La Sonrisa De SofÍa

LOS SIGNOS DEL AMOR

Esperé sentada en el sofá que da al frente del enorme ventanal de la sala, a que Manuel llegara del trabajo. Imaginé lo agotado que llegaría de la oficina por lo cual decidí exigirme bastante a la hora de cocinar para deleitarlo con un delicioso plato y que se diera cuenta que todos sus esfuerzos serían compensados en su hogar y que su esposa siempre lo recibiría con la mejor actitud y los brazos abiertos.

La noche transcurrió sin recibir noticia alguna de Manuel, empecé a preocuparme por su bienestar. Miré la hora en el celular, eran casi las nueve y media. Decidí llamarlo. El teléfono empezó a repicar y a pesar de las constantes llamadas que le hice no me contestó, por lo que decidí dejarle un mensaje de voz. Estaba hambrienta y al no recibir respuesta alguna de parte de él, decidí adelantarme a cenar.

El reloj marcó las once de la noche. Yo permanecí sentada en el comedor y con el plato casi completo. Solo pude comerme unas cuantas cucharadas en todo el tiempo transcurrido. Perdí el apetito por completo. Me levanté del comedor y me dirigí a la biblioteca intentando entretenerme de alguna manera, mientras esperaba que mi esposo llegara. Tomé uno de los libros que adquirí en la feria del libro que hubo en la ciudad, el qué más había llamado mi atención, aquel que sentí que me llamada desde la distancia.

Con el libro en mano regresé a la sala, llevando conmigo una cobija para cubrirme mientras leía y esperaba que el tiempo pasara aprisa y mi esposo llegara. Me dispuse a leer aquel extraño libro, creo que alcancé a llegar por mucho a la página treinta cuando me quedé dormida.

 Esa noche tuve un sueño un poco extraño. No reconocí el lugar, nunca había estado allí, estoy segura que ni siquiera se trataba de la misma tierra. Miré el basto cielo que se teñía entre el rojo y el naranja, las nubes eran violáceas y las sentí muy cerca de mí. Cuando me di cuenta, estaba flotando, pareciera que mi cuerpo estuviese formado de aire, como si fuera un ser elemental, sin un cuerpo físico que me restringiera los movimientos.

Me sentí dichosa al poseer los poderes de los vientos. Tenía el precioso don de llevar entre mis manos los pétalos de las flores y de esparcir entre los campos el polen que llenaba de vida los campos, hasta los lugares más alejados de aquel hermoso mundo. Me sentí libre y bendecida al poder flotar entre los cielos. Me di cuenta que me acercaba a gran velocidad a un astro dorado que llenaba con su luz y esperanza todos los rincones del planeta.

Miré el magno resplandor del sol y tuve la sensación de tomarlo entre mis manos. Lo sentí tan cerca, parecía del tamaño de una naranja. Quise tocarlo, así que empecé a estirarme y poco antes de alcanzarlo, un fuerte ruido me despertó.

Aún somnolienta, escuché que la puerta fue azotada con fuerza. Al darme la vuelta para ver quien había ingresado o si solo era producto de mi imaginación. Me estremecí al ver detrás de mí una sombra que atravesó la sala y se metió a nuestra habitación.

―Manuel, ¿eres tú? ―pregunté sin recibir respuesta.

De mi habitación provenían unos sonidos, lo que indicaba que Manuel en realidad había llegado. Me sobé los ojos tratando de quitarme el sueño, tomé mi celular y vi la hora. 3.20 de la mañana. Era la primera vez que mi esposo llegaba tan tarde del trabajo. Dejé el libro sobre el sofá y me dirigí a nuestra habitación.

 Al entrar a la habitación encontré a Manuel a un lado de la cama, estaba bastante tensionado, cansado. Se desabotonó la camisa con la mirada baja y cabeceando. “Pobre”, pensé. Era evidente la cantidad de energía que dispuso para sacar adelante el caso del político. Quise que su día fuese un poco mejor, no podía hacer nada por todo el tiempo transcurrido, pero al menos trataría que el tiempo en casa lo llenase de felicidad.

―¿Cómo te fue? ―le pregunté, acercándome a él para abrazarlo.

―Una mierda ―respondió amargamente.

―¿Qué pasó?, ¿cuéntame? ―insistí. Era evidente que su día en el trabajo fue de lo peor. Quise ser incondicional y apoyarlo en todo momento, que supiera que podía contar conmigo.

―Nada, solo quiero dormir ―respondió al retirarse la camisa y el pantalón. Se acostó en la cama sin siquiera voltear a mirarme.

―Cuéntame qué te pasó, sabes que puedes contar conmigo ―le dije con sinceridad―, siempre estoy para ti.

―Déjame dormir Sofía, no tengo genio para nada ―agregó.

Imagino la noche tan amarga que tuvo que pasar Manuel en su trabajo para llegar tan estresado y con el genio tan elevado, era evidente que aquel caso solo le estaba causando inconvenientes.

Me acerqué a Manuel, empecé a darle besitos en la mejilla intentando que le cambiara el ánimo, pensé que al sentirse amado, se daría cuenta que su esposa estaba para él, para escucharlo, para consentirlo y así conseguir que su ánimo mejorara.

―Preparé una cena deliciosa, especial para ti, es lo que más te gusta mi amor, ¿quieres que te sirva? ―le pregunté.

 ―Quiero que me deje dormir, Sofía, ¿no entiende? ―respondió aún más furioso―. ¿Qué les pasa a las mujeres que no entienden que uno no quiere nada?

―Lo siento amor, te vi estresado y quise levantarte el ánimo. Voy a hacer que se te olviden todos los problemas de la oficina ―empecé a hacerle masajes, grave error―. Vas a amanecer como nuevo con este masaje. Yo te voy a hacer algo que te va a relajar mi amor. Te daré una noche deliciosa.




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