La sortija de Médora

Capítulo 7

Marla

 

Un dolor agudo en mi hombro me despertó haciéndome lanzar un aullido. Observé mi brazo manchado de sangre y, al buscar lo que me había herido, descubrí pájaros negros alrededor, cuervos. Rápidamente, los ahuyenté dando manotazos al aire y fueron a pararse sobre la muralla.

 

Hacía frío y aún estaba oscuro. O no había dormido nada o lo había hecho todo el día. O tal vez en el mundo de los sueños solo hay noche. No imaginaba cuantas horas habían pasado, pero sentí ganas de orinar.

 

Observé los alrededores, la gente seguía caminando lejos, sin mirarme directamente, ¿quizá debería hacer mis necesidades en la jaula? ¿Tal vez tenían miedo de que mis heces les cayeran encima? Sonreí ante mi escatológico pensamiento, si yo estuviera en su lugar, temería lo mismo. Al menos yo no era un hombre que podía jugar al "a ver si le atino". “Me estoy volviendo loca”, me reí patéticamente de mí misma. También tenía hambre.

 

Los mismos hombres que me habían colgado allí se acercaban, quizá podría pedirles que me acercaran a un baño. Pero... no hablaba su idioma, ¿cómo me haría entender? La pequeña celda se sacudió y mi estómago se oprimió del vértigo cuando me dejaron caer, y lancé una exclamación. Afortunadamente, la jaula no tocó el piso, puesto que fue detenida. Los guardias se rieron y comenzaron a llevarme.

 

— Yo... — la palabra que salió de mi boca era extraña a mis oídos, pero sabía lo que decía. — Yo... quisiera — por dios, ¡podía hablar su idioma! — Yo quisiera... orinar...

 

— Tendrás que apañártelas allí, bruja.

 

Llegamos al lugar donde el rey aún se encontraba tendido con aquel agujero en el pecho, aunque ya no sangraba y parecía más pequeño, no se le veía para nada bien.

 

Al otro lado de la cama, había una mujer acariciando el cabello del rey, era extremadamente hermosa, vestía de manera poco femenina, su pelo rojo con mechas rubias era muy llamativo y lo llevaba corto, rapado en la nuca.

 

— Tócalo, bruja — habló el anciano que apareció por detrás de mí.

 

— Quiero orinar — dije cruzando mis brazos para esconder mis manos.

 

— No nos importa, obedece — gruñó.

 

Yo debía aprovechar esta oportunidad si no quería luego hacerme encima.

 

— Si no me llevan a hacer mis necesidades, ahora los maldeciré, incluido su estúpido rey.

 

La mujer me miró con ira y me sorprendió ver que sus grandes ojos eran del mismo color que su pelo.

 

Uno de los soldados puso la punta de su sable en mi cuello, pensé que sería mi fin, pero el anciano intervino.

 

— Llévenla, y que sea rápido — exigió mirándome.

 

El lugar al que me dirigieron no se encontraba muy lejos, solo un par de metros saliendo por el pasillo, hacia el lado contrario del patio. Parecían los baños de la escuela en la que trabajaba, es lógico que en los sueños aparezcan lugares similares a los de la vigilia, ¿o no? La diferencia, además de que nada estaba pintado, puesto que todo era rústico de madera y piedra, era que no había retrete, sino una suerte de letrinas, un sitio para apoyar los pies y un agujero.

 

La jaula se abrió y caí al piso de tan acalambrada que estaba.

 

— Apresúrate, maldita — dijo uno de los soldados levantándome y lanzándome dentro de un cubículo.

 

Ambos tenían las espadas desenfundadas apuntando hacia mí y tuve que hacer mis necesidades con ellos mirándome. Desnuda, orinando ante extraños, si no fuera porque solo había odio en sus ojos, la situación hubiera podido ser mucho más humillante.

 

Me metieron a la jaula, más rápido de lo que me sacaron, y pronto estuve junto al moribundo, con mi mano sobre él, emanando del anillo aquella cálida energía. Una vez que la luz cesó, me llevaron nuevamente al pórtico principal.

 

Un cuervo graznó e instintivamente, toqué el lugar donde una de esas aves me hiriera, y noté que la lesión ya no estaba allí. Aquella luminiscencia mágica, me había sanado a mí también. “Aunque evidentemente no me quitó el hambre”, pensé ante un gruñido de mi estómago. Pero al menos no tendría ganas de ir al baño por varias horas.

 

Intenté dormir, pero hacía demasiado frío y cada vez que lograba dormitar, alguno de esos pájaros trataba de comer una parte de mí.

 

Observé a la gente pasar, llevaban sobre sus hombros capas, de piel o lana, gruesas, que no se cerraban por completo. Noté que las mujeres de aquel mundo eran altas y voluptuosas y por debajo del abrigo usaban vestiduras sueltas y delicadas, de telas muy finas. Al rememorar las personas que atendían a los heridos entendí por qué no les llamaba la atención mi desnudez, ellos casi no se cubrían el cuerpo. Los hombres, también iban ligeros de ropa, algunos me recordaban a gladiadores, seguramente eran militares.

 

Con el paso del tiempo también comprendí que no se haría de día nunca y llegaron a mi mente las palabras del manuscrito, el sol había dejado de salir. ¿Estaba en el mundo del que se hablaba en aquel diario? ¿Era Ravenia la bruja con la que me confundían?

 

Ir a curar al rey y aprovechar la oportunidad para orinar antes de volver a estar colgada ante aquella puerta, se repetía cíclicamente. En este contexto, en el que no podía más que esperar que se cumpliera mi destino, me dediqué a prestar atención al entorno y a las actividades de los transeuntes, algunos llevaban canastas como de compras, otros, bandejas de alimentos o bebidas, que probablemente serían para los heridos del hospital...

 

Había horas en que el tránsito de gente era mayor y otras en que no pasaba casi nadie y en ese momento fue que pasó lo impensable. Una pareja ingresó por la puerta principal al patio, ellos estaban besándose y de pronto se detuvieron. Cuando lo hicieron noté que sus manos se exploraban mutuamente de manera muy íntima, por debajo de sus abrigos. Pensé que se irían pronto, puesto que se veían urgidos, pero no fue así. Se acercaron a una de las paredes y se enredaron el uno con el otro de una forma muy sensual, me sonrojé al darme cuenta de que lo harían allí mismo. Voltee mi cabeza y fingí dormir.




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