La Sombra del Arcano I: Conjunción

11. UNA RESISTENCIA QUEBRADA (Parte II)

A pesar de la calidez y remanso que exhibía la veraniega madrugada, el ambiente que su presencia proporcionaba era tan frío y letal como la de una tormenta de nieve en pleno invierno. La densidad que había alrededor parecía encogerse a su paso, sumisa y atemorizada, tanto que pareciera ser capaz de reconocer su indescriptible poder y se reverenciara ante él.

Iba, como no podía ser de otra manera, acompañada de su más leal súbdito; amparada por su férrea y violenta apariencia. Aunque ambos sabían que aquella hermosa mujer no requería de escolta ya que con una simple mirada era capaz de torturar hasta la muerte a cualquiera que pudiera importunarla. Mas él la seguía con total entrega y sin cuestionar ni uno solo de sus movimientos. La idolatraba, quizás, incluso más que a su propia vida.

Aunque su magia le habría permitido transportarse tanto a ella como a Faidon en el punto exacto establecido, prefirió hacerlo a una distancia prudencial para evitar que su energía fuera captada por esos molestos enemigos. Aunque la mayor parte del tiempo estaba jugando con ellos, en ese momento no entraba en sus planes que interfirieran.

Tal y como tenía que ser, su esbirro ya estaba esperándoles allí, apoyado sobre el tronco de uno de los tantísimos árboles que les rodeaban. Al verla se reverenció ante ella.

–Mi Señora.

Ésta no respondió más que con una media sonrisa y levísimo gesto, casi imperceptible, que hizo con la cabeza.

–Las cosas van tal y como había planeado –habló el encapuchado, entendiendo que el silencio de la Bruja le daba pie a ello–. De hecho, ha resultado mucho más sencillo de lo que imaginaba. Sólo uno de ellos ha desconfiado algo, pero no tuve más que dramatizar la situación para que finalmente se lo tragara.

–Como se suele decir, de santo a imbécil no hay más que un paso –dijo con sorna Faidon.

–Desde luego –coincidió el otro.

Evolisse no hizo ningún comentario al respecto pues para ella, en realidad, todo el mundo era estúpido y de razonamiento simple y previsible; incluso ese semidiós hijo de Felios.

–Acércate –dijo al que llegó primero.

Este obedeció sin vacilar y se posicionó junto a ella. La cercanía con su poderosa aura le hizo que la piel se le erizara y la garganta se le secara hasta sentir que la saliva le raspaba las cuerdas vocales.

Tembló sin poder evitarlo cuando, a ambos lados de su cabeza, sobre las orejas, la mujer posaba sendas manos y presionaba un poco. Sintió una pequeña descarga penetrarle por las sienes como un parásito que se iba adueñando de cada parte de su cerebro, leyéndolo de arriba abajo sin procurar respetar una sola parcela por muy personal que pudiera ser. La presión iba en aumento a medida que la Bruja indagaba en algún recuerdo en particular, exprimiendo hasta el punto de sentir que acabaría haciéndole explotar los sesos. Comenzó a perder la autonomía de su propio cuerpo, que empezaba a convulsionarse, no con demasiada fuerza, pero sin cesar un solo instante.

Una vez terminó de hurgar en su memoria salió de su cabeza, le soltó y el encapuchado dio de bruces contra el suelo. Entre jadeos, y aún sufriendo alguna que otra sacudida incontrolada, alzó la mirada para dar con la de ella.

También Evolisse flaqueó mínimamente, pues el esfuerzo que requería para indagar en una mente ajena obligándose a no desplegar casi nada de su chacra, cansaba aún más que dejarlo fluir con libertad y de forma natural. A pesar de ello, se restableció con envidiable facilidad y rapidez.

–Bien –dijo con total indolencia–. Ya tienes las pautas de lo que tienes que hacer a partir de ahora.

A diferencia de la mujer él aún continuaba arrodillado y aturdido, luchando por lograr acompasar de una vez su respiración, cosa que le estaba costando un sobreesfuerzo importante. –Sí… mi Ama –logró articular.

–No olvides el día. –No lo haré… No fallaré.

–Por supuesto que no lo harás.

No sonó a amenaza, no era necesario, pues aquella mujer no necesitaba enfatizar o poner alguna tonalidad a lo que decía para mostrar su peligrosidad. Todos sabían que no hacía falta que lo hiciera ya que esa forma de hablar tan impersonal y apática era suficiente para hacerles estremecer.

Sin mediar palabra alguna o dignarse a dirigirle una última mirada se dio media vuelta y Faidon la siguió, perdiéndose poco a poco tras la espesura.

Él se quedó un rato más ahí, inmóvil, observando el espacio por el que se hubieron marchado como si esperara ver algo más. Aunque lo cierto era que sólo se daba tiempo a sí mismo para que el sofoco que sentía y la agitada respiración volvieran a acompasarse. Una vez logró que su pulso volviera a la normalidad se levantó, sacudió la oscura capa que le cubría y tomó justo el camino contrario al que hubieron tomado Evolisse y su corpulento secuaz hacía ya varios minutos.

No tardaría en amanecer por lo que debía darse prisa en regresar antes de que cualquiera pudiera empezar a sospechar. Tenía trabajo que hacer, no podía permitir que le entorpeciesen.

****

La visión de todo aquello le hizo sentir verdadero horror. Casas devoradas por las brillantes lumbres, cosechas desintegradas y destrozadas y numeroso ganado muerto. Todo aquello le aterrorizaba, pero fueron los cuerpos en llamas los que lograron encogerle el corazón. Ese espantoso escenario y el insufrible olor que entremezclaba la carne y la madera quemada estuvieron a punto de hacerle caer en el llanto. Pero no podía dejarse llevar. Tenía que ser fuerte por su amiga, que seguía agarrada a su mano con fuerza, temblorosa.




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