La Tentación del Cazador

06. Caza bajo la Lluvia

El sonido de la lluvia golpeando los adoquines de las calles de Londres era casi ensordecedor. Los faroles proyectaban un débil resplandor a través del aguacero, mientras las gotas de agua se acumulaban en los charcos que parecían espejos rotos.

Thomas Warren esperaba en el interior de su coche, estacionado estratégicamente cerca de la galería Mayfair, el escenario donde, según la información obtenida, Katrina Morelli haría su próximo movimiento.

Esa noche era clave. Después de semanas de seguir su rastro y aprender a anticipar sus movimientos, Thomas confiaba en que la encontraría aquí. Sin embargo, no podía evitar sentir una mezcla de emoción y ansiedad. Había algo en ella que hacía que cada paso en su persecución fuera un reto personal. Katrina no solo era escurridiza; era hipnótica, casi como un espejismo que lo atraía cada vez más cerca de algo inalcanzable.

Thomas revisó su reloj. Faltaban veinte minutos para que la galería cerrara, pero la verdadera acción ocurriría después. Los sistemas de seguridad se activarían a medianoche, y si Katrina planeaba robar el valioso collar de esmeraldas, tendría que actuar antes de que el lugar quedara completamente cerrado.

Al otro lado de la calle, una figura femenina emergió de las sombras. Thomas entrecerró los ojos, observando cómo el abrigo negro y el sombrero de ala ancha ocultaban el rostro de la mujer.

Era ella. No había duda.

Katrina caminó con paso firme hacia la entrada lateral de la galería. Había memorizado el plano del edificio y desactivado con anticipación las cámaras de seguridad en ese sector. Había hecho este tipo de trabajo tantas veces que el proceso era casi mecánico. Sin embargo, esta vez algo la inquietaba. Desde el momento en que se cruzó con Thomas en el hotel, había sentido una sombra siguiéndola, un presentimiento que no lograba sacudirse.

Al llegar a la puerta lateral, sacó una pequeña herramienta de su bolso y comenzó a trabajar en la cerradura. La lluvia amortiguaba cualquier sonido, lo que hacía el ambiente aún más claustrofóbico. Cuando la cerradura finalmente cedió, Katrina sonrió para sí misma y entró al edificio.

El interior estaba en penumbra, iluminado solo por las luces de emergencia. El eco de sus pasos resonaba en el espacio vacío. Caminó con cuidado por los pasillos, evitando las áreas que aún tenían cámaras activas. Cuando llegó a la sala principal, sus ojos se clavaron en el collar de esmeraldas que descansaba en una vitrina de cristal al centro de la habitación. Era incluso más impresionante de lo que había imaginado.

—Demasiado fácil —murmuró para sí misma mientras sacaba una pequeña herramienta para romper el cristal. —Antes de que pudiera dar el siguiente paso, una voz la detuvo.

—Supongo que esto es lo que llaman tener un mal hábito.

Katrina giró rápidamente, buscando el origen de la voz. Allí estaba Thomas, de pie junto a una de las columnas, con una pistola en la mano que apuntaba al suelo. Su postura era relajada, pero sus ojos tenían un brillo intenso, casi predador.

—¿Otra vez tú? —preguntó ella, sin perder la compostura. Su voz era tan tranquila como si estuvieran compartiendo un café.

—Me temo que no puedo dejarte sola, Katrina. Pareces tener una tendencia a meterte en problemas. —Katrina dejó escapar una risa sarcástica y cruzó los brazos.

—¿Eres policía o niñera? Porque hasta ahora no veo la diferencia. —Thomas dio un paso hacia ella, pero mantuvo cierta distancia. No podía subestimarla; sabía que era capaz de reaccionar en un instante.

—Te advierto que esto no va a terminar bien para ti —dijo él, su voz firme pero sin perder el tono amable—. Entregarte será mucho menos complicado que todo lo que viene después. —Ella lo miró con una mezcla de diversión y desafío.

—¿Entregarme? —repitió, dando un paso hacia él—. No sé qué te hace pensar que eso va a suceder. ¿Crees que porque apareces con una pistola, voy a rendirme? —Thomas apretó la mandíbula. Sabía que Katrina estaba jugando con él, intentando desestabilizarlo. Era increíblemente hábil para manipular una situación a su favor.

—No quiero hacerte daño —dijo, en un intento de negociar—. Solo quiero hablar. —Katrina arqueó una ceja, claramente escéptica.

—Hablar. Claro. ¿Qué quieres saber, Thomas? ¿Mi color favorito? ¿Mi comida preferida? ¿O tal vez cuántas veces he burlado a agentes como tú? —Thomas respiró hondo, controlando su frustración. Sabía que debía mantenerse firme.

—Quiero entenderte, Katrina. Saber por qué haces lo que haces. No creo que seas una simple criminal. —Katrina soltó una carcajada que resonó en la sala vacía.

—¿Entenderme? Oh, cariño, eso sí que es adorable. Pero si buscas una historia trágica para justificar mis acciones, no la vas a encontrar.

—Tal vez no busco justificar nada —respondió Thomas, con voz más seria, estaba perdiendo por completo la paciencia—. Pero sé que hay algo más detrás de todo esto. Nadie se convierte en lo que eres sin una razón. —Katrina se quedó en silencio por un momento, como si sus palabras la hubieran tocado. Pero enseguida, su expresión volvió a endurecerse.

—¿Sabes qué creo? —dijo, dando un paso más hacia él—. Creo que eres como todos los demás. Crees que puedes salvarme, que soy un proyecto que puedes arreglar. Pero no soy tu maldita causa perdida, Thomas. —Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, bajó el arma lentamente, un gesto que tomó por sorpresa a Katrina.




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