La noche posterior a su encuentro en La Dama en Llamas , Thomas Warren se encontraba en su pequeño apartamento de Londres, sentado frente a su escritorio, revisando una vez más los informes sobre Katrina Morelli. No podía quitarse de la cabeza la mirada que ella le había dirigido, esa mezcla de desafío y curiosidad, como si desde el primer instante hubiera sabido quién era él, y lo que estaba buscando. No era la primera vez que se enfrentaba a un criminal de alto perfil, pero algo en Katrina lo perturbaba más de lo habitual. Había algo en ella que parecía querer desafiar las reglas, algo que lo atraía de una forma que no podía explicar.
Tomó un sorbo de su café frío, el sabor amargo como el nudo en su estómago. No debía involucrarse emocionalmente, lo sabía. La misión era clara, pero Katrina Morelli no era un objetivo cualquiera. Era una mujer que jugaba un juego mucho más peligroso que el que él había imaginado al principio.
Habían pasado ya varias horas desde su encuentro en el club, y aún no podía dejar de pensar en ella. ¿Cómo lograría acercarse más sin poner en riesgo su misión? La respuesta parecía obvia: tenía que seducirla. No era la primera vez que Thomas usaba su atractivo para ganarse la confianza de alguien, pero con Katrina era diferente. Sabía que no bastaría con un par de sonrisas falsas y promesas vacías. Ella era más astuta que eso, más peligrosa.
Dejó los informes a un lado y se inclinó hacia adelante, mirando la pantalla de su computadora. Allí, en una serie de fotos tomadas en una subasta de arte reciente, vio algo que llamó su atención. Una de las pinturas más valiosas de la subasta había desaparecido justo antes de ser vendida, y los asistentes a la subasta no sabían cómo había ocurrido. Según los informes, Katrina había estado en ese evento, pero nadie la había visto salir con la obra. De hecho, nadie había notado que la pintura había desaparecido hasta mucho después de la subasta.
Eso era típico de Katrina. Su habilidad para desaparecer sin dejar rastro era legendaria. Ella no solo robaba por el valor de las piezas, sino que disfrutaba del desafío. Un robo limpio, sin testigos, sin huellas, sin nada que la vincule directamente con el crimen. Sin embargo, esta vez, algo no encajaba. Katrina había estado allí, pero no había sido vista. Algo más estaba pasando, y Thomas estaba decidido a descubrir qué.
La noche siguiente, Thomas se preparó para una nueva incursión. Tenía que ganarse la confianza de Katrina, y para ello necesitaba una nueva táctica. Mientras se arreglaba, pensó en sus opciones. Había escuchado rumores sobre una nueva exposición en el Museo Británico, una muestra de arte moderno que había causado cierto revuelo entre los coleccionistas y expertos. Sabía que si Katrina estuviera en Londres, ese sería el lugar donde más probabilidades tendría de encontrarla.
Se puso su traje oscuro, el que siempre usaba para esas misiones, y salió del apartamento con una determinación renovada.
El Museo Británico, con su majestuosa fachada, parecía el lugar perfecto para comenzar su plan. Thomas no era tonto. No pensaba que Katrina fuera a simplemente aparecer y caer en su trampa, pero la exposición podría ser el escenario ideal para interactuar con ella de manera casual, como si no tuviera ningún interés personal.
Lo que necesitaba era observarla, conocer su comportamiento, sus reacciones. Luego, el siguiente paso sería mucho más sencillo.
Cuando llegó al museo, el aire fresco de la noche le golpeó el rostro, y se detuvo unos segundos para admirar la arquitectura clásica del edificio. Sabía que, en realidad, lo que estaba buscando era una pista, algo que lo guiaría hacia la siguiente jugada en este complicado juego.
Entró al museo y comenzó a recorrer las salas, disfrutando de las pinturas, pero sin perder de vista a cada persona que pasaba cerca. Era un lugar lleno de arte y cultura, pero en ese momento, todo lo que importaba era encontrar a Katrina.
La exposición estaba llena de personas. Muchos coleccionistas de arte, algunos curiosos, otros simplemente admiradores de lo que el museo tenía para ofrecer. Después de una hora de pasear sin encontrar nada, Thomas ya comenzaba a perder la esperanza. Pero entonces, al final de una de las salas, vio una figura familiar.
Era ella.
Katrina Morelli estaba allí, de pie frente a una pintura moderna, observándola con una intensidad casi inquietante. Ella no lo veía, pero Thomas la estaba mirando con detención.
Su presencia era tan imponente que, a pesar de estar rodeada de gente, su figura destacaba. Su cabello oscuro caía suavemente sobre sus hombros, y su vestido negro le daba un aire de sofisticación que parecía fuera de lugar en medio de esa multitud. Ella no era una simple espectadora; era parte del arte mismo.
Thomas tomó una respiración profunda y se acercó lentamente, asegurándose de no hacer ruido. A medida que se acercaba, pudo notar cómo la tensión en el ambiente aumentaba.
¿Cómo lograría que ella lo notara sin parecer un tonto o, peor aún, un agente del FBI buscando atraparla? Necesitaba que ella lo viera como alguien digno de su tiempo, como alguien que, en el mundo del arte, podía ser un igual, un aliado, incluso si él sabía que solo era un jugador en su propio juego.
Finalmente, se detuvo a unos metros de ella, mirando la misma pintura. Su presencia, tan cerca y al mismo tiempo tan distante que lo hacía sentir como si realmente estuviera allí, pero sin estarlo. Entonces, como si fuera una casualidad, decidió romper el silencio.
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Editado: 21.11.2024