La sonrisa del abismo

El Segundo Acto

La noche anterior al “segundo acto” fue larga. Edward no durmió. La ciudad, empapada en lluvia interminable, parecía estar conteniendo el aliento junto a él. Sobre su escritorio, el expediente de Eric Lonsdale permanecía abierto como una herida expuesta, con las fotos de las víctimas de hace veintiséis años alineadas junto a las más recientes. El mismo patrón. El mismo pulso teatral. Nada había cambiado… salvo una cosa: ahora Edward era parte del elenco.

A las seis de la mañana, un sobre negro apareció en el alféizar de su ventana. No escuchó pasos, ni golpes. Simplemente estaba allí. Lo abrió con manos tensas. Dentro había una sola página, escrita con tinta plateada:

“Puntualidad, Edward. O perderás tu escena.
Royal Phoenix. Medianoche. Solo.”

Debajo, una mancha circular como si se hubiera posado una copa de vino sobre el papel, y en el centro, una inicial: C. No era la “E” habitual de Eric. Edward la miró con el ceño fruncido. ¿Otro jugador? ¿O una trampa dentro de la trampa?

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A las 23:57, Edward estaba en la calle frente al Royal Phoenix Theatre. Las farolas chisporroteaban bajo la lluvia, proyectando sombras alargadas sobre la fachada. El edificio parecía observarlo. No había coches, no había transeúntes. Solo él y la sensación de que cada gota que caía estaba marcando el compás de un reloj invisible.

Empujó las puertas. El interior estaba iluminado esta vez. Candelabros antiguos proyectaban una luz dorada sobre el polvo suspendido en el aire, como si el teatro hubiese despertado para la ocasión. Un leve murmullo resonaba desde el escenario.

Edward avanzó, su arma desenfundada. El murmullo creció. Palabras, pero no en inglés. Un monólogo en latín, recitado con precisión y calma. La voz provenía de detrás del telón.

Con un tirón, Edward apartó la cortina. Y allí estaba.

Eric, sentado en una silla en el centro del escenario, vestido con un traje negro impecable. Su máscara, ahora restaurada y brillante, reflejaba la luz como porcelana. En sus manos sostenía un guion encuadernado en cuero. A su derecha, sobre un atril, un segundo guion cerrado.

-Llegaste a tiempo -dijo Eric con tono teatral-. No todos los protagonistas lo logran.
-¿Qué significa la “C”? -preguntó Edward, sin bajar el arma.
-Ah… -Eric inclinó la cabeza, como si disfrutara el misterio-. El público aún no está listo para conocer a todos los personajes.

Eric dejó el guion en el suelo y señaló el atril.

-Ese es el tuyo, Edward. Léelo.

Edward no se movió.

-No voy a seguir tu juego.
-Demasiado tarde -respondió Eric con suavidad-. Lo seguiste desde el momento en que recogiste la mitad de mi máscara.

Antes de que Edward pudiera responder, las luces del teatro se apagaron. La oscuridad fue total, salvo por un haz de luz que cayó sobre el atril. El guion estaba abierto. Sobre la primera página, escrito en letras grandes:

“Segundo Acto: La traición de Charles Hayes.”

Edward sintió que el aire se le congelaba en los pulmones. Bajó la mirada y leyó la primera línea de diálogo asignada a su personaje:

"Él no murió como un héroe. Murió intentando matarme."

Un crujido detrás de él. Pasos. No de Eric, sino de alguien más.

-Hola, Edward -dijo una voz femenina, desconocida, desde la oscuridad-. Yo también tengo un papel en esta obra.




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