La sortija de Médora

Capítulo 3

Ingram

 

— Señor, hemos hallado su rastro — observé al explorador delante de mí, sus grandes ojos pardos brillaban en la oscuridad como espejos, resaltaban más por la pintura oscura que manchaba su piel en forma de rayas que se perdían en su cabello negro trenzado. El chico era delgado y no muy alto, tenía una complexión ideal para moverse con sigilo en las sombras. — Ha tomado el camino entre el lago salado y las montañas.

 

— ¿No regresa al norte? Es extraño, podría ser una emboscada o una pista falsa, ahora sabemos que tratamos con una bruja — acotó Kalina.

 

— Es poco probable, ya que no hemos hallado otros rastros ni tampoco indicios de magia, los sensitivos creen que ella está evitando usarla para que no la detectemos.

 

— Mmm — observé al principal a mi lado y ordené: — Envía una avanzada de caballería ligera, que sea un grupo pequeño, mientras tanto acamparemos aquí.

 

Descendí de mi caballo y volví a hablar al muchacho que me había traído las noticias.

 

— Descansa, has hecho un buen trabajo.

 

Llevábamos cinco días de persecución constante, aunque tenía prisa por hallar a Ravenia y recuperar el anillo, no podía arriesgarme a caer en una trampa, debía ser cauteloso, y también mantener con vida la mayor cantidad de soldados que fuera posible.

 

Caminé junto a mi caballo hacia los carros de provisiones. Una vez allí, al igual que otros, comencé a quitar los aparejos y me dispuse a asear y alimentar al animal. Jaron era un potro hermoso, de gran porte y pelaje largo, preparado para las temperaturas extremas de nuestra tierra, era de color gris oscuro con crines plateadas. El animal movió la cabeza buscando caricias.

 

— Amigo mío, te has portado muy bien — le dije pasando un cepillo por su enorme pescuezo. Los caballos sirianos podían andar muchos días sin descansar, ni comer o beber, por lo que cinco días de camino no habían sido demasiados para él, pero no me interesaba llevarlo al extremo tampoco.

 

— La tienda está lista, señor — dijo detrás de mí la voz femenina de Kalina, quien era uno de los pocos seres de la luz que la oscuridad no había derribado.

 

— Gracias — respondí sin mirarla.

 

 

***

 

 

Marla

 

Desperté tarde, afortunadamente era sábado, me quedaba un día más para disfrutar. Me levanté de puntillas y corrí hacia la sala en busca de mi móvil y el antiguo libro que me había regalado Rose.

 

Volví rápidamente a la cama y me envolví bien con el edredón, luego me dispuse a abrir el manuscrito. Dejé mi móvil, sin ninguna notificación, sobre la mesa de noche y resolví que estudiaría los dibujos de seres míticos del final de aquel diario. Separé las páginas cerca de donde sabía que estaban las ilustraciones y, antes de que pudiera ver nada, algo cayó en mi cara y rodó hacia el suelo.

 

Quedé unos momentos, aturdida, no podía ser que algo saliera del libro, porque la noche anterior lo estuve hojeando repetidas veces y no vi ningún objeto dentro. Me incorporé sobre el codo derecho y me incliné hacia el suelo, pero no vi nada. ¿Podría habérmelo imaginado? Me volví a acostar algunos segundos, sin entender; lo que fuera había golpeado mi cara, no era ninguna fantasía. Nuevamente, observé el piso y esta vez me tumbé mucho más y escudriñé bajo la cama. Tomé el celular y encendí la linterna para investigar la zona a conciencia y allí estaba. Era un anillo, había quedado justo en el centro, debajo del lecho.

 

Me levanté nuevamente y me tiré al piso para intentar alcanzar la joya, con algo de esfuerzo lo logré. Me senté y lo examiné un poco, parecía ser viejo, estaba cubierto de óxido, incluso la piedra tenía algo que la opacaba. Más tarde intentaría limpiarlo.

 

Me metí una vez más entre las sábanas y antes de volver al manuscrito, me puse el anillo en el dedo anular de mi mano izquierda, sorprendentemente me calzaba justo. Un trueno resonó en el exterior y un fuerte aguacero comenzó a caer. “Nada mejor que la lluvia para una tarde de lectura”, pensé.

 

Quedé observando la vieja sortija unos instantes y luego volví al manuscrito. Quité la cubierta y... la caligrafía había cambiado. Solté el libro y me levanté de un salto. Comencé a elucubrar toda clase de supercherías místicas.

 

Mi corazón latía desbocado, di unas vueltas alrededor de la cama analizando de lejos el códice, sin atreverme a acercarme y entonces me di cuenta de que tal vez el objeto maldito era el anillo. Intenté quitármelo con desesperación; para mi mayor angustia, este no salía. Entré al baño deprisa y traté de deslizarlo de mi dedo utilizando espuma de jabón, pero tampoco pude quitármelo.

 

Finalmente, me obligué a mí misma a calmarme, seguramente había una explicación lógica para todo esto. En la noche, pude haber estado cansada, y eso me impidió entender la letra del manuscrito, el anillo quizás estaba pegado a la tapa de atrás, por eso no lo vi y se aflojó al moverlo, ¡sí!, debía ser eso.

 

Me quité la vieja sudadera con la que dormía y me metí a darme una ducha. Probablemente, con el champú podría quitar la joya de mi dedo. Aunque no fue así, el agua me ayudó a tranquilizarme y pude convencerme de que todo era muy normal. Sin embargo, no volví a agarrar el libro en todo el día, me dediqué a ordenar un poco la ropa, cocinar para la semana y mirar un par de películas, cualquier cosa que me hiciera sentir que llevaba una vida perfectamente ordinaria.

 

 

***

 

 

Ingram

 

La lluvia arreciaba sobre nuestras cabezas, ya habíamos confirmado que el camino que habían descubierto los exploradores era el correcto. Muchos pensaban que la bruja enviaba tormentas hacia nosotros, para retrasar nuestro avance, pero en mi interior sabía que era algo provocado por la lejanía de la sortija, en el mismo momento en que Ravenia traspasó los muros con la joya, todo se oscureció y el sol no volvió a verse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.