La tarde había caído sobre Londres, oscureciendo aún más la ciudad bajo un cielo lleno de nubes negras. Katrina caminaba rápidamente entre las sombras de los edificios de Shoreditch, ajustándose la capucha de su abrigo para evitar ser reconocida.
Su objetivo estaba a unas pocas cuadras: una galería clandestina conocida por vender arte robado. Allí debía reunirse con un contacto que le proporcionaría información sobre un próximo golpe. Pero, tras la inesperada conversación con Thomas, una pregunta persistía en su mente:
¿Por qué me dejó ir?
Llegó a la entrada trasera de un edificio deteriorado. Tocó la puerta metálica con un código rítmico, y un hombre corpulento la dejó pasar tras reconocerla.
—Morelli, siempre puntual —dijo el hombre con un acento pesado—. Están arriba.
—Gracias, Viktor —respondió ella brevemente, subiendo las escaleras con agilidad.
La galería estaba abarrotada, iluminada tenuemente por lámparas industriales. Obras de arte valiosas decoraban las paredes y los estantes, muchas de ellas claramente robadas. En una esquina, un grupo de personas discutía acaloradamente mientras examinaban una escultura renacentista.
—Ah, Katrina. —Una voz femenina suave, pero calculadora, llamó su atención. Era Emilia, una experta en falsificaciones y una de las pocas personas en las que Katrina confiaba. Estaba sentada en una mesa con un vaso de vino en la mano—. Pensé que no llegarías. —Katrina se dejó caer en una silla frente a ella.
—Casi no lo hago. Las cosas se están complicando. —Se inclinó hacia adelante y bajó la voz—. Necesito información, y rápido.
—¿Otra vez el FBI? —preguntó Emilia con una sonrisa burlona.
—Thomas Warren —confirmó Katrina, notando la leve sorpresa en el rostro de Emilia—. Está cada vez más cerca, pero no entiendo sus métodos. Hoy pudo atraparme y no lo hizo. —Emilia tomó un sorbo de su vino, reflexionando.
—Interesante. ¿Crees que está jugando contigo?
—No lo sé —admitió Katrina, mirando el vaso vacío que tenía frente a ella—. Pero no puedo arriesgarme a confiar en sus intenciones. —Emilia dejó el vaso sobre la mesa y sacó un sobre de su bolso. Se lo pasó a Katrina con un gesto de complicidad.
—Aquí tienes. Información sobre una subasta privada que tendrá lugar mañana por la noche. Pinturas impresionistas, valuadas en millones. No es un golpe sencillo, pero si alguien puede hacerlo, eres tú. —Katrina abrió el sobre y revisó los documentos. Los planos del edificio y la lista de invitados estaban incluidos.
—Perfecto —murmuró—. ¿Hay algún comprador importante que deba vigilar?
—Un tal Richard Alcott —respondió Emilia—. Empresario americano. Compra arte por cantidades obscenas y tiene una reputación dudosa. —Katrina asintió, guardando los documentos en su mochila.
—Gracias, Emilia. —Se levantó de la silla—. Te debo una.
—Siempre me debes algo, querida —respondió Emilia con una sonrisa ladeada.
Katrina salió del edificio con un plan claro en mente, pero con una creciente inquietud. Algo en el comportamiento de Thomas la había descolocado, y odiaba esa sensación de incertidumbre.
Mientras tanto, Thomas estaba en su departamento temporal, observando la vista nocturna de Londres desde la ventana. Su teléfono vibró sobre la mesa. Era Leo.
—¿Alguna novedad? —preguntó Thomas al contestar.
—Sí. Hemos interceptado una conversación entre dos conocidos asociados de Katrina. Parece que estará en una subasta clandestina mañana por la noche —informó Leo—. Tengo la dirección. ¿Quieres que arme un equipo? —Thomas lo pensó por un momento antes de responder.
—No. Quiero manejar esto personalmente. Si llevamos un equipo, se asustará y desaparecerá.
—¿Estás seguro? —La duda en la voz de Leo era evidente—. Parece que estás demasiado involucrado en esto.
—Estoy seguro. —La voz de Thomas fue firme, cortante. Leo suspiró del otro lado de la línea.
—Está bien. Pero ten cuidado, Thomas. No quiero verte cometer un error que no puedas arreglar.
Thomas cortó la llamada y se quedó mirando su reflejo en la ventana. Sabía que Leo tenía razón. Su obsesión con Katrina iba más allá de lo profesional, y no estaba seguro de cómo manejarlo. Pero si ella estaba en esa subasta, él estaría allí. No podía permitirse perderla de nuevo.
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La noche de la subasta, Katrina llegó al lugar disfrazada. Llevaba un elegante vestido negro, un maquillaje sutil y una peluca rubia que ocultaba su identidad. La subasta se llevaba a cabo en una mansión aislada en las afueras de la ciudad, y la seguridad era estricta. Pero Katrina había logrado obtener una invitación falsa gracias a Emilia.
Entró al salón principal, mezclándose con los invitados. Observó las obras de arte expuestas, pero su atención estaba en Richard Alcott, quien estaba rodeado de guardaespaldas. Mientras evaluaba sus opciones, una voz familiar la sacó de sus pensamientos.
—No esperaba verte aquí, Katrina. —Se giró rápidamente, encontrándose cara a cara con Thomas. Estaba vestido con un impecable traje negro, y su sonrisa tenía un aire de desafío.
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Editado: 21.12.2024