El sol apenas comenzaba a salir sobre Londres, tiñendo el cielo de un gris opaco que prometía un día lluvioso. Katrina se escondía en un almacén abandonado al este de la ciudad, respirando con dificultad mientras revisaba su brazo izquierdo.
Durante la persecución, había tropezado y caído, dejando una herida superficial que ahora sangraba ligeramente. A su alrededor, el lugar estaba desordenado, con cajas apiladas y herramientas oxidadas por el tiempo. Un refugio improvisado, pero suficiente para evitar a Thomas por el momento.
Sentada en el suelo, sacó un pequeño botiquín de su mochila. Sus manos temblaban un poco mientras limpiaba la herida con alcohol y aplicaba un vendaje. No era la primera vez que tenía que hacerse este tipo de curaciones improvisadas, pero cada vez se le hacía más difícil ignorar el dolor.
Mientras tanto, Thomas estaba en su oficina temporal, mirando un mapa de Londres cubierto de marcas y anotaciones. Había pasado toda la noche buscando pistas sobre a dónde podría haber escapado Katrina, pero ella parecía haber desaparecido en el aire.
—¿No crees que estás exagerando un poco? —preguntó Leo, entrando con una taza de café en la mano—. Has estado aquí toda la noche. Necesitas descansar. —Thomas lo ignoró, señalando un punto en el mapa.
—Ella estaba aquí anoche. Pero dejó la pintura intacta. ¿Por qué haría eso? —Leo se encogió de hombros.
—Tal vez se dio cuenta de que estaba atrapada y no quiso cargar con algo que la delatara más. —Thomas negó con la cabeza.
—No. Katrina nunca deja las cosas a medias. Si abandonó la pintura, es porque tiene algo más en mente. —Su mandíbula se tensó mientras analizaba las posibilidades—. Necesito encontrarla antes de que actúe de nuevo. —Leo suspiró y dejó la taza sobre la mesa.
—¿Alguna vez has pensado que, tal vez, no se trata solo del trabajo? —preguntó con un tono serio. —Thomas lo miró, confundido.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que parece que estás persiguiendo a Katrina por algo más que su historial criminal. Hay algo personal en esto, y no creo que sea solo porque quieres atraparla. —Thomas apartó la mirada, incómodo con el comentario de su compañero.
—No es personal —respondió, aunque su tono era menos convincente de lo que pretendía. Leo no insistió, pero el silencio que quedó entre ellos hablaba más que cualquier palabra.
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En el almacén, Katrina revisaba su teléfono temporal, intentando contactar a Bernard, quien debía entregarle un nuevo juego de documentos falsificados. Sin embargo, cada vez que llamaba, la línea iba directamente al buzón de voz.
—Maldita sea, Bernard, ¿dónde estás? —murmuró, frustrada.
Mientras pensaba en su próximo movimiento, escuchó un ruido afuera. Se puso de pie rápidamente, sacando una pequeña navaja de su mochila. Avanzó sigilosamente hacia la puerta, con los sentidos alerta. Al abrirla lentamente, encontró a un hombre de traje oscuro, con una expresión que mezclaba cansancio y determinación.
—¿Thomas? —dijo ella, sorprendida, aunque mantuvo la navaja firme en su mano.
—Hola, Katrina. —Thomas alzó las manos en señal de paz, pero no retrocedió—. No quiero pelear. Solo quiero hablar. —Ella entrecerró los ojos, desconfiada.
—¿Hablar? Eso suena nuevo en ti.
—Lo digo en serio. No estoy aquí para arrestarte. No tengo refuerzos esperando afuera. —Su tono era calmado, casi persuasivo—. Solo tú y yo. —Katrina lo observó en silencio durante unos segundos antes de bajar lentamente la navaja, aunque no la soltó por completo.
—Entra —dijo finalmente, dando un paso atrás.
Thomas aceptó la invitación con cautela, entrando en el almacén. Sus ojos recorrieron el lugar, tomando nota de cada detalle. Cuando su mirada se posó en el botiquín y el vendaje improvisado en el brazo de Katrina, su expresión cambió ligeramente.
—¿Estás bien? —preguntó, con una preocupación que parecía genuina.
—Estoy perfectamente —respondió ella, sentándose en una caja y cruzando los brazos—. Ahora, dime qué quieres. —Thomas respiró hondo, como si estuviera reuniendo sus pensamientos.
—Quiero entenderte, Katrina. —Sus palabras la tomaron por sorpresa, pero no dejó que se reflejara en su rostro—. He pasado meses siguiéndote, intentando anticiparme a tus movimientos, y todavía no entiendo por qué haces lo que haces. —Ella lo miró con escepticismo.
—¿De verdad esperas que te crea? —preguntó con una risa amarga—. Eres un agente del FBI. Tu trabajo es atraparme, no entenderme.
—Eso es lo que me frustra —admitió Thomas, acercándose un poco más—. Porque, a pesar de todo, siento que hay más en ti de lo que muestras. Eres inteligente, estratégica... podrías estar haciendo cualquier otra cosa, y sin embargo, eliges esta vida. ¿Por qué? —Katrina lo miró fijamente, intentando descifrar sus intenciones.
Por un momento, pensó en mentirle, darle una respuesta superficial para mantenerlo a distancia. Pero algo en su mirada sincera la hizo dudar.
—Tú no entenderías —dijo finalmente, desviando la mirada.
—Entonces explícame —insistió Thomas, su voz baja pero firme.
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Editado: 21.12.2024