La Tentación del Cazador

12. robo Frustrado

La lluvia golpeaba las ventanas del pequeño apartamento que Katrina había alquilado bajo un nombre falso. El lugar era un refugio temporal, apenas decorado, con las paredes desnudas y una cama cubierta por una colcha barata. Sin embargo, desde la mesa del comedor, Katrina tenía todo lo que necesitaba: su computadora portátil, un montón de documentos y un plano detallado de la mansión Wexford, su próximo objetivo.

Encendió una lámpara y se concentró en las notas que había tomado. La mansión albergaba una valiosa colección de arte renacentista, y entre las piezas destacaba una pintura de Botticelli que valía una fortuna. El Círculo Carmesí, un comprador misterioso, ya había ofrecido una suma exorbitante por la pieza.

Mientras repasaba su plan, el sonido de su teléfono temporal la distrajo. Lo tomó con cautela, revisando el número antes de contestar.

—¿Qué quieres, Bernard? —preguntó con fastidio.

—Buenas noches para ti también, Katrina. —La voz de Bernard sonaba nerviosa—. Thomas Warren está pisándome los talones. Me sigue como un sabueso. —Ella suspiró.

—Ya te dije que mantuvieras un perfil bajo. ¿Por qué sigues en Shoreditch?

—Porque tú me dijiste que necesitabas tiempo. —Bernard hizo una pausa—. Pero este tipo no es como los otros. Es listo. Podría encontrar tu rastro. —Katrina se quedó en silencio unos segundos, considerando sus opciones.

—Cambia de lugar. Toma un tren al norte y escóndete por unos días. No vuelvas a Shoreditch hasta que yo te lo diga.

—¿Y tú? —preguntó Bernard, preocupado.

—Yo tengo un plan. —Colgó antes de que pudiera responder.

Mientras tanto, Thomas estaba en su oficina temporal con Leo. La chaqueta que Katrina había dejado atrás seguía sobre la mesa, junto con varias fotos y un mapa de la ciudad con puntos marcados.

—¿Qué tenemos sobre la mansión Wexford? —preguntó Thomas, revisando una carpeta. Leo, que estaba frente a su computadora, tecleó con rapidez.

—Es propiedad de Jonathan Wexford, un coleccionista de arte conocido. Según nuestros informantes, tiene un Botticelli en su colección privada. Su mansión es prácticamente una fortaleza. Cámaras, guardias, sensores de movimiento... no es un lugar fácil de entrar.

Thomas asintió, pero su mente estaba en otra parte. Había pasado las últimas semanas persiguiendo a Katrina, y aunque siempre parecía estar un paso adelante, sentía que se acercaba a ella.

—Ella irá por esa pintura —dijo Thomas, más para sí mismo que para Leo.

—¿Estás seguro? —preguntó Leo, levantando la vista de la pantalla—. Es un movimiento arriesgado, incluso para ella. —Thomas se apoyó en el borde de la mesa, mirando las fotos de Katrina.

—Es exactamente lo que haría. El riesgo es lo que la motiva. Y, por supuesto, el desafío. Leo rió suavemente.

—Empiezo a pensar que estás obsesionado con ella. —Thomas lo miró, serio.

—Esto no es una obsesión. Es estrategia. Ella quiere que la persigamos, pero yo quiero atraparla. Y lo haré.

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Dos noches después, la mansión Wexford estaba iluminada para una gala exclusiva. Katrina estaba en el vestíbulo, mezclándose con los invitados. Llevaba un elegante vestido negro y una máscara veneciana que cubría parte de su rostro, siguiendo el tema de la fiesta. Nadie la reconocería; su disfraz y su habilidad para interpretar cualquier papel eran impecables.

Sosteniendo una copa de champán, escuchó atentamente la conversación de dos invitados cercanos.

—Dicen que la pintura de Botticelli está en la galería principal —comentó un hombre corpulento, con un puro en la mano.

—Jonathan Wexford es un hombre de riesgos —respondió su compañero, riendo—. Si yo tuviera algo tan valioso, lo escondería en una bóveda. —Katrina sonrió detrás de su copa. Galería principal. Tenía lo que necesitaba.

Se movió con gracia por la multitud hasta llegar a una esquina menos concurrida. Desde allí, observó las cámaras de seguridad y tomó nota de los guardias que patrullaban. El plan estaba en marcha. Pero su concentración se rompió cuando sintió una presencia familiar detrás de ella.

—Un lugar interesante para encontrarte, Katrina. —Su cuerpo se tensó al escuchar la voz de Thomas. Se giró lentamente, manteniendo su expresión neutral. Él llevaba un esmoquin y una máscara sencilla, pero esos ojos eran inconfundibles.

—No sé de qué estás hablando —respondió ella con una sonrisa falsa—. Creo que me confundes con alguien más. —Thomas dio un paso más cerca, inclinándose ligeramente hacia ella.

—¿De verdad? Porque creo que te conozco bastante bien. —Katrina rio suavemente, sin perder la compostura.

—Tal vez sea una coincidencia. Después de todo, Londres es una ciudad pequeña.

—Demasiado pequeña para ti y para mí. —Thomas la miró fijamente—. Pero debo decir que ese vestido es... impresionante. —Ella arqueó una ceja, sin dejarse intimidar.

—¿Estás aquí por trabajo o solo viniste a disfrutar de la fiesta?

—Un poco de ambas. —Thomas dio un sorbo a su copa—. Pero sobre todo, estoy aquí por ti. —Katrina sintió una mezcla de irritación y fascinación.




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