La teoría de 3+1

8. DONNA

5 de octubre

 

DONNA

 

A nadie debería importarle lo que piensen de ellos; es tu vida y puedes hacer lo que te dé la gana con ella. Sí, es verdad, no debería importarme lo que los demás piensen de mí, pero estaría contándome una vil mentira a mí misma. Porque la realidad es que me importa mucho más de lo que yo misma creo.

Por eso no me gusta estar en lugares públicos por mucho tiempo, porque, aunque trate de evadir las miradas, siempre las siento clavadas detrás de mí o hacia lo que sea que esté haciendo. Mi psicólogo dice que solo es un reflejo involuntario de mi cerebro y que nada de eso está sucediendo.

Murmuro una frase irritante por lo bajo y termino de secar mis manos por tercera vez con la toalla de papel antes de tirarla al cesto de basura. Aplico un poco de gel antibacterial a mis manos y empujo con los antebrazos la puerta del baño del restaurante de comida rápida, escapando de la mirada escudriñadora de esas chicas quienes no dejaban de murmurar y lanzarme miradas despectivas durante el tiempo que estuve ahí.

Es muy molesto.

No es mi culpa sufrir de TOC; la gente no lo entiende, mi mente no funciona como la de los demás, sino que se detiene a ver cada pequeño maldito detalle de cada cosa que me rodea. Cada cosa, por más insignificante que sea, puede producirme un ataque de ansiedad.

Nuestro pedido ya está listo cuando me acerco a la mesa. Detengo mi andar de golpe a unos dos metros de distancia y presiono mis labios reprimiendo la risa, pero no alcanzo a evadir el impulso de sacar mi teléfono para tomarle una foto a Victorya Moon engullendo una hamburguesa doble de McDonald’s.

El flash me delata, tanto Avril como Victorya giran la cabeza hacia mí; de inmediato Victorya descubre lo que he hecho.

—¡Donna! —protesta—: ¡Borra eso!

Me acerco hacia ellas observando la pantalla sin querer ocultar la sonrisa en mis labios.

—Lo siento, pero esto va al álbum de los recuerdos —Tomo asiento frente a ella—. Ver a la Miss Victoryasolocomocomidasaludable devorando una hamburguesa así, es histórico ¿Debería de llamar a esa cadena de televisión donde pasan documentales? ¿Tú que crees Avril?  —Giro mi teléfono para que pueda ver la fotografía.

—Me parece una muy buena idea —asiente—: El otro día estaba viendo un documental sobre unos gorilas y no hay mucha diferencia entre esa imagen y aquella —Ambas soltamos una carcajada que debió escucharse hasta las mesas del fondo.  La mirada glacial de Victorya nos taladra el rostro.

—Ja, ja, que graciosas —Limpia con delicadeza las comisuras de sus labios—. Es viernes y son más de las seis de la tarde, por lo que puedo comer este tipo de comida. Además, la pedí sin ningún tipo de aderezo más que sal —Intenta defenderse, pero la actuación se sale patética.

—¿Viste la foto Vic? —pregunta Avril—: Pareces un león que no ha comido en semanas —Se ríe.

Victorya ignora su comentario y agarra el su vaso de plástico para sorber con fuerza por el pitillo.

—¿También puedes tomar refresco? —pregunto alzando una ceja.

—Es de dieta —puntualiza, sin apartar sus labios de la boquilla.

—¿Sabes que las cosas de dieta solo se le reducen el treinta por ciento en su contenido de azúcar? —Avril la apunta con su dedo—: Así que, técnicamente, no es de “dieta” —Hace el gesto con sus dedos simulando comillas—. ¿Recuerdan aquel día de clases en el que fuimos a una fábrica de alimentos?

Asiento.

—¿Alguien me explica de nuevo cómo terminamos dejando Nueva York para mudarnos a California? —indago.

Nueva York no fue la primera ciudad en la que viví cuando me mudé a este país a los ocho años de edad; pero fue la primera en convertirse en mi hogar.  

—Porque queríamos alejarnos de nuestros padres —expresa Victorya—. Mi madre es una loca intensa que quiere manejar mi vida como ella quiera; los padres de Avril son muy conservadores…

—Y no olvides el… irreflexivos —comenta Avril.

—E irreflexivos, gracias amiga —Chasquea los dedos—. Y bueno tus padres… pues… ya sabes —Hace un gesto ansioso con el brazo y yo asiento.

Mis padres están separados. Llegamos a este país como una familia, pero luego mi padre se enamoró de alguien, con quien vive actualmente en alguna parte de Georgia; por otro lado, mi madre también se volvió a casar con un estadounidense que casualmente había conocido en su adolescencia en unas vacaciones de verano en las que viajó a Nueva York.

Su esposo… no me gusta mucho. Por no decir, nada.

—Aquí siempre es cálido y estamos rodeadas de playas ¿Qué más podemos pedir? —Se encoje de hombros antes de darle otra mordida a su hamburguesa. Luego de tragar añade—: ¿Y qué me dices de los chicos? Por Dios Santo, California tiene los mejores bombones del país.

Avril asiente.

Suspiro al tiempo que le quito el envoltorio a la mía y hundo una papa a la francesa en el diminuto cuenco de Kétchup para llevarla a mi boca y comenzar a masticar deteniéndome solo un segundo al ver la superficie de la mesa.




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