La sortija de Médora

Capítulo 8

Ingram

 

 

Abrí los ojos, sintiéndome como si hubiera dormido más de la cuenta, era obvio que lo había hecho, puesto que desperté en el hospital del castillo. De inmediato recordé la flecha en mi pecho, y al tocarme noté que ya no estaba allí, apenas se veía una cicatriz pequeña; sin embargo, debería estar muerto. ¿Sería que había recobrado el anillo? Miré mis manos y no lo encontré. ¿Qué habría pasado con Ravenia?

 

— ¡Enfermera, Liber! — Gritó un soldado que se hallaba en una litera cerca de mí. — ¡Llame al principal! ¡El rey ha despertado!

 

Intenté sentarme, pero casi instantáneamente tuve a dos mujeres sobre mí.

 

— Mi señor...

 

Detrás de ellas aparecieron Loid, el principal sanador, y Albrech, mi mano derecha de guerra. Volví a intentar sentarme y esta vez una de las mujeres me abrazó por los hombros para que no lo hiciera.

 

— Aún no estás por completo curado, mi Señor.

 

— Liber, suéltame — ordené, y me senté al borde de la cama. — ¿Dónde está ella?

 

Sabía que tendría que estar en el castillo porque, de no ser por la sortija, yo no podría haberme recuperado de aquella herida.

 

— Haz que la traigan — dijo Loid a Albrech, el cual desapareció raudamente.

 

— ¿Cuánto tiempo ha pasado?

 

— Las horas que suman cinco días, señor.

 

— ¿Ella me ha curado?

 

— Sí, no hemos podido quitarle el anillo.

 

— ¿Lo lleva puesto?

 

— Sí. La magia se activó cuando el anillo lo tocó a usted, señor.

 

— Entiendo.

 

Albrech volvió a entrar, seguido de sus soldados, que traían a la bruja en una gayola pequeña. Se veía muy delgada en comparación a lo que recordaba, su cuerpo estaba lleno de suciedad, probablemente barro del río. Su cabello, enmarañado y oscuro, caía suelto hasta la mitad de su espalda, esto también me llamó la atención, puesto que el de Ravenia tocaba su cadera. Mantenía la frente apoyada en sus rodillas, las cuales envolvía con sus brazos, ya que de otra manera no cabría en la jaula en la que la habían colocado.

 

Lo peor fue cuando levantó la mirada hacia mí, y confirme lo que temía, esta mujer no era Ravenia. En el momento en que la colocaron frente a mí extendí mi mano y tomé su mentón para estudiarla. Se veía y olía atemorizada; el rostro era el mismo, pero sus ojos, verdes con partes marrones, no eran los de la bruja. ¿Y si fuera ella y hubiera cambiado el color de sus iris con algún hechizo?

 

— ¿Cuál es tu nombre, mujer?

 

Ella no respondió. Su corazón se oía desbocado, era obvio que me temía y no tenía idea del poder que había en su mano.

 

— Respóndeme — insistí mientras continuaba estudiando sus facciones delicadas, sus orejas diferentes a las nuestras, sus ojos de distintos colores, en el ojo izquierdo tenía una pequeña fracción de color azul.

 

— Yo... — la voz de la mujer se quebró. — Yo... no lo recuerdo.

 

Una lágrima rodó por el rostro femenino.

 

— ¿Cómo llegaste hasta aquí?

 

— No sé... no... no sé... — No era la voz de la bruja tampoco.

 

Tuve que esforzarme para dejar de ver sus extraños ojos y me fijé en el anillo que brillaba en su mano.

 

— Devuélveme mi anillo — le ordené.

 

Ella cerró el puño y pareció dudar.

 

— No.

 

— ¿No? ¿Para qué lo quieres? Eres una esclava y ahora que me he recuperado podría matarte y quitártelo, ¿no aprecias tu vida?

 

Ella volvió a hacer silencio antes de responder.

 

— Porque aprecio mi vida, no te lo daré. Si pudieras obtenerlo de la manera que dices lo habrías hecho ya.

 

Ella tenía razón, sonreí ante su razonamiento.

 

— Llévenla al sector de las mujeres, que la higienicen y le den vestiduras decentes y una habitación. Estará confinada allí, hasta que decida qué hacer con ella. También que la alimenten.

 

Albrech se fue con la mujer y los soldados y quedé a solas con Loid y Libber.

 

— Liber, búscame ropa, por favor.

 

La mujer se marchó y continué hablando con el principal.

 

— Te has dado cuenta de lo que sucede, ¿verdad? — Pregunté al sanador.

 

Loid se sentó a mi lado.

 

— Sí. La lluvia cesó, apenas trajeron a la mujer.

 

Esperamos un momento y Liber llegó con mis vestiduras. Aunque aún tenía dolor, necesitaba hablar con el principal de lo que estaba sucediendo, de esta mujer que había aparecido en lugar de Ravenia, del anillo en su mano, y de lo que eso significaba.

 

Caminamos por el pasillo hasta el patio, lo cruzamos, nos dirigimos hacia el castillo y entramos en la primera biblioteca para poder hablar a solas.

 

— Esta mujer no es de aquí, viene del otro lado. ¿Crees que Ravenia ha cambiado lugares con ella? — Expresé mis dudas a Loid.

 

Nos acomodamos ante el escritorio.

 

— Es lo más seguro, y de ser así, la mujer no podrá volver a su mundo... Además, el anillo de Médora la ha reclamado, definitivamente no se podrá ir. Hay luz en su interior.

 

— ¿La luz y las tinieblas se han equilibrado?

 

— Todavía no, pero la oscuridad ha frenado su avance.

 

— Eso significa que aún hay algo más por hacer, ¿o no?

 

— Un rey nocturno y una reina diurna — murmuró Loid dejando flotar la idea de que volviera a casarme.

 

— Pero la sortija está en cuidado de mi familia desde tiempos inmemoriales.

 

— Debes hacerla tu esposa y que te dé hijos, Ingram. Es la única solución.

 

— Si ella está en lugar de Ravenia, técnicamente es mi esposa ya, ¿o no?




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