La Sonrisa De SofÍa

INSPÍRATE SOFÍA

Alrededor de las diez de la mañana, decidí estrenar uno de los conjuntos de ropa que Manuel me compró. Quería verme preciosa para cuando él llegara, estaba dispuesta a darle una gran sorpresa. Salí del apartamento, me dirigí a la tienda en la que solía comprar mis pinturas y en la que tiempo atrás conocí a aquel chico con el que sostuve tan grata conversación.

Al llegar a la tienda miré los lienzos, pinceles y oleos, busqué entre los estantes lo necesario para dar vida a mi más bella creación, el regalo más hermoso que pudiera darle a mi esposo. Creo que tardé un poco más de una hora, escogiendo todos los elementos que requeriría. Estaba concentrada, cuando de repente sonó mi celular, contesté de inmediato al darme cuenta que se trataba de mi mamá.

―Hola mamá ―le contesté con una voz animada.

―Sofía, es el colmo, ayer estuve en la portería y el celador no me dejó entrar, ¿qué fue lo que pasó?, me vas a dar una buena explicación ―dijo mamá. En su tono de voz pude darme cuenta de lo alterada que estaba, no quise permitir que sus reclamos me dañaran mi buena energía.

―No te preocupes, mamá ―le respondí con tranquilidad―. Manuel y yo solucionamos las cosas de la mejor manera, dialogando.

―Debiste decirme para no hacerme ir hasta allá y no perder mi tiempo ―me solicitó―. No me alarmes si no es necesario armar semejante escandalo

 ―Lo siento mamá ―sabía que si replicaba, ella continuaría con su perorata―, no sucederá de nuevo. Si quieres nos vemos el viernes, estoy libre. Quiero mostrarte algo que empezaré a hacer para Manuel, me gustaría recibir tu opinión.

―Claro que sí Sofía, sabes que cuentas conmigo ―aseguró mamá―. Te parece si llego a las dos de la tarde.

―A la hora que tú quieras llegar mamita, sabes que eres bienvenida siempre ―le contesté. Mi actitud ante la vida era la mejor, y no permitiría que ella la dañara―. Nos vemos el viernes, cuídate mucho, te amo.

Después de la despedida de mi madre, colgué el teléfono y continué escogiendo los implementos para mi pintura. Regresé al apartamento, con las bolsas de las compras en la tienda de arte. Compré un lienzo, todo en el me encantó, su tamaño, su textura, hasta su olor me pareció maravilloso, tal vez porque en él permanecería lo más bello que mis manos hubiesen podido crear, un retrato de mi amado esposo Manuel.

Me cambié de ropa para para pintar, no quise arruinar los preciosos conjuntos que Manuel me compró, me puse una vez más mi overol de jean y esta vez vestí una blusa rosa que tenía guardada en un cajón desde hace algún tiempo.

Al estar lista, regresé a la habitación donde pintaba para dar libertad a mis pasiones artísticas. Saqué el caballete que tenía guardado y puse sobre él, el lienzo recién comprado. Aliste los óleos, los pinceles y el disolvente. Dejé que mis manos y mi corazón se conectaran con mi memoria, solo tenía que cerrar los ojos para recordar la perfección de los rasgos de Manuel. Estuve bastante entretenida y el tiempo se me pasó volando.

Eran las 7 de la noche, el overol de jean estaba lleno de pintura. Cinco minutos después escuché que abrían la puerta de la entrada. Me apresuré para ocultar el retrato que estaba haciendo de Manuel. Al volver mi mirada él estaba bajo el marco de la puerta, observándome mientras yo trataba de ocultar el cuadro.

―¿Qué haces? ― me preguntó Manuel al darse cuenta que le escondía algo. Manuel intentó ingresar a la habitación, pero me interpuse en su camino.

―No puedes entrar ―le respondí traviesa.

―¿Por qué no? ―preguntó sonriendo.

―No seas chismoso ―sonreí al responder―, todavía no puedes verlo. Es un regalo.

―¿Un regalo para mí? ―preguntó sorprendido―. No lo merezco. Tú eres quien merece todo de este mundo, no sé ni siquiera como haces para amarme.

―No digas eso ―le pedí―. Tú mereces todo mi amor.

―Te amo Sofía ―me abrazó un poco triste.

Me di cuenta por la expresión que puso que algo estaba sucediendo. Me preocupé bastante por él y quise averiguar la razón de su estado de ánimo.

―¿Qué tienes Manuel?, te veo raro.

―Vamos a la cocina, me tomo un tinto y te cuento —concluyó.

Manuel intentó asomarse a la habitación para ver qué es lo que yo estaba haciendo, pero no se lo permití.

―¿Qué es lo que estás haciendo? ―preguntó.

―No mires, no seas tramposo. Mañana te voy a mostrar ―le dije— es algo muy especial.

―Te ves muy hermosa con toda esa pintura en la cara ―me dijo Manuel, tocando con su dedo mi rostro y retirando una mancha de pintura que me hice con los óleos. Cerré la puerta de la habitación, nos dirigimos a la cocina a preparar el tinto que él quería tomarse. Estuve impaciente y quise averiguar la razón que lo tenía tan abatido, era la primera vez que lo vi en semejante estado. Él estaba sentado en la mesa del comedor, en cuanto estuvo el café se lo serví y me senté al lado de él, llevando también uno para mí.

―Cuéntame, no me gusta verte tan triste.

―Estoy decepcionado ―contestó―. Hablé con Oscar. Le expuse mi situación, le conté que el trabajo estaba devorando mi tiempo y mi paciencia, que por culpa de eso, nuestra relación se estaba viendo afectada, no entré en detalles.




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