La teoría de 3+1

11. DONNA

10 de octubre

 

DONNA

Si me dieran un dólar por cada vez que limpio algo, ahora mismo estaría volando en mi propio avión privado con un robot que mantenga todo ordenado y desinfectado y así, tendría más tiempo para mí misma.

Llevo casi tres horas sentada encima del sofá, leyendo un ensaño para clases. Por supuesto, no sin antes haber pasar dos horas limpiando el departamento como hago a diario a pesar de que Victorya y Avril insisten que está lo suficientemente limpio, yo siempre llego a encontrar los pequeños desperfectos que no me dejan en paz ni me permiten hacen nada más hasta que los arregle.

Las heridas en mis manos han tardado un poco más de la cuenta en sanar debido a eso; porque al usar guantes de látex para limpiar, hace que estas se humedezcan y no cicatricen bien.

Pero no tengo más opciones.

Summer, la gata de Victorya se pasea por mis pies enredado su esponjosa cola entre ellos. Hago una mueca subiéndolos al sofá; me gustan los animales, pero de lejitos. Algunos botan demasiado pelaje que puede estar lleno de cosas. La gata me observa por un momento antes de subirse sobre el sofá y hacerse bolita a tan solo medio metro de mí. Estoy a punto de gritarle a Victorya que venga a buscar a su mascota cuando recuerdo que estoy sola en el departamento, por lo que mis palabras quedan atoradas en mis cuerdas vocales.

Recuesto mi espalada contra los almohadones del mueble al tiempo que suelto un suspiro resignado. Observo a Summer entreabrir un ojo antes de ignorarme por completo y dormirse.

No es tan malo después de todo.

La alarma de mi teléfono me indica que son casi las nueve de la noche. Tengo que colocar una alarma cada hora del día que pase despierta así puedo manejar mejor mi tiempo.

Retiro mis lentes de lectura, los dejo con cuidado sobre la pequeña mesa de madera frente a mí al igual que mi laptop, agarro una taza de chocolate caliente humeante y me la llevo a los labios disfrutando del aroma antes de tomar un sorbo.

Hago una mueca al descubrir que me he equivocado; en vez de usar el chocolate normal use el dietético de Victorya sin azúcar.

Me gustan las cosas dulces y huir de las amargas.

Cinco minutos después salgo de la cocina, esta vez, con un buen chocolate del cual me dispongo a tomar otro pequeño trago cuando mi teléfono comienza a sonar.

Busco la ubicación del sonido y me detengo en seco cuando veo que Summer tiene mi teléfono atrapado entre sus patitas traseras y su cuerpo. Me acerco, halo el teléfono hasta sostenerlo en mi mano y me siento tentada a pasarle una toalla antibacterial, pero la acción queda en el olvido cuando veo el nombre del contacto.

Mi hermana de nueve años nunca me llama a esta hora. A menos que…

—Hola niña —la saludo con entusiasmo, pero aun con ese sentimiento de angustia tratando de detonar al ver que no responde de inmediato pregunto—. ¿Margot, estás bien?

—No… —susurra. La dulce voz de mi hermana se corta al pronunciar—. Mamá ha bebido otra vez, Richard y ella discutieron y… —No termina la frase porque suelta un sollozo.

Cierro los ojos conteniendo las ganas de soltar una maldición y que ella la escuche. Mi madre desde que se casó con ese tipejo que no sabe ni qué hacer con su vida ha colmado toda la tranquilidad que tanto esfuerzo nos había costado conseguir. Se casó con él dos años después de que ella y mi padre se separaran y desde entonces todo ha sido un calvario.

Richard es mayor que ella por casi ocho años, trabajaba como detective privado, pero dejó de hacerlo cuando el alcohol comenzó a consumir su vida y, por ende, la nuestra. Quisiera poder defender a mi mamá, pero no es fácil, porque ella está bajo sus garras y el encaprichamiento que tiene con él —porque no creo que lo ame—. No la deja ver más allá de esas botellas vacías, no deja ver que está rompiendo nuestra pequeña familia.

Esa es una de las razones porque las que quise venir a estudiar tan lejos; ahora me arrepiento, porque fui egoísta y dejé a mi hermana sola con esa locura de vida.

—¿Están ahí? —pregunto con un hilo de voz. Escucho a mi hermana sorberse la nariz antes de responder:

—No —hace una pausa—: Richard se fue hace al menos media hora y mamá comenzó a tirar todo en la cocina antes de irse también.

Esta vez, no puedo evitar soltar un insulto por lo bajo. Ella vuelve a sollozar.

—Margot no llores —suplico. Se me desgarra el corazón al escucharla de esta manera y quisiera tener alas para volar hasta ella—. ¿Sabes si la señora Gertrud está en su casa?

—No sé.

—Bien, voy a llamarla a ver si puede ir a acompañarte.

—Quisiera que estuvieras aquí.

—Lo sé —Asiento, aunque no pueda verme—. Lo sé —repito.

—Te llamo en un momento ¿Está bien?

Después de hablar con la señora Gertrud, la vecina de al lado, y avisarle a Margot que va a quedarse con ella durante un rato. Arrojo mi teléfono al sofá para luego sentarme y esconder la cara entre mis manos.




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