La Tentación del Cazador

07. Juego en las Sombras

El reloj marcaba la medianoche, y las luces de la ciudad de Londres brillaban en la distancia como un mar de estrellas distorsionadas por la lluvia.

Thomas Warren conducía por las calles, absorto en sus pensamientos. La imagen de Katrina, deslizándose como un espectro en la noche, no dejaba su mente. Era como si se hubiera desvanecido entre las sombras, y a pesar de su habilidad para seguirla, no podía evitar la sensación de que estaba perdiendo terreno. Había algo que no entendía de ella, algo que le impedía atraparla por completo.

La persecución que había comenzado como un simple caso de robo había evolucionado en algo mucho más complejo. Katrina no solo era una criminal escurridiza, sino también una mujer inteligente, peligrosa e… intrigante. No podía quitarse la sensación de que, aunque estuviera en la posición de cazador, algo en su interior deseaba que la historia fuera diferente.

Al llegar a la estación del FBI, estacionó el coche con rapidez y salió, cruzando el vestíbulo con paso firme. El clima había sido implacable esa noche, pero la lluvia ya no le importaba. Lo único que importaba ahora era la misión. Necesitaba encontrar respuestas, y para eso, tenía que actuar rápido.

Dentro, el ambiente era tenso. Algunos agentes de alto rango discutían sobre los últimos avances del caso. Pero Thomas no prestó atención. Se dirigió directamente a su despacho, donde una carpeta gruesa con el nombre de Katrina Morelli descansaba sobre su escritorio. La abrió y comenzó a revisar la información una vez más, buscando algo que pudiera haber pasado por alto.

—¿Qué pasa con Katrina? —preguntó una voz detrás de él.

Thomas se giró y vio a su compañero, Leo Harris, acercándose con una taza de café en la mano. Leo era uno de los pocos agentes con los que Thomas tenía una relación cercana. Habían trabajado juntos en casos anteriores y, aunque su carácter era más relajado, Leo tenía un instinto agudo para los detalles.

—Nada que no sepamos ya —respondió Thomas sin apartar la mirada de la carpeta—. La chica es buena, Leo. Muy buena. —Leo se apoyó en el marco de la puerta, observando a su compañero.

—Te estás obsesionando con ella, ¿verdad? —Thomas levantó la vista y encontró los ojos de Leo fijos en él.

No era una pregunta, sino una observación. No podía mentir. No sabía por qué, pero había algo en Katrina que lo desconcertaba. Su mente no podía dejar de girar en torno a ella, su capacidad para desaparecer, para manipular las situaciones a su favor, incluso su presencia… Todo en ella parecía un rompecabezas sin resolver.

—No es solo eso —respondió Thomas, girando la silla hacia su escritorio y tomando un sorbo de su propio café—. No puedo dejar de pensar que hay algo más en su historia. Algo que la hace distinta a todos los demás criminales que hemos perseguido. —Leo arqueó una ceja, sin mostrar sorpresa. Había visto a Thomas obsesionarse con otros casos antes, pero nunca con alguien como Katrina.

—¿Estás hablando de…? —Leo hizo una pausa, mirando la carpeta—. ¿De por qué robó esas joyas? ¿De sus motivos? —Thomas asintió lentamente.

—Exacto. Todo el mundo tiene un motivo. Y no me refiero a la codicia. Ella es diferente. —Leo lo miró durante un momento, luego dejó su taza en la mesa y se sentó frente a él.

—Lo que estás diciendo es que estás buscando una excusa para entenderla, ¿no? —Thomas no respondió de inmediato.

En su interior, sabía que había algo de cierto en las palabras de Leo, pero no podía admitirlo en voz alta. No podía permitir que su juicio se viera nublado por algo tan irracional como simpatía o curiosidad.

—Lo único que quiero es atraparla —dijo finalmente, en un tono que intentaba ser firme, pero que sonó un tanto vacilante. Leo asintió, pero no pareció convencido.

—Hazme un favor, Thomas. No dejes que tu interés por ella te lleve a hacer algo estúpido. Ella no es la mujer que quieres salvar. —Pero mientras Leo hablaba, Thomas ya estaba pensando en lo siguiente.

La última vez que había estado cerca de Katrina, había tenido la sensación de que ella lo estaba desafiando, jugando con él. Y lo peor era que no estaba seguro de si quería ser capturado por ella o si realmente deseaba atraparla.

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Katrina estaba en su apartamento esa noche, observando a través de la ventana la lluvia que caía sin cesar. El sonido era constante, casi como un susurro lejano que la desconectaba del mundo. Estaba acostumbrada a la soledad, pero algo en su interior se agitaba.

Desde su encuentro con Thomas en la galería, algo había cambiado. No podía dejar de pensar en él, ni en lo que había dicho. Thomas Warren no era como los demás agentes. Había algo en su mirada, en su tono, que la hacía dudar.

Se giró y caminó hacia la mesa, donde su equipo estaba dispuesto meticulosamente. Su objetivo seguía siendo el mismo: robar, desaparecer, seguir adelante. Pero ahora había una nueva variable en el juego, algo que no había anticipado.

Thomas.

Tomó una de sus herramientas con la mano y la giró entre sus dedos mientras pensaba en lo que debía hacer. La sensación de ser perseguida no le agradaba, pero no podía negar que había algo en el desafío que le provocaba una adrenalina extraña. Le gustaba el juego. Y si algo sabía de este tipo de situaciones, era que siempre podía ganar.




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