Londres bajo la lluvia era un escenario perfecto para los secretos y los pecados. Los callejones del East End estaban desiertos, salvo por la figura de un hombre encapuchado que caminaba con pasos sigilosos. La capucha negra escondía su rostro, pero la máscara que llevaba era inconfundible: una sonrisa pintada en blanco con ojos que parecían mirar directamente a tu alma. La máscara, ahora agrietada, tenía historia. Era tan famosa como su portador, Eric, conocido como "el asesino más astuto de todos los tiempos".
Eric ajustó su abrigo negro, desgastado por el tiempo, y observó a su presa. Su caminar era fluido, casi teatral, como si cada movimiento estuviera ensayado. Nadie conocía su verdadero rostro, y los que lo vieron no vivieron para contarlo. Pero, en el fondo, él sabía que no era invencible. Los juegos, aunque entretenidos, siempre tenían el riesgo de terminar.
A varios kilómetros de distancia, en la comisaría del distrito, Edward Hayes revisaba los informes de los recientes asesinatos. Era joven, de apenas 24 años, pero su determinación y seriedad compensaban su falta de experiencia. Tenía el cabello marrón, algo revuelto después de largas horas de trabajo, y ojos del mismo color, profundos y observadores. Su uniforme estaba impecable, reflejando su compromiso con la ley y el orden.
—¿No te cansas nunca, Hayes? —preguntó el sargento O'Connor, mientras dejaba una taza de café junto a él.
—No puedo permitirme descansar, sargento. Este asesino... Eric... está burlándose de nosotros. Es como si cada crimen fuera un mensaje, una invitación.
—Y tú estás cayendo en su juego. No te obsesiones, chico. Es peligroso.
Edward negó con la cabeza, sus ojos clavados en las fotos de la escena del último crimen. Cada detalle parecía gritarle algo, pero las piezas no encajaban.
En un callejón oscuro…
Eric observaba a un hombre tambaleándose hacia su coche. Su presa era un comerciante que no valía más que el dinero que llevaba encima, pero para Eric no era cuestión de valor, sino de control. Cada asesinato era un espectáculo, y él era el director.
—¿Quién está ahí? —gritó el hombre al escuchar pasos detrás de él.
Eric emergió de las sombras, su máscara brillando bajo la luz tenue de una farola.
—¿Por qué siempre hacen esa pregunta? —dijo con una voz calmada y burlona—. ¿Realmente quieres saber la respuesta?
El hombre tropezó mientras retrocedía, sus ojos llenos de terror.
—Por favor... no me hagas daño.
—"Por favor"... —repitió Eric, inclinando la cabeza—. Esa palabra no tiene poder aquí.
Con un movimiento rápido, Eric terminó con su víctima. La sangre se mezcló con el agua de lluvia, llevándose cualquier rastro de vida.
Horas después…
Edward llegó a la escena del crimen. Su corazón latía con fuerza, pero su rostro permanecía inmutable. Los policías veteranos lo miraban con una mezcla de respeto y lástima; sabían que estos casos dejaban cicatrices.
—¿Qué tenemos, inspector Donovan? —preguntó, cruzando la cinta policial.
Donovan, un hombre alto y robusto con cabello gris, le entregó una bolsa de evidencia. Dentro, había un fragmento de cerámica negra.
—Esto estaba junto al cuerpo. Parece parte de una máscara.
—La máscara de Eric… —murmuró Edward, su mente conectando los puntos.
En un tejado cercano, Eric observaba la escena. Sus ojos, ocultos tras la máscara, seguían cada movimiento del joven policía.
—Así que este es el nuevo jugador —dijo en voz baja, su sonrisa burlona extendiéndose bajo la máscara—. Bienvenido al juego, Edward. Espero que estés preparado.
Edward levantó la vista de la evidencia, como si pudiera sentir la presencia del asesino. Pero el tejado estaba vacío.
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thriller psicológico: oscuridad, traumas y tensión en cada capítulo.
Editado: 29.12.2024