La Tentación del Cazador

22. ¿Miedo?

El aire frío de la madrugada calaba en la piel de Katrina mientras caminaba, con paso firme, detrás de Thomas. No hacía falta hablar. Ambos sabían que las sombras que los acechaban no cesarían hasta que pagaran por lo que habían hecho. La ciudad parecía estar sumida en un silencio ominoso, como si la misma noche tuviera miedo de ser testigo de lo que estaba por suceder.

A lo lejos, las luces parpadeaban en un intento por hacer frente a la oscuridad. Sin embargo, ni las farolas ni el bullicio lejano de la ciudad eran suficientes para apaciguar el peso de la incertidumbre que los envolvía. Desde que habían dejado el refugio, la sensación de estar siendo observados no los había abandonado. Cada sonido que llegaba a sus oídos, cada sombra que se deslizaba en las esquinas de las calles, los mantenía alerta.

Thomas no había dicho una palabra desde que habían salido. Su rostro, normalmente impasible, reflejaba una mezcla de ansiedad y concentración. Él también sentía la presión. Los dos hombres que habían irrumpido en el refugio no eran un simple accidente. De alguna manera, Frederick había logrado localizarlos, y eso significaba que las piezas del juego estaban cambiando rápidamente, ya no eran los cazadores, eran simples presas.

Katrina observó su figura, tan recta, tan resuelta. Aunque en su interior comenzaba a percibir el peso de sus propias decisiones, no podía permitirse flaquear. Sabía que, si lo hacía, sería el final para ambos. Al llegar a un callejón sin salida, Thomas se detuvo y se giró hacia ella, su mirada fiera.

—¿La tienes? —preguntó con seriedad.

Katrina asintió, sacando un pequeño dispositivo de su chaqueta. El aparato era el único rastro que quedaba de una conexión rota, una red de informantes y contactos que ella había cultivado durante años, siempre manteniéndolos en la sombra. Esa pieza clave podía ser lo que los salvaría… o lo que los condenaría.

—No puedes confiar en Frederick —dijo Katrina, con una determinación que resonaba en su voz—. Él no juega limpio. —Thomas no contestó de inmediato. Su mirada se desvió hacia la calle, buscando algo en las sombras.

—Sé que no juega limpio —respondió finalmente—. Pero tal vez nosotros tengamos que hacer lo mismo. Si queremos ganar, debemos dejar de seguir sus reglas. —Katrina frunció el ceño, su mente procesando sus palabras.

De alguna manera, la idea de involucrarse más en ese juego sucio la desbordaba, pero también sabía que no tenían otra opción. Con Frederick al acecho, lo único que podían hacer era anticiparse a sus movimientos, aunque eso significara ensuciarse las manos más de lo que ya lo estaban.

—¿Y qué propones? —preguntó, su tono desafiante—. ¿Ponernos a su nivel? ¿Jugar como él? —Thomas la miró con una expresión tan fría como el aire que los rodeaba.

—Si no lo hacemos, estaremos muertos. No hay otra salida. —La respuesta fue tan directa y contundente que, por un momento, Katrina sintió como si una ola de hielo la envolviera.

La situación se había vuelto mucho más peligrosa de lo que había imaginado, y su futuro, tan incierto como siempre, se desvanecía aún más con cada paso que daban.

—Bien —dijo, finalmente—. Entonces, hagámoslo. Pero no voy a ser tu marioneta, Thomas. No quiero que me digas qué hacer. Si estamos en esto juntos, lo estaremos a mi manera también. —Thomas asintió, aunque algo en su rostro reveló una leve sorpresa. No esperaba que ella se dejara arrastrar tan fácilmente, pero al mismo tiempo, sabía que no tenía más opción que confiar en ella, al menos por ahora.

—No lo seras. Sólo quiero asegurarme de que ambos salgamos vivos de esto. —El viento se levantó con más fuerza, trayendo consigo un aire gélido que caló hasta los huesos.

La ciudad a su alrededor parecía desmoronarse, con luces parpadeando y el sonido lejano de las sirenas resonando en la distancia. El reloj corría en su contra, y el peso de lo que estaba por venir les apretaba el pecho.

—Vamos —dijo Katrina, echando un vistazo al dispositivo que aún sostenía en su mano—. No tenemos mucho tiempo. —Thomas la siguió, y ambos caminaron hacia un coche estacionado cerca del borde de la calle.

El vehículo, un modelo discreto pero eficiente, se convirtió en su refugio momentáneo. Una vez dentro, el sonido del motor arrancando pareció liberar algo de la tensión acumulada en el aire. Sin embargo, el silencio entre ellos seguía siendo pesado. Ninguno de los dos quería romperlo, aunque ambos sabían que las palabras eran necesarias.

—¿A dónde vamos? —preguntó Thomas, mirando el mapa que estaba desplegado sobre el asiento de la camioneta. Katrina estudió el mapa durante unos segundos antes de señalar un punto en el extremo de la ciudad.

—A un sitio que Frederick no esperaría. —Dijo, con un tono de voz que indicaba que no estaba dispuesta a revelar más detalles—. Si seguimos este plan, deberíamos poder ganar tiempo.

—¿Ganar tiempo para qué? —Thomas frunció el ceño.

—Para encontrar lo que necesitamos antes de que Frederick lo haga. Y para asegurarnos de que no nos sigan más de cerca. —Thomas asintió, comprendiendo la importancia de la maniobra, aunque no podía evitar sentir que todo era una jugada arriesgada.

Como siempre, la vida de Katrina estaba llena de estrategias y movimientos arriesgados, pero él también sabía que no tenía otra opción que seguirla.




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