección. No sabía por qué le embargaba esa sensación de congoja y enorme preocupación, esa misma sensación que le había despertado con una conmoción inexplicable. Muchas cosas pasaron por su cabeza durante el corto trayecto y todas se podían resumir en lo mismo: alguien había entrado para secuestrar a Naga.
Lo consideraba una sinrazón, pero se sentía verdaderamente intranquilo en lo que se refería a la joven. Y no era la primera vez. Se paró en seco y, volviendo sobre sus pasos se dirigió al cuarto de la chica, que se encontraba al otro lado del pasillo, horrorizado por la mala pasada que le estaba jugando su propia mente. Permaneció inmóvil unos segundos frente a la puerta que les separaba. Llamó varias veces, pero nadie contestó. Esto incrementó su intranquilidad.
–Naga, voy a entrar –dijo, por si pudiese oírle.
Abrió y echó un vistazo general de un rincón al otro de la estancia, pero no la encontró. Aún estaba oscuro pues el amanecer apenas empezaba a presentarse, pero la tenue iluminación era más que suficiente para constatar la ausencia de su amiga. Su imaginación volvió a ponerse en marcha y se le encogió el corazón. ¿Y si no era una sensación y realmente alguien la había atrapado? Muchas veces sus presentimientos habían sido un acierto. Llevaba varias semanas sintiendo ese miedo por la seguridad de la joven. Quizá sería algo irracional, pero el temor que le azoraba era muy real e intenso, por lo que no podía dejarlo pasar y obviarlo. Se sentía tan apocado ante ese pensamiento que notó que empezaba a marearse. ¿Por qué era tan exagerado siempre que no controlaba o sabía dónde estaba la chica? Era consciente de lo que sentía por ella, pero no se trataba de eso, sabía que su preocupación tenía una razón de ser, una razón más allá de sus sentimientos. Pero aún no era capaz de entender a qué se debía.
Lo sacó de sus cavilaciones, poniéndole alerta, un nuevo ruido que provenía del corredor. Salió de la habitación de su compañera y volvió a atravesar el pasillo hacia el cuarto de su madre ya que, de nuevo, ese parecía ser el origen del apenas notorio sonido. Cuando llegó a su destino el son se volvió más audible y pudo distinguir una voz. Con el ceño fruncido y el corazón algo agitado pegó la oreja al portón. Estaba en lo cierto: solo era un susurro, un leve murmullo; pero había alguien. Se armó de valor, agarró el pomo de la puerta y sin avisar se lanzó a abrirla.
Naga pegó un respingo del susto, pero suspiró aliviada cuando reconoció a Kyo bajo el marco de la entrada. A él le sorprendió verla sentada, tan rígida, a los pies de la cama de su madre. Aún llevaba puesto el camisón y tenía el pelo suelto, que le caía sobre los hombros. Pero lo que más le sorprendió fue ver, con las primeras luces del alba iluminando su clara tez, esa expresión que tenía su rostro: una mezcla de miedo y dolor.
–Naga… ¿qué… te ocurre? –le preguntó mientras se acercaba a ella algo titubeante.
La joven no contestó, su única reacción fue girar la cabeza en sentido contrario para que no se encontrara con su mirada. No quería que él la viera así, que la mirara a los ojos y descubriera que los tenía hinchados de tanto llorar. Ante aquello Kyo se aproximó para sentarse junto a ella y le hizo volver el rostro hacia sí con cuidado, como si pudiera romperse.
Se le partió el alma.
–Por favor, dime qué te pasa. Sabes que puedes contármelo. Intentaré ayudarte en lo que sea.
Hubo un largo silencio en que la chica, que no se aventuraba a hablar, observó a su amigo. Sabía que su ofrecimiento era real; sabía que estaba verdaderamente preocupado, lo veía en su rostro. Su cara siempre le expresaba esa atención que le hacía entender cuánto le importaba ella a él. Entonces, con un hilo de voz, habló.
–…tengo miedo.
–¿Miedo? ¿De qué? Aquí no hay peligro.
–Tengo… mucho miedo… –hablaba entrecortadamente, intentando contener las lágrimas, pero no lo conseguía–. Es esa pesadilla… Esa horrible pesadilla otra vez.
Al escuchar aquello el chico se sintió algo más aliviado. No porque no lo viese importante, que lo era; sino porque en cierto modo no era miedo por algo físico, nada que pudiera arrebatársela.
Aunque él ya conocía esos sueños. Se sucedían mucho, y en las últimas semanas con demasiada asiduidad. De vez en cuando le hablaba de ellas y siempre se había dado cuenta de que le afectaban mucho, algo fuera de lo normal. Pero nunca la había visto así, no como en aquel momento.
–Naga, no puedes dejar que te aflija tanto. Piensa que no es más que un sueño. Jamás vas a quedarte sola. Nadie va a alejarte de este lugar ni a llevarte lejos –la miró con fijeza a los ojos cuando le dijo –: Óyeme, nunca lo permitiré.
A pesar de que intentaba reconfortarla en el fondo la entendía, y le preocupaba de veras. Solo momentos antes él sentía que le faltaba el aire por aquella maldita sensación. Esa sensación de que iba a perderla sin remedio, sin capacidad de poder evitarlo. Llevaba alrededor de un mes viniéndole aquel pensamiento a la cabeza. No entendía cómo pero cada día la angustia no hacía más que aumentar. Aunque no podía decírselo, no iba a mostrarle ese miedo tan parecido al suyo y que se resumía en lo mismo, pues decírselo a alguien más haría más palpable y real ese pensamiento. Y él se negaba a aceptarlo. –Es que… hay algo… –dijo en un susurro, interrumpiendo el silencio y sus reflexiones– hay algo nuevo en esta pesadilla.
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Editado: 10.10.2024