La Tentación del Cazador

09. La subasta

El salón brillaba con la opulencia de quienes pretendían ser intocables. Lámparas de cristal iluminaban las paredes decoradas con arte clásico, y el murmullo de los asistentes mezclaba risas contenidas con conversaciones susurradas. La subasta benéfica de la noche prometía recaudar miles de libras para una causa noble, pero para Katrina Morelli, era otra oportunidad disfrazada de caridad.

Vestida con un elegante vestido negro que moldeaba su figura, Katrina se movía entre los asistentes con la gracia de una pantera acechando su presa. El collar de diamantes que llevaba no era más que un préstamo del cofre personal de una condesa distraída, pero combinaba perfectamente con su falso nombre y la historia que había inventado. Aquí no era Katrina Morelli; esta noche, era Lady Evelyn Hathaway.

La subasta no solo ofrecía obras de arte; también albergaba un cuadro en particular, una pintura perdida de un maestro italiano del Renacimiento que ella necesitaba obtener, no por capricho, sino porque su comprador ofrecía una cifra demasiado jugosa como para ignorarla.

Sin embargo, esta vez, no era la única cazadora en la sala.

Thomas Warren observaba el salón desde una esquina estratégica. Con un traje perfectamente ajustado y una copa de vino en la mano, parecía uno más de los asistentes, pero sus ojos no dejaban de analizar cada detalle. Había estudiado a Katrina lo suficiente para reconocer su estilo: sus disfraces eran impecables, pero ella siempre dejaba un rastro. Un gesto, una mirada, algo que delatara que no pertenecía al entorno.

Y ahí estaba. Cerca de la mesa de champán, conversando con un hombre mayor que claramente no sabía que tenía frente a sí a una de las criminales más buscadas de Europa. Thomas sonrió para sí mismo. Había esperado esta oportunidad desde que ella desapareció tras su último encuentro. Ahora tenía la ventaja.

Se acercó con pasos tranquilos, calculando cada movimiento.

—Lady Hathaway, supongo —dijo Thomas cuando llegó a su lado.

Katrina giró la cabeza lentamente, reconociendo al instante su voz. Su sonrisa apenas flaqueó antes de recomponerse en una expresión de sorpresa perfectamente calculada.

—Señor… —hizo una pausa, como si buscara recordar el nombre que debía asignarle a este intruso—. ¿Cómo me ha reconocido?

—Digamos que tengo buen ojo para las piezas únicas —respondió él, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

El hombre mayor junto a ella se retiró discretamente, intuyendo que la conversación había tomado un rumbo más privado. Katrina mantuvo su posición, sus ojos verdes fijos en los de Thomas.

—Es curioso que aparezca aquí, justo esta noche —dijo ella, su tono tan casual como si hablaran del clima—. ¿Es usted un amante del arte, o está aquí por alguna otra razón?

—Podría preguntarte lo mismo —replicó Thomas, apoyando su peso en una pierna y llevándose la copa de vino a los labios—. Aunque dudo que estés aquí solo para admirar las pinturas.

Katrina inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara su respuesta. Luego, dio un paso hacia él, reduciendo la distancia entre ambos.

—Quizá no soy tan transparente como crees, agente Warren.

El uso de su nombre lo descolocó un momento. Thomas sostuvo su mirada, sabiendo que ella estaba tratando de ganar terreno en este juego de ingenio. Finalmente, decidió cambiar de estrategia.

—Deberías saber que esta subasta está muy vigilada. Hay cámaras en cada esquina y agentes de seguridad infiltrados. —Hizo una pausa, disfrutando del destello de interés en los ojos de Katrina—. Si intentas algo, no saldrás de aquí sin que te atrapen. —Katrina soltó una carcajada suave, atrayendo algunas miradas curiosas de los asistentes cercanos.

—¿Y quién dice que voy a intentar algo? —preguntó ella, con una sonrisa encantadora—. ¿No puedo disfrutar de una noche tranquila y elegante?

—¿Tú? Tranquila y elegante. —Thomas negó con la cabeza, dejando escapar una risa breve—. No me hagas reír.

—Tienes razón —admitió ella, acercándose aún más, lo suficiente como para que sus palabras fueran apenas un susurro—. Pero ¿sabes qué es lo mejor de todo esto, Thomas? Que tú tampoco puedes atraparme esta noche. Porque, para todos los presentes, yo soy una dama respetable. Tú, en cambio, eres solo un desconocido con sospechas. —Thomas apretó los dientes, pero no respondió. Katrina aprovechó ese momento para retirarse con una ligera inclinación de cabeza.

Mientras avanzaba hacia el salón principal, Katrina evaluó sus opciones. Sabía que Thomas no era una amenaza inmediata; no podía arrestarla sin pruebas ni causar una escena en un evento tan público. Sin embargo, su presencia significaba que debía proceder con mayor cautela.

Una figura conocida se acercó a ella: un hombre alto y delgado, con gafas redondas y un traje gris impecable.

—Lady Hathaway —dijo en voz baja—, todo está listo. El cuadro será exhibido en breve. ¿Estás segura de que deseas proceder? Katrina asintió, su rostro sereno.

—Todo bajo control, Bernard. Solo sigue el plan. —El hombre asintió y desapareció entre la multitud.

Katrina se dirigió hacia el centro del salón, donde el subastador comenzaba a presentar la siguiente pieza.




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