La lluvia golpeaba contra los ventanales del lujoso hotel ubicado en el corazón de Londres. Katrina, vestida con un abrigo negro que llegaba hasta sus rodillas, se refugió en el vestíbulo, donde las luces cálidas contrastaban con el frío de la noche.
Había pasado el día planificando su próximo golpe: un exclusivo collar de esmeraldas que se exhibiría en una galería privada al norte de la ciudad. Sin embargo, su plan requería paciencia, y mientras esperaba el momento adecuado, decidió disfrutar de una noche tranquila.
Lo que no esperaba era encontrarse con Thomas Warren, el hombre que, aunque pretendía ser un desconocido casual, no lograba ocultar su verdadero interés en ella.
Cuando Katrina salió del ascensor en dirección al restaurante del hotel, lo vio. Estaba sentado en una mesa cercana a la ventana, hojeando una carpeta de cuero. Vestía un traje impecable, y el brillo tenue de la luz hacía que su presencia se sintiera magnética. Por un instante, Katrina pensó en evitarlo, pero decidió que era mejor enfrentarlo. Después de todo, dejar que él creyera que tenía el control era una de sus estrategias favoritas.
Caminó con calma hacia él, y cuando llegó a su mesa, Thomas levantó la vista. Su sorpresa fue breve; enseguida, una sonrisa confiada apareció en su rostro.
—¿Debería preocuparme por lo frecuente de nuestros encuentros? —preguntó Katrina, dejando su bolso sobre la mesa y tomando asiento sin esperar una invitación.
Thomas cerró la carpeta y se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.
—Quizá es el destino —respondió con un tono desenfadado, aunque sus ojos la estudiaban con atención.
Katrina dejó escapar una risa suave y pidió una copa de vino al camarero que pasaba cerca. Luego se volvió hacia Thomas, quien la miraba como si intentara descifrar un acertijo.
—No creo en el destino —dijo ella con firmeza—. Las coincidencias suelen ser obra de alguien más astuto. —Thomas sonrió y se recostó en su silla.
—Entonces, ¿sugieres que estoy planeando estos encuentros? —Katrina entrecerró los ojos, evaluándolo. Era difícil leerlo; parecía experto en ocultar sus emociones. Pero ella también sabía jugar ese juego.
—No lo sugiero —replicó—. Lo afirmó.
El camarero llegó con su copa de vino, interrumpiendo el tenso intercambio. Katrina tomó un sorbo, saboreándolo, mientras Thomas seguía observándola en silencio. Finalmente, él rompió el momento.
—Y si fuera cierto, ¿te molestaría? —preguntó, con tono de voz suave pero sugerente. Katrina dejó la copa en la mesa y lo miró directamente a los ojos.
—Dependería de tus intenciones —respondió—. ¿Por qué querría un hombre como tú seguirme? —Thomas sabía que cada palabra debía ser cuidadosamente elegida.
Katrina no era una mujer que se dejara engañar fácilmente. Había algo en ella que lo desafiaba constantemente, y aunque eso complicaba su misión, también lo fascinaba.
—Tal vez simplemente me intrigas —admitió él, con una honestidad calculada.
Katrina se recostó en su asiento, cruzando las piernas. Su expresión se suavizó, pero no lo suficiente como para revelar si creía en sus palabras.
—Eso es lo que dicen todos los hombres al principio —comentó, con sarcasmo—. Pero luego intentan sacar algo de mí. —Thomas arqueó una ceja, fingiendo sorpresa.
—¿Y qué podrían querer de ti? —Katrina lo miró con una sonrisa enigmática.
—Eso es lo que trato de averiguar contigo. —La conversación se detuvo por un momento.
Ambos parecían medir cada gesto, cada respiración, como si el mínimo error pudiera cambiar el curso de esa batalla silenciosa. Thomas sabía que debía llevarla a un terreno donde ella bajara la guardia, aunque fuera un poco.
—¿Qué tal si hacemos una tregua? —propuso él finalmente—. Una conversación sin juegos ni sospechas. Solo dos personas compartiendo una mesa. —Katrina ladeó la cabeza, divertida.
—¿Eso te parece posible? —preguntó, claramente escéptica. Thomas se encogió de hombros.
—No lo sabremos si no lo intentamos. —Ella lo observó por unos segundos antes de asentir.
—De acuerdo. Una tregua. —Durante los siguientes minutos, hablaron de temas aparentemente inocuos: libros, películas, incluso la ciudad de Londres.
Thomas intentó mantener la conversación ligera, pero cada vez que Katrina mencionaba algo personal, lo hacía con vaguedades, esquivando cualquier detalle que pudiera ser usado en su contra. Finalmente, después de un par de copas de vino, Katrina se inclinó hacia él.
—Así que, Thomas, dime algo verdadero sobre ti —dijo, su voz más suave, casi seductora.
Thomas no apartó la mirada. Sabía que este era un momento crucial. Podía inventar algo, pero si lo hacía, corría el riesgo de perder lo poco que había ganado.
—¿Algo verdadero? —repitió, como si estuviera considerando qué compartir. Katrina asintió, sin apartar su mirada de él.
—Algo que no sea parte del personaje que estás interpretando. —Él sonrió, reconociendo que ella era más perceptiva de lo que cualquiera podría imaginar.
—Me gusta el jazz —dijo finalmente, con una honestidad que la tomó por sorpresa. Katrina parpadeó, esperando algo más profundo, pero luego sonrió levemente.
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Editado: 21.12.2024