La Tentación del Cazador

17. Aliados Temporales

Sus pasos se podían escuchar en el callejón oscuro mientras Katrina y Thomas caminaban apresuradamente, manteniéndose alerta. Aunque habían logrado escapar del almacén, la tensión seguía envolviéndolos. Ambos sabían que lo que acababa de ocurrir era solo el principio de algo mucho más grande.

—¿Siempre es así contigo? —preguntó Thomas, rompiendo el silencio. Su tono era una mezcla de sarcasmo y genuina curiosidad.

—¿Así cómo? —respondió Katrina sin mirarlo, sus ojos todavía escaneando la calle en busca de cualquier signo de peligro.

—Caos. Disparos. Gente queriendo matarte. —Ella se encogió de hombros.

—Bienvenido a mi mundo, agente. —Thomas bufó, pero no respondió. No tenía caso discutir con ella, no en ese momento. Lo que necesitaban era un plan, y rápido.

—Tenemos que encontrar un lugar seguro —dijo finalmente—. No podemos quedarnos en la calle. —Katrina se detuvo en seco, girándose hacia él con una ceja levantada.

—¿"Tenemos"? Esto no es una alianza, Thomas. Tú sigues siendo mi problema, aunque ahora te salve el cuello de vez en cuando.

—¿Ah, sí? —replicó él, cruzándose de brazos—. Porque desde donde estoy, parece que soy yo quien siempre termina cubriéndote las espaldas. —Ella lo miró por un momento, sus labios curvándose en una sonrisa burlona.

—Si eso te hace sentir mejor, sigue creyéndolo. Ahora, si has terminado de presumir, conozco un lugar.

—¿Qué lugar? —preguntó Thomas, su desconfianza evidente. Katrina no respondió de inmediato. En lugar de eso, comenzó a caminar, obligándolo a seguirla.

—Un viejo amigo. Alguien que no hace demasiadas preguntas y sabe mantenerse fuera del radar. —Dijo finalmente sacándolo de la duda.

Thomas suspiró, aunque no tuvo más remedio que seguirla. Con Katrina, siempre parecía que estaba dando un salto al vacío sin saber si habría red.

Unos veinte minutos después, llegaron a un pequeño edificio de apartamentos en las afueras de Londres. Era un lugar modesto, incluso descuidado, con grafitis en las paredes y un olor a humedad en el aire. Katrina subió las escaleras rápidamente, deteniéndose frente a una puerta marcada con el número 7. Golpeó tres veces, luego dos más.

La puerta se abrió ligeramente, revelando a un hombre bajo y fornido, con una barba desaliñada y ojos pequeños y desconfiados.

—¿Qué diablos haces aquí, Katrina? —gruñó el hombre, mirándola con una mezcla de irritación y sorpresa.

—Hola, Owen —respondió ella con un tono despreocupado—. ¿Me vas a invitar a pasar o quieres que tus vecinos vean quién eres realmente? —El hombre la miró fijamente durante un momento, luego suspiró y abrió la puerta de par en par.

—Entra. Pero tu amiguito se queda fuera. —Thomas dio un paso adelante, cruzándose de brazos.

—No me quedo fuera. Si ella entra, yo entro. —Owen lo miró de arriba abajo, su desdén evidente.

—¿Y quién diablos eres tú?

—Un amigo —intervino Katrina antes de que Thomas pudiera responder—. No te preocupes, no muerde. Bueno, no mucho. —Owen soltó un gruñido, pero finalmente los dejó pasar.

El apartamento era pequeño y estaba abarrotado de cajas y papeles, con un sofá raído en una esquina y un televisor viejo que parecía estar a punto de desmoronarse.

—Habla rápido —dijo Owen, cerrando la puerta detrás de ellos—. No tengo tiempo para tus líos. —Katrina se dejó caer en el sofá, cruzando las piernas con aparente relajación.

—Necesito información. Y un favor. —Owen soltó una risa seca.

—¿Información? Claro, porque eso siempre termina bien para mí.

—No te estoy dando opción, Owen. —El tono de Katrina se endureció, su mirada fija en él—. Necesito saber qué está planeando Frederick. Y si tienes algo sobre sus hombres, mejor aún. —Owen la miró con incredulidad.

—¿Estás loca? Si Frederick se entera de que estoy hablando contigo, estoy muerto.

—¿Y crees que estarás más seguro si me niegas ayuda? —replicó Katrina, inclinándose hacia él—. Sabes lo que puedo hacer, Owen. No me hagas recordártelo. —Thomas observaba la interacción en silencio, pero finalmente decidió intervenir.

—Escucha, no nos gusta esto más que a ti. Pero si tienes algo, cualquier cosa, podríamos usarlo para derribarlo. Y eso también te beneficia a ti. —Owen lo miró con desdén, pero algo en su tono pareció calmarlo. Finalmente, suspiró y se dejó caer en una silla cercana.

—Frederick está ampliando su red. Tiene un nuevo comprador, alguien grande. Está organizando una subasta para vender algo importante, pero no sé qué es. —Katrina frunció el ceño.

—¿Cuándo?

—En tres días. En un club privado en Mayfair. Eso es todo lo que sé. —Thomas intercambió una mirada con Katrina, su mente ya trabajando en un plan para atrapar a Frederick.

—Eso es suficiente por ahora. Pero si recuerdas algo más… —comenzó Thomas, pero Owen lo interrumpió.

—No cuenten conmigo. Ya hice demasiado al darles esto. —Katrina se levantó, dándole una palmada en el hombro.

—Eres un encanto, Owen. Siempre sabes cómo alegrarme el día. —Owen resopló, pero no dijo nada más mientras los veía salir del apartamento.




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