La Tentación del Cazador

18. Puja Interesante

El salón principal del club estaba iluminado con una luz dorada tenue que daba al ambiente un aire de exclusividad y misterio. Hombres y mujeres elegantemente vestidos llenaban las mesas, susurrando entre ellos mientras miraban hacia el escenario donde un atril esperaba la llegada del subastador. Katrina y Thomas se movían con naturalidad entre los invitados, cada uno interpretando su papel en aquel elaborado plan.

—Mantente cerca, pero no demasiado —murmuró Katrina, ajustándose el collar mientras sus ojos escaneaban la habitación—. No queremos que piensen que somos una pareja.

—Tú actúa como sabes hacerlo —respondió Thomas en el mismo tono, alisando la solapa de su traje—. Yo me encargaré de vigilar a Frederick. —Ella le lanzó una mirada rápida, entre divertida y crítica.

—¿Te das cuenta de que tu plan de vigilancia es demasiado obvio? Pareces un perro siguiendo un hueso. —Thomas frunció el ceño, pero no replicó.

Katrina tenía un talento natural para irritarlo y, al mismo tiempo, mantenerlo enfocado. Sin embargo, esta vez decidió dejarlo pasar. Había cosas más importantes que ganar una discusión.

Ambos se separaron, moviéndose estratégicamente por el salón. Katrina encontró su lugar en una mesa cerca del frente, lo suficientemente cerca como para observar los movimientos de Frederick, pero lo suficientemente lejos para no llamar la atención. Thomas, por su parte, se ubicó en la barra, desde donde tenía una vista clara de la sala.

El sonido de una campana pequeña llenó el salón, atrayendo la atención de todos. Un hombre alto, con un elegante esmoquin y una sonrisa profesional, subió al escenario.

—Damas y caballeros, bienvenidos a nuestra exclusiva subasta de esta noche —anunció, su voz resonando con confianza—. Tenemos artículos de gran valor y, como siempre, su privacidad está garantizada.

Katrina cruzó las piernas, inclinándose ligeramente hacia adelante. A su alrededor, los murmullos se apagaron mientras el subastador comenzaba a presentar el primer objeto: un collar de diamantes que parecía valer una pequeña fortuna. Sin embargo, ella no estaba allí por joyas. Su atención estaba completamente enfocada en Frederick, quien estaba sentado en la mesa central, rodeado de tres hombres con aspecto de guardaespaldas.

—¿Lo ves hacer algo sospechoso? —la voz de Thomas sonó en su oído a través del diminuto auricular que ambos llevaban. —Katrina bajó la cabeza ligeramente, como si examinara su copa de champán.

—No. Está demasiado ocupado luciendo como el típico villano rico. Pero estoy segura de que lo interesante viene después. —Thomas soltó un leve bufido al otro lado del auricular.

—Mantente alerta. Sabemos que no está aquí por los diamantes.

El subastador continuó con los artículos, cada uno más extravagante que el anterior. Relojes, pinturas, esculturas... Nada de lo que se ofrecía parecía justificar la presencia de Frederick en un evento así. Katrina comenzaba a impacientarse cuando el subastador hizo una pausa dramática antes de anunciar el siguiente artículo.

—Y ahora, damas y caballeros, llegamos a la pieza más codiciada de la noche —anunció, su tono ligeramente más bajo, casi conspirativo—. Algo único en su tipo.

Un hombre apareció en el escenario empujando un carrito cubierto con una tela negra. El subastador tiró de la tela, revelando una caja de madera tallada con incrustaciones doradas. Un murmullo recorrió el salón.

—En su interior, tenemos un dispositivo con información valiosa. Documentos confidenciales, secretos que podrían cambiar el destino de ciertas personas... o incluso de ciertos países. —Thomas casi se atragantó con su bebida al escuchar eso.

—¿Qué demonios? —susurró por el auricular. Katrina apretó la mandíbula, sus ojos clavados en la caja.

—Ahí está. Eso es lo que Frederick quiere.

El subastador comenzó a describir la caja en términos vagos, evitando mencionar detalles específicos. Sin embargo, dejó en claro que quien la adquiriera tendría acceso a información que podría ser utilizada para chantajes, negocios turbios o cualquier propósito que desearan.

—La puja inicial será de un millón de libras —anunció.

El salón quedó en silencio por un momento antes de que una voz masculina rompiera la tensión.

—Un millón doscientos mil. —Katrina giró ligeramente la cabeza, identificando al ofertante como un hombre corpulento con un grueso anillo de oro en la mano derecha. Otro hombre levantó la mano desde el otro lado de la sala.

—Un millón quinientos mil.

La puja continuó, los números subiendo rápidamente. Frederick permanecía en silencio, pero su postura relajada sugería que estaba esperando el momento adecuado para intervenir. Katrina observaba cada uno de sus movimientos, buscando algún indicio de cuándo iba a actuar.

—Dos millones —dijo finalmente Frederick, su voz firme y llena de autoridad. —La sala quedó en silencio. Nadie parecía dispuesto a desafiarlo, al menos no de inmediato. Katrina miró hacia la barra, donde Thomas también estaba observando con atención.

—Si gana esa caja, estaremos en problemas —murmuró ella.

—No podemos dejar que eso pase —respondió Thomas—. Pero no podemos intervenir aquí. No sin causar un alboroto.




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