Los ojos del imponente empresario Matías Lombardo miran con atención a los jugadores que se encuentran en el campo de golf, el cual parece un lienzo verde donde la naturaleza expresa su hermosura.
Aunque su atención está sobre la figura de aquella mujer vestida con una minifalda blanca deportiva. Sonríe al ver cómo balancea la cadera de un lado a otro para acomodar bien el palo de golf sobre la pelota. Cada movimiento que la joven realiza lo hace de manera sensual y atrevida y eso a él le encanta de su prometida.
Él se encuentra en una de las mesas del lugar, el club campestre donde se lleva a cabo una de las eliminatorias del torneo de la ciudad. Ese lugar solamente son para las personas importantes y adineradas de la ciudad de Olmos.
—Buenos días, señor Lombardo — dijo la joven que se acerca con una bandeja con varias tazas de café—. Aquí está lo que usted solicitó.
Ella, con elegancia y cierta coquetería, colocó la bandeja sobre la mesa, inclinando bastante su pecho para mostrarle a él sus prominentes senos, pero este hombre estaba tan embelesado mirando a la mujer que jugar golf que ni siquiera le prestó atención.
Los aplausos hicieron que él se levantara y también se contagiara de la alegría de la mujer que había logrado hacer una jugada impecable, dándole el primer lugar de aquella ronda de juegos.
— ¡Bravo! — gritó él aplaudiendo y acercándose a la mujer a la cual abrazó y besó de manera apasionada—. ¡Te felicito, mi Yomaira! ¡Eres la mejor de todas!
Una joven alta, de cabellos negros largos hasta la cintura, con una mirada profunda y turbia que al verlo le sonrió con cierta coquetería cuando él abrazó. Ella se pegó sin dar espacio entre sus cuerpos, excitándolo, como ella sabe hacerlo. Siempre dominado y a sus pies.
—Espero que muy pronto nos casemos y todo esto será solamente tuyo, mi amor – le dijo rozando su boca con sus labios.
El hombre excitado rio de buena gana. Eso era lo que ella siempre le decía cuando ganaba alguno de los juegos que tenía pendiente.
—Tu amor y tu cuerpo siempre han sido míos – la beso con pasión—. Solo tu tiempo es lo podemos negociar.
—Ahora tengo tiempo— dijo ella entregando todo al caddie.
Ambos se fueron a almorzar.
— ¡Esto está delicioso! — exclamó la mujer llena de satisfacción.
De repente, una llamada interrumpió aquel momento romántico. No le gustó la expresión de él al escuchar lo que le decían a través de la línea.
Yomaira lo miró a los ojos furiosos cuando le leyó en la pantalla la palabra clínica. Ella odiaba al viejo porque siempre la mantenía vigilada y demostraba mucha desconfianza. No le daba en ningún momento paz.
— ¿Cuándo vas a dejar de ser su lacayo? — preguntó molesta la mujer.
Él, al oírla, se estremeció. No sabía que ella tuviera un concepto tan bajo y errado de su relación con su padrino. Mirándola a los ojos, colocó el cubierto sobre la mesa y con elegancia se limpió la comisura de los labios. Le molestaba que ella no entendiera lo que era amor genuino, respeto, lealtad y sobre todo agradecimiento.
—Vamos a aclarar algo. Yo no soy el lacayo de él ni de nadie — le contestó con una brusquedad contenida —. Vivo agradecido porque gracias a él pude tener una familia. Lastimosamente, mis padres murieron en un accidente y él me tomó bajo su protección. Cuido de mí, desde que era un niño, y ahora soy quien soy, es gracias a su amor.
Yomaira se limpió los labios. Sus ojos relampaguean de la ira que siente. Odiaba a Alejandro Manchego con toda el alma.
— ¡Por su culpa no nos hemos casado! — exclamó ella.
—Él no tiene nada que ver— recalcó el hombre—. Es mi decisión, no de él con quien me caso o no. Solo estoy terminado un trabajo, solo eso.
Ella resopló y apartó el plato. Su delicioso almuerzo se había arruinado.
—Trabajo. Por estar enredado en esa maldita cruzada de buscar a una persona que a lo mejor ya está muerta— continuó la mujer sin esconder su inconformidad—. ¿No crees que estás perdiendo un tiempo valioso? Podríamos estar organizando nuestra boda. Tu padrino siempre ha sido el obstáculo para que tú y yo nos casemos. Matías, estoy cansada de esto.
El hombre perdió el apetito y retiró su plato. La conversación siempre llegaban a ese mismo punto muerto.
Matías se levantó en silencio, mirándola fijamente.
—Yomaira, yo te quiero y muchísimo, pero nunca me pongas a escoger entre mi padrino y tú. Tú tienes todo de mí. Mi amor, mi tiempo, mi dedicación. Él, es un padre para mí y yo a mi padre no lo abandonaré por nada ni nadie. Quiero que eso lo mantengas siempre claro. Así como soy leal contigo, lo soy con él y más cuando fue él quien dio la oportunidad de ser quien soy hoy en la vida.
Yomaira apretó las manos y sus dientes rechinaron por la furia incontrolable que aprisiona dentro de ella. No puede darse el lujo de que él la abandone, y más por ese decrépito viejo.
Matías, al terminar de hablar, se giró sobre sus talones y sacó su teléfono para llamar a uno de sus guardaespaldas.
—Jason, por favor, lleva a la señorita Almanza al apartamento y mantente siempre a la expectativa de lo que ella necesite.
Dio la orden.
—Sí, señor — dijo Jason.
Mientras que Jason lleva a Yomaira al apartamento que él le paga, se dirigió a la clínica especialista en cardiología.
Al llegar, caminó rápidamente por aquellas zonas abarrotadas de pacientes. Al cruzar la zona de urgencia, se dirigió a la recepción para preguntar por la salud de su padrino.
— ¡Buenas tardes! ¿Cómo sigue el señor Alejandro Manchego? — le preguntó a la joven recepcionista—. Recibí una llamada de urgencia.
Esta empezó a buscar en el computador y a leer la información.
—El señor Manchego tuvo una recaída al mediodía, pero ya fue estabilizado. Por eso se le hizo llamar, él solicitó hablar con usted urgentemente. Usted es su único pariente.
Matías frunció el ceño.
Editado: 23.08.2025