La teoría de 3+1

1. AVRIL

12 de septiembre de 2022

 

AVRIL

 

Creí que en otra vida podría haber sido vidente.

Debí haber agregado a mi currículo «Predecir los finales de los libros o de cualquier cosa en general» en la sección de habilidades en vez de escribir algo como: «Sabe manejar una bicicleta y un auto sin chocar» En definitiva, Nostradamus estaría muy orgulloso de mí. Y quién sabe, quizás seamos parientes.

Mi hermana quedó bastante sorprendida cuando leí Romeo y Julieta a la corta edad de diez años, porque desde que leí los primeros párrafos supe que esa historia no terminaría bien, estaba claro, el resentimiento entre ambas familias nunca dejaría que un amor adolescente como el suyo viera la luz al final del túnel. O, como sucedió con Orgullo y Prejuicio; desde el principio estuve convencida de que debajo de esa capa de hostilidad que el Sr. Darcy parecía tener, existía un corazón noble cuyas barreras podrían caer tan rápido como un rayo aparece y desaparece en el cielo.

Mi padre solía bromear conmigo diciendo que terminaría leyendo el Tarot en algún mercadillo de la zona y vistiendo ropa Hippie con un montón de brazaletes y collares y que, además, iba a tener un mono de mascota como los videntes de los circos.

Llegué a un punto de mi vida en el que comencé a pensar seriamente en aprender sobre astrología. Fueron pequeños momentos de obsesión que me llevaron a leer cientos de artículos y libros, buscando información sobre ese tema. Pero, al final, me di cuenta de que solo era una estúpida etapa de una adolescente que no sabía muy bien qué hacer con su vida y terminó aferrada a algo que en algún momento pensó que se volvería real de tanto que se lo repitieron.

Pero claro, mis poderes psíquicos para predecir las cosas acaban de ponerse a prueba, justo en este momento, porque jamás creí que el personaje principal del libro que acabo de terminar, moriría.

Dos golpes secos sobre el mostrador de madera me hacen apartar la mirada del libro mientras lucho conmigo misma para contener las lágrimas.

Sé que no hay manera de evitar la muerte, pero… ¿Por qué él?

Los ojos burlones del chico frente a mí me hacen sentir avergonzada, por lo que deposito el libro sobre la superficie y envió la tristeza fuera de mi cuerpo mientras me volteo para limpiar mis ojos con disimulo.

—¿Si? —pregunto amable una vez que regreso frente a él—. ¿Qué necesitas? —Bajo la mirada hacia la pantalla de la computadora para que no vea mis ojos rojos.

—Estoy buscando un ejemplar de «La teoría de la justicia» de John Rawls —Hago un gesto de asentimiento y tecleo el nombre del autor en la base de datos. De inmediato el sistema arroja los resultados más actuales.

—Tenemos disponible la última versión en digital —Señalo con la barbilla hacia las mesas disponibles un poco más allá del centro de la estancia—: Puedes elegir cualquier pantalla que esté desocupada, lo encontrarás en la sección de leyes con éste código —Deslizo sobre la madera un cuadrito de cartulina con el numero anotado sin levantar la mirada.

—Oh, no —se apresura a decir y lo miro de reojo—. Me refiero al libro físico, a una de las primeras versiones si es posible.

—Oh —murmuro y sé que debo lucir bastante sorprendida porque ya nadie viene a buscar libros en físico de alguna carrera universitaria. Digo ¿Para qué? sí puedes tenerlo mucho más fácil en tu celular o computadora portátil.

Aunque tengo que admitir que nada se compara a un libro en físico. Dicho por una experta llamada Avril.

Una vez más, introduzco el nombre en la base de datos, ésta vez tarda un poco más en indicarme en cuál sector de la biblioteca se encuentra y solo cuando lo hace, alzo la mirada hacia él al tiempo que me levanto de la silla.

—Sígueme —indico.

Nos guío a través de la espaciosa estancia hasta las escaleras que dan a la segunda planta del edificio. A medio camino, me topo con una de mis compañeras de trabajo, quién se queda mirando al chico que camina detrás de mí con evidente emoción marcada en el rostro, luego enfoca la mirada en mí y me guiña un ojo.

Enarco las cejas sin comprender la razón de su acción y continúo mi andar por las escaleras. Entonces, cuando llego la parte en la que éstas se bifurcan en dos direcciones, recuerdo la muerte del personaje del libro que leía hace solo minutos y algo dentro de mi parece quebrarse e intento reprimir un sollozo.

Por Dios, el tipo creerá que soy patética.

Y bueno sí, puede que tenga un poco de razón.

Tampoco es como que me importe lo que él piense; ni siquiera lo conozco, pero uno siempre debe tratar de dar una buena impresión sin importar que.

Al llegar al sector, me dispongo a buscar el libro entre los estantes mientras él espera paciente con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Hago un pequeño ruidito con la lengua y observo a detalle los nombres en las etiquetas de los estantes.

No me demoro mucho más buscando el ejemplar. Cuando lo tengo entre mis manos, giro un poco y me acerco a él para tendérselo. Una de sus manos agarra el extremo opuesto y eleva la mirada.  




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