La Sombra del Arcano I: Conjunción

7. ALGUIEN EN QUIEN CONFIAR (parte II)

La noche se presentaba tan cálida como todas las anteriores, sin embargo, para Karto el ambiente parecía mucho más denso y cargado de lo que era costumbre. Estaba muy nervioso, eso no podía negarlo. Había logrado convencer a Neito para que le diera la potestad de ir a ver a Maya. Aunque la forma en la que lo consiguió no le hacía estar muy orgulloso de sí mismo pues había ensuciado y echado aún más tierra sobre el nombre de Sénofe. Pero finalmente hizo entender al detestable anciano que era él el más indicado para conversar con la pequeña y hacer que le entregara los brazaletes que portaban la Piedra Sagrada. A este hecho se añadía el intento de rescate de Sénofe. Al día siguiente se llevaría a cabo su ejecución y no tendrían más oportunidades que la que le ofrecía esa misma noche. Pondrían en marcha el arriesgado plan que habían elaborado en apenas dos lunas. Sería el momento decisivo en el que sacarían de Marena tanto a su amigo como a la pequeña o acabarían encerrados y condenados por su traición, no solo a la Orden, sino al país entero. Y eso les llevaría a una muerte segura, a todos ellos.

El primero en actuar debería ser el ordenado, entrando en la casa de Madame Larissa y preparándola a ella y a la niña para el momento preciso en que tuvieran que salir de allí. Y ahí estaba él, mostrando su acreditación a uno de los guardias que custodiaban la calle para que le dejaran internarse en el pequeño edificio. No fue complicado que le dieran el visto bueno y le permitieran el paso pues, tal y como él pensaba, la firma de Neito le abriría las puertas. Lo problemático llegaría cuando quisieran salir y para ello debían ceñirse y seguir a pies juntillas el plan trazado.

Subió al segundo piso, que era el último, y llamó a la puerta de color rojo. No le extrañó la expresión de desagrado con la que Larissa le miró cuando al abrir le vio. La mujer ya le había jurado odio eterno en el juicio de Sénofe, así que aquella no fue más que otra muestra de la acrimonia que le procesaba.

–¿Cómo te atreves a aparecer por aquí? –inquirió Larissa sin ocultar su más que evidente acritud una vez le cedió el paso.

Si por su cargo ella le debiera algún respeto desde luego se lo había perdido hacía tiempo, y no sin razón. No quería crear más tensión entre ambos por lo que obvió la aspereza de su saludo.

–Vengo a sacaros de aquí, a ti y a la pequeña. Ren y Landro están esperándonos fuera.

Se lo soltó de sopetón pues sabía que no le sobraba tiempo para dar muchas más explicaciones o pedir disculpas por lo deplorable de su comportamiento.

–¿A qué viene todo esto?

–Os pediré perdón todas las veces que sean necesarias una vez estemos lejos de este lugar. Pero no tenemos tiempo para eso ahora, Larissa –dijo en tono de ruego, mirándola a los ojos–. Por favor, trae a Maya y prepara lo indispensable para salir de aquí. Solo me dan treinta minutos.

La mujer lo miró de arriba abajo durante varios segundos con clara desconfianza en su faz y aún enfadada.

–¿A dónde pretendes llevarnos?

–Iréis con Landro al refugio de Ren, fuera de la ciudad. Él y yo sacaremos a Sénofe y nos reuniremos allí.

–¿Cómo vais a hacer eso? –preguntó ella llevándose una mano a la cabeza, bastante confundida–. Todo esto es una locura, Karto. Y Maya ya lo está pasando bastante mal como para…

–Lo sé… Pero es la única opción que tenemos y…

–Si no saliera bien te condenarían a la pena mayor –le interrumpió–. A ti y a todos. ¿Estás dispuesto a asumir ese riesgo?

–Todos lo estamos –dijo con decisión–. Por favor Larissa, haced lo que os digo. De verdad que no tenemos tiempo.

La mujer volvió a mirarle, en silencio, como si estuviera analizándolo. Sabía que tampoco tenía elección así que al final se rindió.

–Está bien, confiaremos en ti. No es que tengamos muchas opciones.

Maya estaba medio dormida en su habitación, pero la respiración agitada y los levísimos sollozos dejaban patentes que no había parado de llorar. A Karto se le partió el alma cuando la pequeña le miró con los ojos hinchados y rojos, colmados de puro rencor. Nunca los inocentes ojos de un niño deberían mostrar una expresión así, pensó.

Siempre había sido una niña muy obediente así que no hubo pataleta alguna o queja cuando Madame Larissa le explicó que tenían que marcharse en unos minutos con Karto. Mas quedaba claro el desagrado que le causaba. Al menos el decirle que estaría con Ren le provocó un leve gesto de alegría. En cuanto a lo del rescate de su padre prefirieron no comentarle nada, por lo que pudiera pasar, pues lograrlo les supondría tener que superar muchas complicaciones.

Madame Larissa no tardó en organizar las pocas cosas que Karto le aconsejó que empacara para llevarse. Ella y la pequeña estaban listas cuando al poco tiempo un enorme estruendo hizo tambalearse todo el recinto.

Esa explosión era la señal que esperaban. Se apresuraron en bajar las escaleras junto con algunos de los vecinos que gritaban y corrían despavoridos y así mezclarse con ellos. Cuando salieron nadie les prestó atención, pues tanto la mujer como la niña llevaban unas capas con cuya capucha ocultaban gran parte de sus rostros. Además de que la algarabía que se acercaba estaba más ocupada sacando conjeturas o alzando alarmante sus voces, cosa con la que contaba Karto para salir airosos de aquel lugar. El humo de la detonación comenzó a cubrir varios metros a la redonda.




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