El amanecer apenas iluminaba las calles de Londres cuando Katrina Morelli salió del edificio que había usado como refugio las últimas horas. Cambiando el vestido negro de la subasta por un conjunto sencillo y práctico, jeans oscuros, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero, parecía una mujer común y corriente en busca de café. Pero las apariencias eran su arma más letal.
El cuadro robado, "Luz entre Sombras", había sido trasladado por Bernard a un lugar seguro. Ahora quedaba el tramo final: entregar la obra a su comprador y desaparecer antes de que Thomas Warren se acercara demasiado. Había sentido su presencia en la subasta como una sombra persistente, pero no podía permitirse dudar. En este juego, cualquier error era fatal.
Mientras caminaba, encendió su teléfono quemador. Una notificación de Bernard apareció en la pantalla:
"Destino confirmado. Hora: 19:00. Ubicación: Mercado de Camden. Entrada trasera."
Suspiró, guardándose el móvil en el bolsillo. Quedaba tiempo antes de la entrega, pero sabía que cada segundo que pasaba era una oportunidad para que el agente Warren la alcanzara.
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Thomas estaba en su oficina temporal, un espacio pequeño asignado por la delegación del FBI en Londres. En el tablón frente a él había fotografías de Katrina, recortes de prensa sobre los robos más sonados y un mapa de la ciudad cubierto de chinchetas y líneas rojas que señalaban posibles movimientos.
—Esto no tiene sentido —gruñó, apartándose del tablero. Su compañero, Leo, lo observó con una taza de café en la mano.
—¿Qué no tiene sentido? —preguntó Leo, sentándose frente a él. Thomas señaló una de las fotos. Era del cuadro robado la noche anterior.
—Katrina ganó la subasta. Pudo haberse marchado con la pintura sin necesidad de esconderse. ¿Por qué actuaría como si tuviera algo que ocultar? —Leo se encogió de hombros.
—Revisa bien los informes de la subasta, no lo ganó, simplemente logró salirse con la suya. —Thomas hizo una mueca de fastidio, realmente, por un momento pensó que ella había jugado limpio. —Ella siempre vende lo que roba, ¿no? Tal vez ya planea la entrega.
—Exacto. —Thomas comenzó a caminar de un lado a otro—. Pero ¿dónde? Es lista, no cometerá el error de usar lugares obvios. —Leo tomó un sorbo de café antes de hablar:
—¿Y si dejamos que se acerque a nosotros? Una carnada. Algo que no pueda resistir. —Thomas lo miró con interés, pero antes de responder, su móvil vibró. Lo revisó rápidamente: un mensaje anónimo había llegado.
"Laberinto de Camden. 19:00. No llegues tarde."
—¿Qué demonios…? —Thomas leyó el mensaje en voz alta. Leo se inclinó hacia adelante.
—Eso suena como una trampa. —Thomas apretó los labios.
—¿O es una invitación?
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Las luces del Mercado de Camden se encendieron al caer la tarde, iluminando las tiendas y callejones llenos de vida. La atmósfera bulliciosa era perfecta para pasar desapercibido. Katrina llegó temprano, mezclándose entre los turistas y locales que disfrutaban de la música en vivo y los puestos de comida.
Bernard la esperaba en la entrada trasera, vestido como un simple vendedor. Le entregó un auricular diminuto y un sobre pequeño.
—El comprador ya está aquí —dijo él, en voz baja—. Está en el puesto treinta y cuatro, sección de antigüedades. Tendrás que confirmarle la contraseña.
—Entendido. —Katrina deslizó el auricular en su oído y guardó el sobre en su bolsillo. Miró a su alrededor, buscando cualquier señal de peligro.
—¿Problemas? —preguntó Bernard, notando su tensión.
—Es solo… una sensación. —Katrina no estaba acostumbrada a dudar, pero algo la hacía sentirse observada.
Thomas estaba estacionado cerca del mercado, observando el flujo constante de personas. Leo estaba a su lado, revisando las cámaras de vigilancia que habían instalado en los alrededores.
—Camden es un caos —murmuró Leo, ajustando el zoom en una de las imágenes—. Si ella está aquí, será difícil encontrarla.
Thomas no respondió. Su atención estaba fija en el mensaje que había recibido. El tono desafiante era propio de Katrina, pero ¿por qué invitarlo a su propio territorio? Finalmente, se decidió.
—Voy a entrar —anunció, bajándose del auto. —Leo lo miró con incredulidad.
—¿En serio? ¿Sin respaldo? —Thomas le lanzó una mirada severa.
—Si armamos una operación completa, la asustaremos. Esto es entre ella y yo.
—Ya la dejaste ir un par de veces, creo que necesitas ayuda. —Thomas ignoró su comentario y se adentro al mercado. Debía ser él quien atrapara a la escurridiza e hipnótica mujer.
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Katrina caminaba hacia el puesto de antigüedades, cada paso cuidadosamente calculado. La contraseña que debía confirmar era simple, pero sabía que el comprador no era la única persona interesada en este encuentro. La presencia de Thomas en la subasta seguía rondando en su mente.
Llegó al puesto treinta y cuatro, donde un hombre robusto con un sombrero fedora inspeccionaba una colección de relojes antiguos. Se acercó a él con una sonrisa tranquila.
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Editado: 21.12.2024