La Sonrisa De SofÍa

EL AFLORO DE LA MAÑANA

No pude dormir ni un solo minuto. La noche fue una eternidad sometida en el mismísimo infierno. Me sentí vacía, como si no hubiese alma en mi interior, con la mirada perdida y el maquillaje corrido por las lágrimas que brotaron con dolor desde el fondo de mi alma.

Para mi desgracia, Manuel despertó revolcándose en la cama, respirando con dificultad a causa de la resaca. Cerré los ojos para que no se diera cuenta que estaba despierta, no quise siquiera mirarlo. Estuvo dando vueltas por algunos minutos, hasta que finalmente, se levantó con dificultad, tomándose la cabeza.

―Sofía ―dijo Manuel. No quise responderle―. Sofía despierte― dijo elevando el tono de su voz mientras me movía de un lado a otro con la mano.

Volví mi mirada hacia él, quien se comportaba como si yo fuera la causante de sus desgracias.

―Hágame un tinto ―dijo respirando profundamente, como si desease soportar las ganas de vomitar―. Este dolor de cabeza no se lo aguanta nadie.

Permanecí en silencio, no quise pronunciar ninguna palabra, no quería que eso se convirtiera en un aliciente para que de nuevo me lastimara. Solo esperaba que se largara lejos y no regresara jamás. Manuel ingresó al baño, lo escuché vomitar a causa del malestar. Minutos después sonó la ducha, no salió de allí hasta terminarse de bañar. Él me miró con molestia al abrir la puerta y darse cuenta que yo aún permanecía acostada en la cama. Empezó a cambiarse, era evidente en su rostro unas profundas ojeras y lo mal que se sentía. Tras apuntarse la camisa, me miró con seriedad.

―¿Qué va a hacer? ―preguntó molesto Manuel―. ¿Se va a quedar tirada en la cama todo el día?, ¿No me va a hacer el tinto?

 No sentí el deseo de contestarle, lo odié tanto por lo que me hizo, que ni siquiera quise dirigirle la palabra.

―¡Conteste!, sabe que me da mal genio que no me responda ―dijo amenazante―. Diga algo ―el tono de su voz se hizo más brusco. Todos los músculos en su rostro se tensionaron y su fría mirada regresó―. Qué más puedo esperar de una mujer como usted que nunca se realizó profesionalmente, mucho menos va a ser capaz de preparar un tinto.

―Lo hubiera hecho, pero usted no me dejó trabajar ―le respondí dolida.

―Ahora si tiene ganas de hablar ―me respondió―. ¿Cómo, según usted? ―preguntó con desprecio―. Con sus cuadritos de mierda, vendiéndolos en un puente, ¿cree que esa guevonada nos va a dar para comer? Es el colmo Sofía, no se da cuenta que arruiné mi vida por usted. Dígame cómo vamos a conseguir plata y de qué vamos a comer si lo único que hace usted es quedarse echada en esa cama como una vaca.

Permanecí en silencio y escuché todo lo que Manuel tenía para decirme, no me atreví a contrariarlo a pesar que me lastimaban sus palabras.

―Conteste Sofía.

―Yo no le dije que renunciara ―afirmé airada, no pude soportar por más tiempo sus ataques y le contesté―. No me culpe por sus malas decisiones y por ser incapaz de afrontar el fracaso como un hombre. Lleva un solo día sin trabajo y ya le entró la frustración. Enfrente la vida que el mundo no le debe nada.

―Enfrento la vida como un hombre, como lo fui ayer ―dijo él con desprecio―. Y usted ni siquiera así sirve para ser buena mujer. Espero que esta noche coopere más, porque yo soy su esposo, y tiene que hacer lo que le diga. Quiero que le quede algo muy claro Sofía, en esta casa, yo soy el que trae la plata, yo soy el que le da de comer y el que le compra su ropa. Hoy mismo consigo trabajo, voy a seguir con el caso de ese senador.

Espero que nunca se vuelva a quejar de mi estrés por culpa del trabajo ―agregó Manuel―. Yo, que soy tan buen abogado, me voy a humillar, voy a pedirle perdón a Oscar para que me regrese mi empleo, para que usted tenga algo que jartar, para que siga viviendo aquí como una maldita princesa y no le voy a perdonar que se queje por mi horario o por mi estado de ánimo. ¿Entendido Sofía?, o si no, todos sus días van a ser como ayer.

Manuel, tenía una mirada penetrante la cual nunca me retiró. Guardé silencio, escuché suficiente, lo único que deseaba era que se marchara lejos y nunca más volviera.

―¡Conteste, que si me escuchó! ―gritó Manuel.

Sus gritos me alteraron y me pusieron más nerviosa de lo que estaba, reaccioné con temor y respondí asentando con la cabeza. Sentí como mi honor se quebrantó. Manuel, salió furioso y escuché cuando azotó la puerta de la entrada al salir.

Me pareció inaudito, ahora yo era la culpable que él hubiese renunciado a su trabajo, como si fuese la causante de todas sus desgracias. Me levanté después de varios minutos. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar, el maquillaje corrido y el rostro maltratado. Tenía sus rasguños a lo largo de mi piel, al igual que su asquerosa saliva.

Me levanté a la cocina, necesitaba despertar y darme cuenta que muy a mi pesar eso no se trataba de una pesadilla. Me preparé un café, negro, lo más amargo que pudiese para despertar de este frío infierno.

Llegué a la sala, algo sobre la repisa llamó mi atención. Fue la primera vez que me sentí tan furiosa en mi vida, odié su imagen en cuanto la vi, y a mí misma por haberla hecho. En ese lugar estaba la horrible imagen de Manuel, el retrato que yo con tanto amor le hice para que él me hubiese pagado de forma tan cruel. Me acerqué y observé la pintura con detenimiento, me di cuenta que todo mi amor, se había acabado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.