La Sombra del Arcano I: Conjunción

12. GIRAN LAS TORNAS

La Tierra de los Elfos se extendía más allá de lo que pudo llegar a pensar en un principio y la belleza de la misma le permitía, por fin, disfrutar del trayecto. Aunque hacía bastante más fresco que en Hernai y todos los lugares que tuvieron que atravesar, el sol brillaba con fuerza y resultaba agradable pasar el día a la intemperie.

El viaje había resultado, como poco, intenso y agotador. Tuvieron algún que otro encontronazo con ladrones y todo tipo de bandidos, pero para dos Guardianes aquello no resultaba amenaza alguna. Aunque sí les hizo ralentizar y retrasarse más de lo deseado. Las tres largas semanas de camino les habían servido –a todos en realidad– para indagar y conocerse más en profundidad. Hogan les contó más detalles sobre su vida haciendo hincapié en cómo descubrió, hacía relativamente poco, que era un Guardián. En realidad, la misma Yuel-Nia lo reconoció, y esa fue la razón de su posterior encarcelamiento con la intención de entregarlo a Evolisse. Pero por suerte logró escapar a tiempo. De veras el joven lo pasaba mal cuando hablaba de aquello, por lo que tanto Liveo como Naga prefirieron no seguir ahondando en aquel asunto. Sería mejor dejar pasar el tiempo y que cuando él se sintiera con más confianza hacia ellos, o quizá fuera capaz de asimilar todo por lo que tuvo que pasar hasta verse a salvo, podría abrirse y no escatimar en detalles.

En cuanto a su relación con él, Naga se sentía cada vez más cómoda. Le parecía una persona muy interesante y un buen chico. Y maduro, muy maduro. Eso le gustaba. Compartían la misma pasión por el conocimiento y pasaban las horas juntos leyendo e intercambiando opiniones posteriores a la lectura. No podía decir que no echara de menos a Kyo, mas se había auto convencido de que él no lo hacía, al menos no más de lo normal. Pensar eso le hacía daño, pero cada vez menos. La compañía de Hogan le compensaba bastante la ausencia de Kyo. Más allá de la atención que el joven del Oeste le brindaba o de las cosas que le decía con cierto descaro, habían empezado a despertar algunos sentimientos en ella, más románticos que de simple amistad. Aunque cuando pensaba en ello la imagen de Kyo aparecía en su mente tan nítida que reavivaba cada sonrisa, cada roce, cada palabra… y eso le hacía comprender que aún le faltaba mucho para poder llegar a sentir algo tan profundo por otro que no fuera él.

La voz de Liveo la sacó de sus cavilaciones, obligándola a levantar la vista y fijarla en un punto en particular. Aquel lugar al que habían llegado era el punto de encuentro.

–¡Ren! –exclamó.

El joven, a enormes zancadas, casi corriendo, llegó hasta dónde se tenían en pie y dio un abrazo al orondo mesonero.

–¡Cuánto tiempo, Liveo! –dijo con la misma alegría con que le recibió el hombre. Se dirigió entonces a la chica y le dio otro cariñoso abrazo–. ¡Naga!

–Me alegro mucho de verte, Ren –respondió ella con efusividad–. ¿Cómo estás?

–Bueno… Mejor que hace algunas semanas al menos.

La forma en que lo dijo dejó claro a la muchacha lo que ya suponían, pues la carta de Sénofe y la anterior de Karto que recibieron les habían hecho partícipe de todo lo ocurrido; en resumidas cuentas, al menos.

–Ya hablaremos con tranquilidad de todo una vez nos instalemos –intervino Liveo–. Ahora será mejor dejarlo.

Los demás coincidieron.

Hogan, que se había quedado al margen, miraba con curioso interés la escena. Taino-Ren se percató de su presencia y Naga se adelantó a su inminente pregunta al respecto.

–Él es Hogan –le presentó–. El cuarto Guardián.

–¿Lo dices en serio? –preguntó sorprendido.

La muchacha asintió.

–Encantado –rompió el hielo el chico, extendiendo la mano en su dirección.

Ren le miró, como analizándolo, hasta que aceptó su gesto y le dio un cordial apretón.

–Entonces bienvenido seas, Hogan. Un placer.

La localización en que se encontraba Entiket era en especial llamativa, no por encontrarse a simple vista, sino más bien por todo lo contrario. Ren les guio a través de un pequeño claro, escondido entre vastísima maleza, y de allí bajaron varios peldaños de maciza piedra hasta quedar justo debajo de la superficie que acaban de atravesar. El camino estaba por completo despejado y marcado por velas de algo que podría identificarse como fuego, aunque sin serlo, pues la llama era azul y al tocarla no quemaba, pero sí alumbraba.

A medida que avanzaban el sonido del agua se hacía más notorio y la humedad se incrementaba. Al poco tiempo supieron por qué.

Ante ellos una pequeña pero copiosa catarata se vertía desde lo alto. Ren fue el primero en adentrarse entre sus aguas y les habló desde el otro lado. Fue entonces cuando los demás le imitaron y atravesaron la cascada. Anduvieron unos metros más entre ásperas rocas y, sin esperarlo, se abrió ante ellos una amplia llanura rodeada de murallas rocosas. Era como un poblado excavado en la propia montaña, pero sin un techo de piedra que cortara el aire o negara la entrada de la luz solar. Cuando miraban hacia arriba, sobre la tierra que se erigía, descubrían cómo estaban rodeados de espesor y densa maraña de las que colgaban frutos de variados colores y formas. Aquello llamó la atención del pequeño grupo de recién llegados más, incluso, que las pintorescas cabañas y pequeñas edificaciones construidas con verdadera creatividad.




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