La Sombra del Arcano I: Conjunción

14. UN RUEGO POR SU ALMA

Ahí estaba: inofensiva y más vulnerable de lo que jamás recordaba haberla visto en toda su vida.

Quiso gritar y correr hacia ella, pero la joven se hallaba encerrada en una prisión del mismo material que toda la fortaleza, lo que le habría imposibilitado cualquier intento por llegar hasta ella y sacarla de allí. La observó y analizó con cautela, sin hacer ningún movimiento que pudiera considerarse ofensivo, y reconoció varias heridas y moretones en la blanca piel de su amiga que aquel día parecía estar mucho más pálida que de costumbre. Y eso le preocupó.

Pero lo que más le aterrorizó fue verla quieta, tumbada y con los ojos cerrados. Esa imagen comenzó a dar rienda suelta a su imaginación, agolpando en su cabeza una mezcolanza de pensamientos para nada agradables, anulando el esperanzador deseo de que siguiera con vida.

Entonces devolvió con dilación la mirada hacia la Bruja, quien no había apartado los ojos de él ni por un instante con la clara intención de examinar cada expresión que su rostro fuera capaz de mostrar.

–Aun no está muerta –dijo con irritante parsimonia e indiferencia, y al ver que él no respondía añadió–: Tienes muy mal aspecto, hijo de Felios. ¿Quizá has venido a que termine de matarte?

–Sabes muy bien a qué he venido –tardó varios segundos en responder, pero cuando lo hizo fue con todo el desprecio que le profesaba.

–Claro, a salvarla –lo hilarante y retorcido de su mueca hizo al chico incrementar aun más la repulsa que sentía hacia ella. Apretó los puños hasta el punto de clavarse sus propias uñas en sendas palmas de las manos–. El noble Guardián viene a convertirse en héroe. Enternecedor.

–Déjate de memeces y dime por qué haces esto –espetó con todo el veneno que guardaba en las entrañas–. Por qué no me mataste cuando pudiste y por qué también mantienes a Naga con vida.

Quería mantenerse seguro y mostrarse inmutable, mas el silencio de la mujer y esa sonrisa sardónica que inundaba su rostro solo hizo incrementar más su ira.

–¡Contesta, maldita!

–Cuidado con el tono que usas, niñato –intervino con vilipendio Lord Faidon–. O seré yo quien te retuerza el cuello.

–Cuídate tú porque no soy el mismo que era.

La insolencia que le mostró al encararle le dejó sorprendido por un instante, pasando a tornarse la sorpresa en furia en cuestión de segundos.

–¿Me estás retando, mocoso? –inquirió fiero el hombre sin cuidarse en ocultar el enorme fastidio que le causaba el altivo talante del chico.

–Me impresiona que lo entiendas a la primera –respondió Kyo sin amainar un ápice esa arrogancia a la que había recurrido como principal defensa, con la clara intención de humillar al corpulento y burdo hechicero.

Ante aquella airada actitud Faidon se encendió y lanzó una mirada suplicante a su Señora. Suplicante porque le diera permiso para cebarse con el arrogante muchacho sin miramientos. Pero ella se negó, por lo que el hombre contuvo un gruñido y apretó ambos puños cuando volvió a posar su atención sobre el que le parecía el ser más irritante que poblaba Gaia.

–¿Acaso has perdido la facultad de hablar, Bruja? –acusó Kyo, tratando de mantener la serenidad y firmeza que acababa de demostrar ante su esbirro.

Ella acusó algo más esa fatua sonrisa de suficiencia que le hacía sentirse tan pequeño a su lado y que, a consecuencia, incrementaba su enojo a cada segundo.

–¡Te exijo una respuesta! –gritó con rabia, furioso por su petulante gesto.

–¿Exiges? –rio–. Desde luego resultas hilarante, criatura.

Que el desprecio y odio que le profesaba pudieran ir en aumento era algo que habría jurado ya como imposible: hasta ese momento.

Ahí se dio cuenta de que en su interior todavía existía espacio para seguir albergando y acumulando más de aquellos desagradables sentimientos. Mucho espacio.

Iba a increparle de nuevo cuando Evolisse se adelantó a él.

–Pero sí, voy a darte una respuesta. La única que necesitas saber y la única por la que, como bien has observado, ambos seguís con vida.

Kyo frunció el ceño mostrando total desconfianza a lo que le acababa de decir. Todo esto: el secuestro de Naga y el hecho de atraerle a él hacia su guarida. Todo, ¿solo para cederle información?

–Aunque no lo parezca, así es –respondió la mujer a esas preguntas que él no había llegado a formular en voz alta–. Al menos casi en su totalidad.

–Habla entonces –logró articular sin ser capaz de ocultar cierto balbuceo.

–No desvelemos antes de tiempo las cosas, hagámoslas más interesantes aprovechando que estás aquí.

El remanso con que hablaba era tan inquietante que sintió cómo la piel se le erizaba. Sabía que esas palabras no encerraban nada bueno, que no existía en ellas la indiferencia que con el tono de su voz pretendía mostrar. Sabía que lo que pretendiese con aquellas palabras sería para preocuparse. –¿Qué… quieres decir? –Esto.

Levantó una de sus manos con la palma hacia arriba y en un instante un electrizante brillo comenzó a rezumar de toda su extremidad, concentrándose en su puño cuando cerró la mano en un rápido movimiento.




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