En aquel pueblo todo el día ha estado lloviendo, dejando el aire limpio y muy fresco, pero sus calles llenas de agua hacían que el tránsito de las personas sea muy lento para no encharcar sus calzados. Debido a la intensa lluvia, la temperatura ha bajado tanto que comienza a hacer frío. Ya está entrando la temporada más fría del año y muchos en el pueblo de San Miguel se preparan para las fiestas más esperadas para ellos. En donde se reúne la familia alrededor de comidas y muchos regalos.
Sin embargo, hay otros que no tienen ni idea de qué va a pasar con ellos. En la parte más apartada, la más lúgubre y pobre de aquel pueblo, todo es diferente.
El sol se está ocultando y poco a poco oscurece y en medio de la noche aparecen los gatos callejeros hambrientos que inundan las calles y escondida entre barriles de basura y escombros, una joven se escabulle con mucho cuidado para no hacer ningún ruido y le tapa la boca a un gatito que solo lucha por salir de sus manos.
— ¡Cállate, Micha! — dice en voz bajita y temblorosa. Su corazón está lleno de terror ante las consecuencias de que sea atrapada—. Sí ese hombre nos descubren, estaremos fritas.
En silencio y temblorosa, mete a la pequeña gata entre su blusa y se escurre como si se tratase de una serpiente en medio de la oscuridad. Ella es semejante a una sombra pasajera.
Un bote de basura resonó en el silencio de aquel oscuro callejón y ella se frenó, helada como un témpano de hielo. Cerró los ojos con fuerza y aguantó la respiración, llevándose las manos a la boca para no gritar de miedo.
Segundos después volvió a respirar y se sintió un poco segura por unos instantes. Sus manos temblorosas revisaron a la bella gata de ojos azules que solo la miró.
—¡Viste Michi! — murmuró—. Por estarte de desobediente casi que nos pillan — le dijo ella al animalito—. No deberías comer ratones ajenos, pues como son ajenos, no son tuyos. ¿Acaso no entiendes? Las cosas ajenas no se tocan, no se miran y más cuando son hombre o mujeres.
La joven decía aquello en voz bajita a la gata, que solamente la miraba con sus enormes ojos azules. La chica se acomodó pegada a una enorme bolsa negra que contenía basura. La asustadiza joven pensaba que podría salir airosa de aquel problema tan grande que tenía.
De repente, un ruido, una caneca de basura, salió volando por los aires y estrellándose cerca del escondite. Ella, al verla y oírla, perdió el color de su rostro y aguantó la respiración.
— ¿La encontraste? — se escuchó la voz de una mujer. Su voz entrecortada por la agitación está cargada de preocupación—. Tenemos que encontrarla o estamos en tremendo lío.
La chiquilla se escurrió aún más para hacerse invisible entre la basura.
—Esa maldita mocosa, pero cuando la encuentre... juro que la voy a matar a palos — gruñó el hombre malhumorado que buscaba a esa joven que se escondía con el corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho.
— ¡Vamos! — dijo la mujer furiosa, después de meditar un poco. El cansancio la vence a seguir en aquella lucha imposible.
—Pero— protestó el hombre de ojos azules. Esa mujercita le encantaba para muchas cosas y por un malentendido logró huir de su lado—. Es mejor que la encontremos.
—Bah, si ella se fue, es hasta mejor. Estoy cansada de cuidar a una muerta de hambre...
—Pero ella no es la hija de...
—No, ella es solo una maldita aparecida. Una chiquilla que recogí de un basurero.
—Pensé que era tu hija de sangre— dijo con asombro—. Ya tendrás hambre y frío, maldita, mocosa.
El hombre gruñó las palabras mirando a su esposa.
— Ya verás llegando a mi puerta y pidiendo un pedazo de pan y entonces nos las pagarás todas—ella solo sonrió
La pareja se fue alejando en medio de las penumbras de la noche y la chica se tranquilizó. Muy lentamente se deslizó por el suelo hasta quedar sentada en medio de una montaña de basura que la ocultaba de sus perseguidores.
Ella huía de una supuesta madre y su padrastro, un hombre abusivo que solo la explotaban con trabajo y ahora él quería otras cosas de ella, y eso era algo que Milagros nunca iba a permitir.
La gata maulló.
— ¡Cállate, Micha! —le dijo la joven a la gata que trataba de salirse de su blusa.
A la mañana siguiente, después de robar una cartera, sacar el dinero y comer algo de pan y café tomó una decisión.
—Tengo que irme de este lugar— dijo mirando la cartera que se había robado. Melisa Rodríguez decía el nombre de la identificación. Tenía la misma edad y cierta semejanza como la imagen. Después de darse de ducharse en un baño público salió con ideas claras de lo que piensa hacer de ahora en adelante.
—Este será mi nuevo nombre— dijo llegando hasta el paradero de buses. Agarrando con fuerza la bolsa plástica donde lleva varios cambios de ropa y lo único que su padre le dejó al morir. Era una cadena que tenía un corazón y una letra mayúscula M. Lo curioso de ese corazón era que se podía abrir, pero ella nunca encontró la pequeña llavecita.
La joven mira con nostalgia su bello San Miguel, que se le volvió un infierno, es lo mejor que ella puede hacer para mantenerse a salvo de su padrastro, luego hará lo posible por saber quiénes son en verdad sus padres. San Miguel, un pueblo que la vio nacer, pero también la vio morir cuando su padre murió en esa mina llevándose en su corazón los secretos más grandes.
—Adiós, San Miguel— murmuró llena de tristeza y angustia. Salía de donde era muy conocida a un lugar donde nadie sabía de ella, pero que realmente la estaban buscando.
Editado: 23.08.2025