La Sonrisa De SofÍa

UNA AYUDA INESPERADA

Alrededor de las cinco y treinta de la tarde salimos del apartamento. Fue muy atento en el parqueadero y se dispuso a abrirme la puerta y mostrar galantería, todo el camino estuvo muy cariñoso, llenándome de besos y caricias, me habló con dulzura todo el tiempo. Minutos después llegamos al centro comercial y caminamos tomados de la mano por los pasillos y las tiendas, como si nada hubiera pasado.

Manuel estaba dispuesto a complacerme, y conocía mi debilidad por los helados de chocolate, se apresuró a llevarme al lugar para que me dieran gusto con mi elección. Me miraba con los ojos abiertos, y sonreía de la nada como si se estuviera divirtiendo incluso con el simple sonido de mi respiración. Intenté pensar diferente y quise creer en su sincero arrepentimiento, no podía estar predispuesta, tenía que dejar de esperar lo peor, así que decidí relajarme y confiar en él.

Caminamos por el centro comercial y estuvo dispuesto a satisfacerme en todo. Nos detuvimos al frente de la tienda en la que me gustaba comprar ropa, no sé por qué pensó que esa era la solución, no era la manera de compensar el agravio. Saludó a la dependiente, con suma cordialidad. No era natural que el actuara de esa manera, por lo general era un hombre parco.

 ―Buenas noches —la dependiente se acercó a nosotros y se vio dispuesta a satisfacernos. Manuel la trató con tanta cordialidad, en ese momento quise que su comportamiento fuera así por siempre y que no fuese solo un acto para impresionarme.

Era una señorita muy joven y hermosa, de cabello rubio, lo tenía recogido con una cola de caballo.

―Estoy enamorado y quiero que tú seas cómplice de mi amor. Esta hermosa señorita que ves a mi lado es mi esposa, se llama Sofía, y quiero que la complazcas en todo lo que ella diga. Es la señora de la casa.

—Manuel, no es la manera de hacer las cosas —yo no quería dinero, ni que me llenara de ropa fina, quería su tiempo, su respeto y su amor—. Sólo quiero que estemos juntos.

—Es solo dinero —me susurró al oído—. Déjame compensarte mi error, demostrarte que estoy arrepentido.

—Demuéstrame tu amor —le pedí.

—Es lo que estoy haciendo —Manuel me miró como si su respuesta fuese bastante obvia.

La chica de la tienda, me guio por los diferentes estantes, enseñándome la ropa que en ellos tenían exhibidos. Manuel me miró y sonrió, al parecer tenía pensado compensar su ofensa con ropa. Eso no era necesario, acepté para que el mantuviera su buen humor. Manuel, se vio bastante feliz cuando la chica de la tienda me llevó varias blusas, chaquetas y faldas.

―Esto es demasiado, no tengo donde poner tanta ropa.

 —Estoy haciendo lo posible para que me perdones, acepta lo que te estoy dando — su mirada se hizo fría, retornando el hombre que en él era habitual. Me puse nerviosa y me vi obligada a aceptar sus regalos sin siquiera mostrar mi descontento.

—Gracias amor, aprecio tus detalles —me vi temerosa al contestarle, decidí seguir su juego.

—Iremos a cine al salir de aquí y a comer otro helado y a comprar lo que gustes. También te doy mi cariño y respeto. Te amo Sofía —lo dijo en un tono más serio.

Manuel continuó alentando a la chica de la tienda para que me pasara ropa de mi talla. Seguí probándome cientos de prendas, al interior del vestidor, llegando a probarme más de 20 conjuntos. Estaba cansada y olvidé poner el pasado, la chica del almacén ingresó con una blusa color rojo, dispuesta a pasármela para que me la midiera. Yo estaba en ropa interior, al ver mi piel quedó sorprendida. Tardé demasiado en reaccionar, intenté cubrir mi cuerpo con la blusa para que no se diera cuenta de las marcas que Manuel me dejó.

―¿Qué te pasó? ―la joven de la tienda estaba bastante preocupada al preguntar. Me miraba aterrada, me di cuenta que las marcas eran peor de lo que yo pensaba—.

¿Te lo hizo tu esposo?, ¿por eso te complace?

Quedé en silencio, no supe que contestar. El nerviosismo se apoderó de mí y mis manos empezaron a temblar.

—No le digas nada, por favor. Fue un accidente, el sería incapaz de lastimarme. Tengo que irme, lo siento.

Me dispuse a ponerme mi blusa y a salir del establecimiento.

—Denúncialo, él no te puede hacer esto. Nadie tiene el derecho a lastimarte y no tienes por qué aguantarlo. Datándolo ahora o todo será peor, te lo digo por experiencia propia.

 —Mi esposo no es mala persona, solo tiene malos días. Me prometió que no lo iba a volver a hacer.

—Llamaré a la policía, es lo mejor para ti.

—Por favor —rápidamente reaccioné y le impedí que sacara el celular. Si Manuel se llegaba a enterar que alguien se había dado cuenta, me acabaría. Denunciarlo con la policía era impensable, al ser abogado, saldría libre con facilidad—. Si lo denuncia, yo seré quien sufrirá las consecuencias, hágalo por mí o me voy antes de que llegue la policía.

—No sigas aguantándolo, te seguirá lastimando. Debes detenerlo ahora o será muy tarde.

―Manuel sería incapaz de hacerlo de nuevo.

—Ya lo ha hecho, estoy segura. Aléjate de él, yo puedo ayudarte.

—Si quieres hacerlo, guarda silencio. Tengo que irme lo siento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.