Ingram
Al llegar al río Estiria, que separaba a Annun de Aurea, me encontré con las tropas de Dunkan, al otro lado, quien se había preparado para la guerra...
— ¡La bruja se ha lanzado al río! — Declaró uno de los soldados que se acercaba corriendo. — Ahora intentan sacarla.
Un estallido detonó muy cerca de nosotros, Dunkan esperaba a la bruja e intentaba alejarnos de ella, pero no podíamos permitir que el anillo de Médora cayera en su poder, mi familia fue designada antaño para custodiarlo, y eso haría aunque me costara la vida; de todas formas, si la sortija no regresaba a mí, todos pereceríamos sin remedio.
— ¡Apártense de la ribera! — Grité. — ¡Arqueros!
Algunos soldados se habían metido al agua yendo tras la bruja, los arqueros los cubrían, al menos tenían la ventaja de que Dunkan no abriría fuego contra ellos mientras Ravenia no hubiera llegado con el anillo. El río no era tan ancho, pero sí era muy profundo, para cruzarlo necesitaban embarcaciones, ya que no había puentes ni vados por donde pasar al otro lado.
La bruja seguramente intentaba llegar al otro lado a nado, pero por algún motivo se había hundido y mis guerreros la estaban sacando, se veía tan pálida que parecía muerta, además estaba desnuda.
Un dolor agudo invadió mi pecho y al mirarme descubrí una flecha clavada del lado derecho.
— ¡Ingram!
La voz de Kalina diciendo mi nombre fue lo último que escuché.
***
Marla
En mis oídos resonaba un murmullo constante, un eco de palabras que no comprendía. El cuerpo me dolía, seguramente me había caído de la cama y me sentía así por el golpe, o quizás por la fiebre... Las voces comenzaron a hacerse más claras, yo no conocía el idioma, pero por alguna razón entendía lo que hablaban.
— Quítenle el anillo — decía una voz masculina algo aguda.
— No pudimos, ya lo intentamos.
— Pues córtenle el dedo si es necesario.
— Pero, señor...
— ¿No entienden que si el rey muere todos estaremos perdidos? ¡Nuestro mundo caerá en la oscuridad y desaparecerá irremisiblemente!
Yo quise moverme, pero estaba paralizada, no podía abrir los ojos, ni siquiera hablar... ellos iban a cortarme el dedo. Me sentía desesperada, el miedo me embargaba y mi cuerpo seguía sin moverse. Alguien tomó mi mano izquierda, inerte, y apoyó algo metálico y frío en mi anular. Creí que sentiría el dolor inmediatamente; sin embargo, no sucedió. No pude saber qué era lo que pasaba, solo oí el sonido de objetos caer y personas lanzar exclamaciones, como si se hubieran caído o estrellado.
— No creo que sea posible, mi Señor — dijo una voz ahogada, y entendí que algo les había impedido herirme.
Hubo un silencio momentáneo.
— Llevémosla junto a él, tal vez con el contacto de la sortija sea suficiente.
Un movimiento brusco me sacudió, seguido de los pasos de varias personas. Me di cuenta de que estaba en una pequeña jaula o cajón, puesto que quienes me transportaban no tocaban mi cuerpo, el vaivén aumentaba el dolor en los lugares donde me hallaba apoyada. Me trasladaron algunos minutos, mi estado de confusión me impedía calcular bien el tiempo. Me depositaron nuevamente en el suelo sobre algo húmedo.
Alguien tomó mi brazo y colocó mi mano sobre un cuerpo, no tenía temperatura, era como tocar a una persona que había pasado frío. Su piel era suave y me produjo un estremecimiento.
El anillo en mi mano irradió calor y una ola tibia se expandió desde el dedo donde lo tenía, hacia el resto de mi cuerpo. El dolor cesó y pude despertar, abrí los ojos y vi al hombre por el cual me habían llevado hasta allí, vi al rey.
Delante de mí, sobre un camastro, en una sala llena de otras personas heridas, se encontraba un hombre muy alto y de cuerpo fornido. Lo primero que noté es que en medio de su pecho había un agujero, y aquella humedad que sentí debajo de mí, debía ser su sangre, aunque era demasiado oscura y con un tinte violáceo. No tenía una venda, ni nada, su palidez era mortuoria y entendí por qué se sentía frío. Probablemente estaba muerto.
Un nudo se instaló en mi garganta sin entender por qué, y la sortija brilló, me sorprendió ver que ya no se veía oxidada, sino que era de oro y plata muy pulidos y una piedra verde oscura se lucía en el frente de ella. Se hallaba cubierta de pequeñas inscripciones, de las cuales salía esa luz, no era intensa, pero era visible y esta luminiscencia pasó de mi mano, que estaba apoyada en el brazo de aquella persona, y lo recorrió por completo.
El rey dio una inspiración profunda, pero no se despertó.
— ¡El cielo nos bendice! — Exclamó el hombre de la voz aguda.
Observé al rey, no podía verlo bien porque yo estaba en el suelo, sentada en una pequeña jaula de cincuenta centímetros de ancho por un metro de altura aproximadamente. Pero pude apreciar su perfil perfecto, su mandíbula fuerte y su abundante cabello negro, se notaba un hombre atractivo. Su piel, además, tenía una suavidad inusual. Debía ser muy alto, puesto que sus pies sobresalían de la camilla.
La luz del anillo se apagó.
— Llévenla al pórtico principal — ordenó el mismo que había lanzado la bendición momentos antes, un anciano de porte militar, cabello blanco y fríos ojos grises.
Mientras me sacaban estudié el lugar, se notaba que habían pasado por una batalla recientemente, porque estaba lleno de heridos y personas que iban y venían corriendo. Salimos a un pasillo angosto, de unos cien metros de longitud. Pude notar que el sitio donde estábamos era como una enfermería u hospital y por delante de nosotros había una puerta que conectaba a un gran patio. Al salir hacia allí, el aire era gélido. En frente se erguía un inmenso castillo, se veía antiguo y estaba rodeado de aquel patio enorme entre murallas.