Marla
Luego de ir al baño, estaba regresando a la habitación que me habían asignado, cuando vi a Selenia venir hacia mí, desde la cocina.
— Mi señora — dijo deteniéndose en la puerta de mi cuarto.
— ¿Sí, Selenia?
— He pensado, que si quiere usted un libro, tal vez yo pueda traérselo — se ofreció amablemente.
— Sería genial — respondí sonriendo.
— ¿Qué clase de libro le gustaría?
— Alguno que me hable de las costumbres de este lugar, de los diurnos y todo eso que me dijiste hace rato.
— Bien, creo que sé lo que puede ser...
Ella se fue y yo entré en la habitación, me senté en la cama y volví a reflexionar sobre lo que me trajo a este lugar, giré el anillo en mi dedo, por más que quisiera no salía, tal vez el rey podría quitármelo o conocer la forma en que pudiera hacerlo, si ya no tenía la sortija seguramente podría regresar a mi vida normal.
¿O sería que mi vida ahora transcurría dentro de un sueño? Todo parecía demasiado real para serlo. Los colores, las percepciones físicas, el tiempo era perfectamente lineal. O tal vez me había vuelto loca de tanto leer, tal vez en algún momento abriría los ojos y me encontraría en un hospital psiquiátrico, con una camisa de fuerza, en una de esas habitaciones blancas de las películas... sonreí ante tal pensamiento, pero a la vez... Me dio una congoja terrible, “tal vez verdaderamente no hay ninguna magia aquí y estoy loca... desquiciada...”
Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, me tiré en el lecho y abrazando un almohadón quise obligarme a dormir, pero no podía parar de llorar. Quería despertar en mi cama, en mi pequeño departamento gris, en mi aburrido y patético mundo... yo era feliz con mi vida de maestra de secundaria, lectora ávida, y solitaria empedernida... “quiero volver a casa...”
La puerta se abrió y me incorporé pensando que era Selenia con el libro que me había prometido. Pero no fue así... allí estaba ese... ser, el rey Ingram. De pie se veía más grande e intimidante de lo que recordaba.
Me limpié el rostro y me puse de pie delante de él para no sentirme tan pequeña.
— Me informaron que querías verme — habló con voz grave, sus ojos negros parecían las profundidades del abismo, me absorbían.
— Yo... yo pensaba, que... ta... tal vez usted... — no entendía por qué tartamudeaba, siempre me había expresado muy bien. — Que usted podría decirme cómo quitarme el anillo.
Le extendí la mano torpemente. El no hizo ningún ademán de tomar mi mano ni de acercarse a mí, sentí que me miraba casi con asco, pero su expresión era pétrea.
— Nada puede quitártelo si tu misma no puedes — declaró.
— Lo he intentado muchas... muchas veces — mi voz seguía temblando, y me percaté de que mi cuerpo también temblaba ante su presencia. ¿Sería que los escritos de Ravenia me habrían afectado? ¿Estaba pensando que este hombre gigantesco me haría daño?
— ¿Cómo has llegado aquí? ¿Y cómo obtuviste la sortija?
Me sorprendieron sus preguntas, él sabía que yo no era Ravenia y que no pertenecía a este mundo.
— Me regalaron un manuscrito antiguo... — comencé a relatar, — y el anillo estaba dentro... Yo... yo me lo probé, tontamente, se veía muy viejo y sucio, pensé... no sé qué pensé... pero nunca imaginé que había algo malo con él hasta que no pude quitármelo... Entonces... quise leer el libro y me caí... al despertar estaba en la jaula, no recuerdo nada más.
— ¿Cuál es tu nombre, mujer?
— Yo... no puedo pronunciarlo, cuando... cuando lo quiero decir, mi voz enmudece, no sé por qué... yo...
Dejé de hablar porque mi voz se quebró y tuve miedo de llorar. Ingram se acercó a mí y tomó mi mano con la sortija, al tocarme sentí que su piel era lo más maravilloso que había tocado nunca, y una sensación agradable me recorrió desde la sortija hacia el resto de mi cuerpo, algo mágico se activaba cuando el anillo tomaba contacto con el rey. Aquella magia me reconfortó rápidamente quitando todo pesar de mi pecho, la angustia se fue y un sentimiento de gozo me inundó.
— Acompáñame — dijo, y me llevó sin soltar mi mano.
Pasamos hacia el pasillo y me condujo un par de pisos abajo. Me esforcé por ser cuidadosa y no tropezar, levantando un poco la falda con mi mano libre. Me costaba mucho andar, por estar descalza. Cruzamos un gran salón y salimos al patio que recordaba. Desde ahí me guió hasta el hospital, no entramos en la misma habitación en la que él había estado, sino que continuamos más al interior e ingresamos en una sala, en la cual todos los pacientes estaban inconscientes, había allí solo una enfermera o lo que sería una enfermera o doctora en mi mundo.
El rey soltó mi mano y se detuvo ante el primero de ellos. Era un hombre de cabellos claros, se veía con una palidez antinatural.
— Todos ellos están así desde que Ravenia se llevó la sortija de Médora.
— ¿Ellos son los diurnos de los que me habló Selenia? — Pregunté entrecruzando mis dedos sintiéndome invadida por una terrible sensación de vacío.
— Sí.
— Pero si el sol se ocultó cuando el anillo salió de aquí ¿por qué no ha regresado?
— La sortija estaba en mi mano. Yo mismo se lo di a Ravenia como prueba de mi amor, pues era mi esposa.
— Y ella se fue, llevándose la joya...
— Sí. Todo esto es mi culpa, nunca debí atender a sus peticiones.
Él hablaba con la mirada fija en el enfermo delante nuestro.
— Ella te había hechizado con una poción... — dije recordando lo que había leído.