La Sombra del Arcano I: Conjunción

5. LA PROFECÍA OCULTA (parte II)

La tarde empezaba a caer cuando divisaron a lo lejos la Torre de Hechicería. Por fin habían llegado a Hernai, su destino. Liveo les sugirió parar a descansar un poco, sobre todo por Kyo y su brazo mal herido. El día había sido largo y no carente de algún que otro inconveniente por el camino.

–Pero yo me encuentro bien, de verdad, podemos seguir –repetía el chico una y otra vez con insistencia.

–No seas pesado –le decía Naga a modo de reprimenda, siendo una vez más la portavoz de su obstinada inconciencia–. Debes descansar un poco y comer algo, que empiezas a estar más pálido de lo normal, respiras pesadamente y has bajado el ritmo. ¿O es que crees que no me he dado cuenta?

Touché. Tocado y hundido. 

Cómo se le iba a pasar a ella algo por alto y más si se trataba de tenerlo vigilado a él. Obviamente no tenía argumento para rebatirle pues para colmo los dos adultos asentían a todo lo que la joven le había dicho. Abrió la boca varias veces con la intención de contradecirla, pero la inquisitiva mirada de Naga lo desarmó por completo.

–Bueno, vale. Pero solo un ratito –se rindió el chico. El ser cabezota con ella era una batalla perdida pues la joven te dejaba sin cartas bajo la manga en un santiamén.

–Así me gusta –profirió satisfecha.

Dasten y Liveo observaban sin intervenir lo más mínimo en la conversación mas ambos se lanzaban pícaras miradas, divertidos por cómo Naga mantenía a raya sin ningún esfuerzo al muchacho.

–Desde luego va a ser una mujer de armas tomar –dijo con gracia el mesonero al oído del Director, a lo que éste sonrió.

–Ya lo es, o por lo menos con Kyo –le contestó.

Una vez repusieron algo de fuerzas retomaron la marcha siguiendo el sendero que les llevaría hacía la renombrada torre. Kyo no podía esconder el entusiasmo que le invadía a medida que se acercaban y que acrecentaba por momentos. El pensar que iba a estar rodeado de hechiceros de las más altas habilidades le hacía sentir tal emoción que se le ponían lo vellos de punta. Aunque no fuesen más que unos pocos días los que iban a quedarse entre aquellos muros, él estaba dispuesto a empaparse de todo conocimiento. Por supuesto, de un conocimiento mucho más práctico que teórico, de eso no cabía duda.

A pocos metros de la fortificada entrada fueron parados por un par de hombres encapuchados que custodiaban el inmenso y macizo portón. Liveo se separó entonces del grupo y se aproximó a ellos.

–Buenas noches, mi nombre es Liveo –se presentó con expresión amistosa–. Venimos con objeto de reunirnos con Rigano, gran Maestro en Ocultismo.

Ambos guardias se extrañaron ya que no habían sido informados de ninguna visita que estuviera por llegar.

–¿A tratar qué? –inquirió con sequedad el más corpulento de los dos.

–Tendrá que disculparme, pero no es un tema abierto a extraños –lo dijo con una sonrisa, aunque sonó bastante adusto. O por lo menos así fue como se lo tomó el vigilante.

–Y a extraños no dejamos acceder a esta Torre. Así que tendrán que volver por donde han venido –respondió tajante el encapuchado, pretendiendo dar por finalizado el encuentro.

Liveo se quedó en silencio, serio, pensando de qué forma hacerles entender que debían dejarles pasar. Pero no era prudente desvelar que el tema a tratar era la Profecía, ni que con él viajaban dos de los Guardianes de la misma. Debía encontrar otro modo.

Sintió entonces la mano de Dasten sobre su hombro, que se había acercado al reducido grupo.

–Perdónennos, pero ha sido un largo viaje y estamos algo cansados –dijo tratando de sonar despreocupado y afable, pero las caras de los dos hombres permanecían hieráticas, inmutable, por lo que se apresuró en mostrarles una chapa identificativa que guardaba en un bolsillo del pantalón–. Me presentaré. Soy Dasten Giardaen, Director del Arca Histórica de Urdeón y hermano de la fallecida Sacerdotisa del Este.

Ante tal carta de presentación ambos guardias quedaron atónitos. Se miraron, extrañados, y Dasten se percató de ello. «Con esto no podrán negarnos la entrada», pensó.

–Entiendo que les cueste confiar en que no somos ninguna amenaza – continuó diciendo–. Desde luego hacen una gran labor de vigilancia defendiendo este lugar y negando el acceso a visitas inesperadas, dados los tiempos que corren. Pero es justo por ello por lo que acudimos a ustedes, por la situación que se está dando en este país. Tenemos algo muy importante que tratar con el hombre al que ha hecho referencia mi compañero. Realmente nos urge, no se imaginan cuánto.

Por la expresión dubitativa de sus rostros Liveo y Dasten entendieron que les habían dejado entre la espada y la pared. No podrían negar la entrada a alguien que poseía un importante cargo en la gran capital de Urdeón. 

Entonces, tras varios segundos de silencio, uno de los encapuchados les permitió el paso. El guardia sacó a la vista un palo, algo parecido a una pequeña rama, y dio con ella un leve toque sobre la gran tabla de madera tallada que les permitiría el paso al interior del imponente fuerte. El enorme y recio pórtico se abría con lentitud frente a ellos, con continuos crujidos que resultaban escandalosos ante la noctámbula quietud que les rodeaba.

No quedaron decepcionados cuando se internaron en el lugar. Parecía una pequeña aldea toda hecha de basta piedra y, al final de las treinta o cuarenta cabañas que había, se erigía una descomunal y pétrea construcción.




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