La noche en Londres tenía un brillo misterioso bajo la lluvia tenue que empapaba las aceras y difuminaba las luces de los edificios. Las sombras se alargaban y acortaban a medida que los taxis se deslizaban sobre el pavimento mojado, y la ciudad parecía casi dormida, aunque en su corazón latía un pulso imparable. Era precisamente esa paz engañosa lo que Katrina Morelli amaba de Londres.
Mientras la ciudad dormitaba, ella trabajaba. Sus movimientos eran precisos, calculados y silenciosos, como una bailarina ejecutando una coreografía ensayada mil veces.
Aquella noche, Katrina tenía un objetivo claro: la galería de arte Malborough, ubicada en una de las zonas más exclusivas del centro. No era la primera vez que consideraba ese lugar; había pasado meses planeando el golpe, cada detalle revisado una y otra vez. Había estudiado cada rincón, cada cámara de seguridad, cada salida de emergencia y cada posible falla en el sistema de seguridad.
Entrar no sería fácil. El edificio contaba con un sistema de seguridad de última tecnología y vigilantes privados que patrullaban regularmente. Sin embargo, Katrina sabía que nada era impenetrable, especialmente para alguien como ella.
La noche anterior había pasado sus últimas horas revisando una vez más el plano de la galería en su pequeño apartamento del este de Londres. Miraba el mapa con la misma devoción con la que un sacerdote observa sus escrituras. Finalmente, cuando estuvo convencida de que todo estaba listo, se permitió dormir unas pocas horas, y, al despertar, se preparó meticulosamente.
Vestía de negro de pies a cabeza: un traje ajustado que le permitía moverse con agilidad y en silencio, y que no dejaba huellas visibles. Su largo cabello oscuro lo llevó recogido, oculto bajo una capucha, y en sus bolsillos llevaba un equipo reducido pero eficaz: ganzúas, un mini láser para cortar vidrio, un dispositivo inhibidor de señales y una pequeña linterna de luz ultravioleta.
Cuando la medianoche llegó, Katrina estaba frente a la galería, oculta en la penumbra, observando el edificio como un depredador acecha a su presa. El corazón le latía con fuerza, pero sus manos permanecían firmes. Sabía que tenía aproximadamente una hora antes de que el siguiente guardia revisara el ala norte, donde se encontraba su objetivo: "La Dama de Escarlata", un cuadro renacentista valorado en millones.
Katrina activó el inhibidor de señales, que bloquearía las cámaras y las alarmas por unos minutos, el tiempo justo para realizar el golpe sin despertar sospechas. Se coló por una pequeña ventana que había dejado entreabierta la noche anterior, tras disfrazarse como asistente de la galería. Nada le causaba más satisfacción que saber que su trabajo comenzaba mucho antes del golpe.
Al pasar por el marco de la ventana, se deslizó al suelo de la galería y se movió con destreza por los pasillos, con la luz ultravioleta marcando el camino libre de sensores que había trazado. El aire estaba impregnado con el aroma a pintura y cera de los pisos, un olor familiar que siempre le daba un toque de nostalgia. Su vida estaba marcada por estos momentos robados en los que podía observar el arte de cerca, pero sin permitir que la conmoviera. "No te encariñes", se repetía siempre, tanto con las obras como con los lugares.
Al acercarse al ala donde estaba su objetivo, el silencio se volvió casi ensordecedor. La adrenalina la invadía, pero su rostro permanecía inexpresivo. Al llegar al cuadro, se detuvo un instante, maravillada. "La Dama de Escarlata" era una pieza exquisita, una mujer con un vestido rojo intenso y una mirada que parecía cruzar siglos hasta posarse en ella. Katrina sonrió apenas y comenzó su trabajo.
Usando el láser, cortó con precisión el vidrio que protegía la obra. Los minutos pasaban, y su cabeza hacía cálculos rápidos. Sabía que cada segundo contaba. Mientras realizaba la operación, escuchó un leve sonido de pasos en el pasillo contiguo. Su corazón se aceleró, pero sus manos no temblaron. Terminó de cortar el vidrio y deslizó con cuidado el cuadro fuera del marco.
Sin detenerse a admirarlo más, lo envolvió en una tela especial que tenía preparada y lo guardó en una bolsa de tamaño perfecto para transportarlo sin llamar la atención. Sabía que el tiempo se agotaba, y con su botín asegurado, se preparó para la salida. La misma ventana que usó para entrar era su única vía de escape, y tenía que volver a ella sin ser vista.
De regreso por el corredor, sus pies apenas rozaban el suelo. De repente, un guardia dobló la esquina frente a ella. Katrina reaccionó al instante, lanzándose hacia la sombra de una estatua cercana. Contuvo el aliento mientras el guardia avanzaba, sus pasos retumbando en el silencio de la galería. Cuando el hombre pasó de largo, ella volvió a moverse con la agilidad de un felino, sin mirar atrás.
Llegó a la ventana, y con la misma habilidad con la que había entrado, salió y cerró cuidadosamente el vidrio tras de sí. Una vez fuera, apagó el inhibidor de señales y se alejó por las calles de Londres, donde la noche la cubría como un manto protector.
Mientras caminaba, no podía evitar una sonrisa de satisfacción. Otro golpe perfecto. Nadie, ni siquiera los mejores de la policía, podrían rastrearla. Su nombre era un susurro en la boca de los pocos que sabían de ella, pero en el mundo de los ladrones, Katrina Morelli era una leyenda.
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Con el cuadro asegurado, Katrina se dirigió a su escondite temporal en las afueras de la ciudad. Era un pequeño apartamento que había alquilado bajo un nombre falso, sin ninguna conexión con su vida anterior. Allí, guardaba sus herramientas, documentos falsos y un ordenador encriptado donde almacenaba toda la información de sus trabajos. Sentada en su escritorio, observó "La Dama de Escarlata" a la luz de una lámpara.
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Editado: 21.11.2024