La Sombra del Arcano I: Conjunción

5. LA PROFECÍA OCULTA (parte I)

Cuando Evolisse regresó a sus aposentos ya Faidon la estaba esperando. Su expresión mostraba más desagrado que de costumbre, lo que suscitó una siniestra sonrisa en el rostro de la mujer.

–Ya tendrás tiempo de divertirte con ellos –comentó mientras se acomodaba sobre el festoneado trono.

El hombre asintió con hastío, aunque no dijo nada.

–Y bien, ¿alguna observación que sea digna de mención? –preguntó la Bruja.

–Nada en particular, mi Señora. Son solo aficionados. 

Hablaba con patente odio contenido, arrastrando y masticando cada palabra, y con una expresión que entremezclaba desprecio y sadismo en estado puro.

Evolisse entrecerró los ojos y miró con interés al hechicero.

–¿Entonces por qué capto tanta cólera en tu interior?

El bárbaro no contestó y desvió la mirada, claramente molesto. Ante su silencio ella ladeó la cabeza un poco, mostrándose intimidante. No necesitó más que una mirada de sueve amenaza para conseguir que a su sicario se le erizara cada poro de la piel. Mientras trataba de adoptar una actitud de total indiferencia y para nada afectada ante la taladrante mirada de la Bruja, le respondió.

–El chico tiene una energía palpitante. Muy intensa –dijo el hombre a su Señora con aparente indolencia.

                                                                    

Evolisse le mostró una media sonrisa, tomándose su tiempo para continuar con la conversación. Tiñó entonces su voz de cierta lascivia haciendo que Faidon tragara saliva en un fuerte sonido gutural.

–Lógico. Al fin y al cabo, es quien es. Resultaría penoso de no ser así –hizo una pausa y miró a los ojos del hombre con intensidad–. ¿Y la chica?

–Aún no sabe nada. Ni ella ni los otros. En cuanto a su poder, hay poco que decir. Todavía está muy escondido.

Ninguno de los dos pronunció palabra alguna durante un rato, como si aquella conversación no diera más de sí.

La Bruja alargó el brazo y cogió una hermosa copa de bronce que reposaba sobre la mesilla que se sostenía sobre tres patas a su derecha. Bebió un pequeño sorbo y acto seguido introdujo un dedo y lo movió en círculos como si de una cuchara se tratase. Al poco tiempo el cáliz comenzaba a humear y con lentitud se fue fundiendo sobre la mano de la mujer logrando enrojecerla de forma alarmante, mas ella se mantenía impasible al dolor. Terminó cuando finalmente el metal se consumió por completo en una pequeña y flamante llama que varios segundos después se extinguía.

El corpulento hechicero miraba a su Señora con una inquietante admiración. No hizo nada ni pronunció palabra alguna, tan solo observaba fascinado por el inmenso poder de destrucción que de ella emanaba. Una sola mirada de esa mujer podría ser fatal para aquel que la retase, pues si era la única bruja sobre la faz de la tierra era por algo. El poder del Dios Caído irradiaba por cada rincón de su piel, un poder que Faidon ansiaba conseguir en algún momento de su vida.

–Morirías al instante –dijo ella riendo, como si fuera capaz de leerle la mente y saber lo que estaba pensando en cada momento.

El hombre entornó los ojos y apartó una mirada cargada de rencor, pero no se atrevió a alzar la vista hacia ella. Sabía que el hacerlo le podría costar caro.

–Es cierto –contestó, sintiéndose humillado sin remedio.

Conocedora de sus encantos y del deseo que despertaba en su sicario cruzó las largas piernas, dejándolas al descubierto. Parecía divertirle el hecho de jugar con el ansia que suscitaba en los hombres para dejar patente, a la menor oportunidad, su superioridad ante ellos, haciéndoles conscientes de que con un simple gesto podría acabar con sus vidas sin siquiera pestañear.

En este aspecto Faidon no era distinto a los otros, a excepción de la inmensa obsesión que tenía con ella. Lo suyo era un amor enfermizo que lograba ocultar ante cualquiera tras ese aspecto hierático y fiero. Para los demás tal deseo no existía. Sin embargo, no era un secreto para Evolisse, ya que hacía uso de él cada vez que se le antojaba.

–¿Y cómo es que ese crío ha podido llegar a golpearte? –preguntó, interrumpiendo el embelesamiento de su esbirro.

Faidon recuperó la compostura y su faz volvió a tornarse sombría, carente de toda debilidad.

–Como habéis dicho, es quien es –respondió con una fría sonrisa–. A pesar de ello tan solo me alcanzó una vez.

La mujer alzó leve la cabeza y arqueó las cejas, satisfecha con la respuesta que le había dado su adepto.

–Quizá vamos a tener que forzar un poco las cosas para que empiecen a ponerse más interesantes –sugirió con sorna Evolisse mientras se levantaba del trono y se aproximaba a Faidon. Le acarició con suavidad el pómulo, pero fue un roce falto de cualquier tipo de afecto. Aparentemente él ni se inmutó, nada más allá del sudor que comenzaba a perlarle la frente–. ¿Por dónde crees que podríamos empezar, mi querido verdugo?

No es que necesitara consultar nada con su hechicero de confianza, pues cada paso que él daba estaba más que decidido por aquella hermosa mujer. Más bien aquella pregunta daba pie al hombre a decir en voz alta lo que ella ya sabía, para así ponerse en marcha.




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