Las luces de Londres destellaban en la distancia, reflejándose en el agua del Támesis como si la ciudad tratara de ocultar sus secretos bajo su resplandor nocturno. Katrina Morelli estaba apoyada contra una barandilla oxidada, sus pensamientos girando en espiral mientras contemplaba el reflejo de las estrellas en el río. Era un momento extraño de tranquilidad en su vida de caos, pero incluso en la calma, podía sentir la tormenta acercándose.
A unos pasos detrás de ella, Thomas Warren observaba. No estaba seguro de por qué no se había marchado aún, por qué no había decidido terminar con aquello y llevarla a custodia. Pero algo en Katrina, en su manera de caminar por la cuerda floja entre el peligro y la libertad, lo mantenía cautivo.
—Si planeas quedarte ahí mirando toda la noche, al menos trae café —dijo Katrina, sin girarse. Su tono era seco, pero no del todo hostil. —Thomas sonrió ligeramente, acercándose a la barandilla.
—No pensé que necesitaras cafeína para mantenerte despierta. Pareces ser del tipo que siempre está alerta.
—Y tú del tipo que siempre hace preguntas estúpidas —replicó ella, girando la cabeza para mirarlo de reojo—. ¿Qué quieres, Thomas? —El agente apoyó los codos en la barandilla, mirando el agua.
—Saber qué sigue. Este juego del gato y el ratón está empezando a cansarme. —Katrina soltó una risa suave, aunque sin humor.
—¿Juego? Esto no es un juego. Es supervivencia. —Thomas giró hacia ella, su rostro serio.
—¿Supervivencia o avaricia? Porque hasta ahora no he visto nada que justifique lo que haces. —Ella lo fulminó con la mirada, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de enojo y algo más, algo que Thomas no podía descifrar.
—No tienes idea de lo que he tenido que hacer para llegar aquí. Ni lo que he perdido en el camino. Así que no te atrevas a juzgarme desde tu pedestal de moralidad, agente Warren.
—Entonces dime. —Su voz era baja, pero cargada de intensidad—. Hazme entender. —Katrina apretó la mandíbula, su postura se tensó. Durante unos segundos, pareció debatirse internamente, como si no estuviera segura de cuánto revelar.
—Frederick —dijo finalmente, su tono frío—. Él me enseñó todo lo que sé. Me sacó de las calles cuando no era más que una niña perdida y asustada. Me dio una familia. Pero también me convirtió en lo que soy. —Thomas asimiló sus palabras, tratando de conectar los puntos.
—¿Por eso le temes tanto?
—No le temo a nadie. —Su respuesta fue rápida, casi defensiva—. Pero Frederick… él sabe cosas. Cosas que podrían destruirme. —Thomas frunció el ceño, acercándose un poco más.
—¿Qué tipo de cosas? —Katrina lo miró, sus labios apretados en una línea fina.
—No importa. Lo único que importa es que no puedo dejar que me atrape. Ni él, ni tú.
—No soy tu enemigo, Katrina —respondió Thomas, suavizando su tono—. Aunque te cueste creerlo. —Ella lo estudió por un momento, como si tratara de decidir si podía confiar en él. Finalmente, negó con la cabeza.
—Tal vez no ahora. Pero lo serás. Es inevitable.
Horas después, en un café barato al borde del distrito financiero, Katrina y Thomas se sentaron en una mesa apartada. Ella tenía frente a sí un pequeño dispositivo de almacenamiento USB, que giraba entre sus dedos como si fuera un objeto inofensivo. Pero Thomas sabía que aquello contenía información peligrosa, algo relacionado con el próximo golpe de Katrina.
—¿Qué hay en eso? —preguntó Thomas, su curiosidad superando su desconfianza. Katrina sonrió levemente, aunque sin humor.
—Planes. Contactos. Posibilidades. Todo lo que necesito para hacer mi próximo movimiento.
—¿Y cuál es ese movimiento? —insistió él, inclinándose hacia ella. Ella levantó una ceja, burlona.
—¿Crees que te lo voy a decir, agente? —Thomas se recostó en su silla, cruzando los brazos.
—Tarde o temprano, lo sabré.
—Eso es lo que me gusta de ti, Thomas. Siempre tan confiado. —Katrina tomó un sorbo de su café, mirándolo por encima del borde de la taza—. Pero tal vez deberías preocuparte menos por lo que hago y más por quién está a tu alrededor.
—¿Qué significa eso? —preguntó él, su tono endureciéndose. Ella se inclinó hacia adelante, bajando la voz.
—Significa que Frederick no se detendrá hasta tener lo que quiere. Y tú te has convertido en un obstáculo. —Thomas sintió un escalofrío recorrerle la columna.
—¿Me estás diciendo que estoy en peligro? —Katrina soltó una risa suave, aunque carente de alegría.
—Todos lo estamos, Thomas. Esa es la única constante en este mundo.
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Esa misma noche, Katrina se dirigió a un almacén abandonado en el lado este de la ciudad, donde un contacto suyo la esperaba. Era un lugar oscuro y húmedo, con paredes cubiertas de grafitis y ventanas rotas que dejaban entrar la fría brisa nocturna.
Thomas había insistido en acompañarla, alegando que no confiaba en que pudiera manejar la situación sola. Aunque Katrina protestó, finalmente cedió, más por conveniencia que por otra cosa.
Cuando llegaron, un hombre de mediana edad con una chaqueta de cuero gastada estaba esperando junto a un viejo escritorio cubierto de papeles y dispositivos electrónicos. Levantó la vista al ver a Katrina y Thomas entrar, frunciendo el ceño al notar al agente.
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Editado: 21.12.2024