La Sonrisa De SofÍa

LA VIDA CONTINÚA

Por culpa de la incapacidad de Manuel de controlar su ira, me lastimó como nunca llegué a imaginarlo. No quiso escuchar mis suplicas y continuó demostrando su poder, solo porque me atreví a ser dulce con él y quise reducir su estrés.

Al día siguiente de la golpiza desperté, me sentí tan humillada y las marcas en mi piel ardían como si hubiesen sido hechas un minuto atrás. Amaneció, miré por la ventana de la sala el emerger del sol. Pasé toda la noche sentada en el sofá y creo que por mucho pude dormir una hora. Lo único que tuve para pasar la fría noche era la cobija con la que me arropé la noche anterior al leer el libro adquirí en la feria del libro.

Deseé con tanta devoción que mi vida fuera como la historia de amor puro que estaba leyendo. Me pregunté en constantes ocasiones si la felicidad y el amor pertenecían exclusivamente a las historias fantásticas. La realidad parecía ser muy distante, al menos para mí. Me perdí entre las hojas mirando como una y otra vez los protagonistas se juraban amor eterno, mientras yo, estaba con la carne magullada por culpa del hombre me amaba más que a nadie en el mundo.

Escuché unos sonidos en la habitación, toda mi piel se erizó al darme cuenta que Manuel había despertado. El sonido de la ducha se extendió por todo el apartamento, opacando incluso el sonido de mi respiración el cual intenté menguar con tal de no causar un sobresalto en Manuel. Algunos minutos después salió de la habitación muy elegante como solía hacerlo a diario al ir a la oficina. Se veía bastante sereno, como si nada estuviera perturbando sus pensamientos o consciencia.

—Buenos días amor —se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla.

 Al sentir sus labios en mi piel sentí tanto repudio que fue inevitable alejarme con un instintivo y brusco movimiento.

―Ya pasó, no te pongas así que no fue para tanto ―dijo Manuel.

¿No fue para tanto?, qué descaro contestarme de esa manera, cómo no fue él quien quedó con la piel lastimada, era evidente que no le vería nada malo. Guardé silencio, lo miré con tristeza y algo de rencor. Manuel se sentó a mi lado, sin voltearlo a mirar, me alejé un poco más de él.

―Qué actitud tan despreciable la suya ―dijo Manuel molesto―, vengo con la mejor intención y usted reacciona como si le diera asco. No se preocupe, no le voy a rogar. Manuel se levantó molesto del sofá, tomó las pertenencias que a diario lleva a su oficina, y sin decir nada más, salió del apartamento azotando la puerta. El sonido alteró mis nervios más de lo que ya estaban. Debo agradecer a que él se marchó del apartamento y no se quedó para lastimarme.

Toda la mañana transcurrió mientras yo permanecía sentada en aquel sofá al frente de la ventana. No hubo ningún pensamiento que cruzara por mi mente a excepción de los sucesos de la noche anterior, traté de encontrar alguna razón que justificara aquel acto, no encontré nada, no pude explicarme que hice mal para recibir semejante castigo.

Quise levantarme del sofá y hacer algo diferente, no podía permitir que la depresión se apoderara de mí, las intenciones no fueron suficientes, lo único que pude poner en mi mente a parte de los estremecedores sucesos de la noche anterior, fue el sueño que tuve antes de la llegada de Manuel.

Ojalá mi sueño hubiese sido real. Tuve unos deseos incontenibles abrir la ventana y arrojarme con fuerza a través de ella. No con la intención de morir ni estrellarme salvajemente contra el suelo, sino todo lo contrario. Quise estar hecha de viento y tener la facultad de volar, de mantenerme suspendida por los aires y alejarme de esa realidad. Quería elevarme hasta alcanzar las estrellas en y perderme en las profundidades del espacio en busca de mi sueño, el amarillo cadmio.

Me sentí tan sola esa mañana. Muchas personas dicen que cuando no hay nadie, todo es silencio, no estoy de acuerdo, pienso que en lo que llaman silencio hay un sonido muy particular, hay un sonido sibilante que tensiona la mente e indispone el corazón, al igual que en una película de terror, casi como si estuvieran rasgando un vidrio.

En ese momento pensé de nuevo en mi madre. No quise continuar con aquella angustia, el dolor que me embargaba era tan grande que estaba segura que no podría superar aquel episodio tan hostil permaneciendo sola, por lo que decidí llamar a mamá en busca de su amor y su apoyo. Necesitaba tanto sentir que alguien estaba conmigo y me apoyaba, escuchar una palabra de aliento, que me hiciera tomar una decisión y salir adelante.

Mi intención al buscar a mamá jamás fue victimizarme, solo necesitaba saber que había alguien en el mundo con quien podría contar. Tomé el celular, que continuaba sobre el sofá, a un lado del libro y la llamé.

―Hola mami ―la saludé al contestar el teléfono―. Necesitaba escucharte.

―¿Estás bien? ―preguntó mi mamá, dándose cuenta de inmediato que algo me ocurrió por el tono de mi voz.

―No te preocupes, estoy bien ―le respondí.

―Si gustas puedo ir ―se ofreció a acompañarme.

―Te lo agradezco, me encantaría verte ―le confesé, con la voz entrecortada.

―¿Qué pasó? ―preguntó mi madre preocupada―. Te escucho muy alterada.

 ―Un poco ―le respondí dispuesta a confesarle todo lo que tuve que vivir con Manuel―. Manuel me volvió a pegar y esta vez fue peor. Anoche explotó y me pegó con una correa. No quiero volver a pasar por esto, ayúdame.




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