Matías esperó pacientemente que el hombre durmiera por lo menos una hora. Mientras que Alejandro descansaba, se dedicó a trabajar en los asuntos de sus empresas. Se acomodó en uno de los sillones de la habitación y con Tablet y el teléfono en mano daba órdenes.
— Tobías, es justo que hagas lo que te estoy comentando — dijo él—. Necesito que esos socios sigan en nuestro hotel. Ellos nos presionan con las acciones porque piensan que mi padrino va a morir. Solo quieren causar, es miedo para que las acciones caigan...
Cuando de pronto él vio que Alejandro abría los ojos y miraba con una inmensa tristeza.
—Hablamos más tarde— cortó la llamada y sin perder tiempo se levantó y se dirigió a la cama del viejo. Tomó la mano frágil y la sostuvo entre la suya.
— ¿Cómo te sientes?, padrino? —preguntó con voz pausada y hablándole de manera cariñosa.
—Ay, hijito mío— murmuró apagado y con esfuerzo—. Siento que voy a morir y no voy a ver realizado mi último deseo.
Mientras que el hombre mayor habla, sus lágrimas se escapaban de sus cansados ojos empapando su rostro.
—Yo solo deseo ver un milagro, quiero ver a mi nieta querida. Es lo único que deseo en estos momentos— dijo Alejandro—. Quiero darle la oportunidad que ella, como hija de mi hijo Leonardo, merece. Ellos deben estar sufriendo en el más allá por haber perdido a su hijita.
Matías tragó con fuerza, porque podía sentir al escucharlo el inmenso dolor y la tristeza de su padrino. Un nudo se le hizo en la garganta.
— Yo la he buscado por cielo y tierra, pero no la encuentro. Hemos viajado a las tierras de San Miguel, pero nadie da razón de ella. Solo nos dicen que Luz Milagro murió al nacer la niña y que Leonardo le pagaba a una mujer para que la cuidara mientras que él trabajaba en la mina.
Según informaron, él ya estaba por regresar a Olmos con la pequeñita, pero la desgracia lo alcanzó en el derrumbe.
—Y la mujer que la cuidaba, ¿no la encontraron? — preguntó el anciano.
—Ella desapareció. Esa mujer se llama Estela, pero se fue del pueblo hace más de seis meses y no se sabe nada de ella. Es la única que nos podría dar información de su nieta. En el pueblo dicen que la recogió y la crio como una hija, pero ambas han desaparecido.
El viejo cerró los ojos y sus lágrimas comenzaron a rodar por su rostro.
— ¡Prométeme algo, Matías! — dijo el viejo agarrando con fuerza la mano que su ahijado le sostenía.
—Lo que tú quieras, padrino. Tú sabes que yo te amo como mi padre— le dijo el joven, lleno de emoción y tristeza.
—Encuéntrala, es lo único que quiero. No voy a estar tranquilo hasta el día en que yo la vea a mi nieta. Hasta ese día es que voy a descansar.
Matías tragó con fuerza. Era una promesa un tanto imposible. Lleva tiempo buscando a la huérfana, pero no lo ha logrado.
—Tranquilo, padrino— suspiró antes de seguir hablando—. Yo te prometo que la voy a seguir buscando y apenas la encuentre, la traeré a aquí. Y ella no se irá más nunca de tu lado.
Alejando sonrió al oír sus palabras y lentamente cerró los ojos y volvió a quedarse dormido. Matías lo acomodó con cuidado y caminó hacia una ventana que daba hacia una vía bastante transitada de la ciudad de Olmo. Con preocupación metió las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón y suspiró profundamente.
—La he buscado por todas partes y no la he podido hallar— murmuró pensativo.
Desde donde estaba vio por segunda vez a una mujer en un semáforo que vendía dulces. La mujer estaba andrajosa, sucia y muy necesitada. Recordó una foto de la esposa de Leonardo, Luz Milagro. Ella tenía el cabello como el fuego y unos verdes oscuros. Era una mujer muy bonita.
Al mirar a la joven que corre ante uno de los carros que se detiene para comprar. De repente, la gorra que esconde sus cabellos se la arranca la brisa y una llamarada sale de su cabeza.
—Es pelirroja— murmuró Matías ante aquel descubrimiento. Sus ojos brillan y una idea se le viene a la cabeza. Aunque es bastante descabella, es la mejor salida que tiene para poder cumplir el deseo de su padrino y también lograr casarse con su amada prometida.
Sin perder tiempo, sale al pasillo.
—Tobías, por favor, que organicen el Penthouse Dorado — ordenó— y está pendiente de la información que te voy a estar enviando. Necesito que eso lo dejes listo para hoy mismo.
—Sí, señor— dijo el asistente, sin importarle el poco tiempo que su jefe le está dando—. Se hará como usted lo especifique.
—Muy bien— murmuró Matías en medio del pasillo. Respiró profundo y regresó a la habitación. Miró que su padrino estuviera dormido y regresó a la ventana. La joven seguía corriendo de auto en auto para vender sus caramelos.
— «Ella es la indicada»— estaba lleno de preocupación —. «Ella es la mujer que puede ayudarme a darle la paz y tranquilidad que mi padrino tanto desea...».
Se giró y miró al hombre que duerme plácidamente, sin imaginar que, a sus espaldas, su ahijado está fraguando un plan que solo les traerá enredo y dolor.
Matías salió con la cabeza llena de ideas y mentiras.
—No quiero engañarte, padrino, pero quiero que cuando llegue la hora de tu muerte te vayas feliz y tranquilo. Yo creo que te lo mereces y asumiré las consecuencias de mis decisiones si algún día lo llegas a descubrir.
Caminó con pasos pesados y lento hacia donde se encuentra su auto.
El chófer, al verlo de inmediato, abre la puerta.
— ¿A la empresa o al hotel? — preguntó el hombre.
—Vamos hasta el semáforo y ahí te digo hacia dónde — dijo cortante y subió al auto en un pesado e incómodo silencio. Sus pensamientos lo abruman y un temor interno le corroe el alma.
Desde la distancia visualiza a la mujer y algo dentro de él le indica que es la mujer indicada para ese trabajo.
— ¡Solo espero no equivocarme! — dijo al bajar la ventanilla.
Editado: 23.08.2025