La teoría de 3+1

12. VICTORYA

10 de octubre

VICTORYA

 

—Voy a extrañarte, princesa —Mi padre sostiene mis manos entre las suyas mientras habla con ese tono de voz tan afectuoso y sereno que solo lo usa conmigo—: Tengo que hacer un viaje de negocios en dos días y no creo poder volver pronto —Formo un mohín.

—No te preocupes, iré en acción de gracias a Nueva York y quizás en tres semanas para el cumpleaños de mamá, aunque no sé qué tan atareada esté con la universidad —Ladeo un poco la cabeza.

—No puedo creer que mi pequeña niña ya esté en la universidad —comenta por lo bajo.

—Ya no soy una niña, papá —sonrió.

—Para mí siempre serás mi pequeña princesa —Deposita un paternal beso sobre el dorso de mis manos para luego, enfundarme en un abrazo.

—Cariño, el avión se va —indica mi madre apareciendo detrás de él. Acomoda los botones del abrigo negro que la cubre; a pesar de que aquí no hay tanto frío como en NY, Emilia Moon no puede perder el glamour en ninguna circunstancia.

—Espero que mantengas alejados a los buitres —Mi padre da un paso atrás haciendo que mi madre enganche su mano en su brazo.

—No tienes que preocuparte por eso —Dejo mis brazos uno sobre el otro detrás de mi espalda.

—Victorya ha tenido un par de encuentros con un chico ¿Se lo comentaste? —me pregunta a mí, pero no parece molesta; por el contrario, mi padre, me observa con el ceño fruncido.

—Victorya ¿Es eso cierto? Acabas de salir de una relación bastante molesta a mi parecer.

Suspiro.

—Es… —comienzo a decir, pero la voz de Emilia Moon me interrumpe.

—Cariño, se trata de Donnan Preston ¿Recuerdas? El hijo de Maurice y Alice —La mirada de mi papá viaja hasta ella, deteniéndose en su rostro por un momento antes de mirarme de regreso.

—Bueno, eso sí es bastante sorpresivo. Donnan ya debe ser todo un hombre, la última vez que lo vi, debía tener al menos doce años —La expresión de sorpresa no se va, pero parece relajarse un poco.

—Hemos intercambiado algunas conversaciones en los últimos días, es… interesante—admito. No sé si interesante sea la palabra adecuada para hablar sobre Donnan.

Porque parece un Dios del Olimpo, agrego para mí misma.

—Guapo y de buena familia —agrega mi madre. Mi padre sonríe de lado y siento como el calor sube por mis mejillas, pero me obligo a mantenerme serena. Soy Victorya Moon y como bien me enseñaron, no puedo sonrojarme por cualquier cosa, mucho menos por un chico que apenas conozco. Por Dios, parezco una adolescente en plena pubertad.

Sin embargo, es Donnan Preston del que hablamos.

El tema queda en el aire cuando un hombre de seguridad de mi padre le avisa que necesitan ir al aeropuerto o perderán el vuelo. Ambos se despiden de mí una vez más para luego entrar al auto. Yo me quedo de pie, en la entrada del edificio viendo como este se aleja mezclándose con la penumbra. Solo cuando desaparece de mi vista, subo los escalones que me separan de la puerta y entro al edificio.

 

 

No me doy cuenta de los sollozos hasta que no veo a Donna con la cabeza entre las manos. Su cuerpo se sacude y sus quejidos inundan todo el departamento. Sin pensarlo dos veces, me acerco a ella.

—¿Donna? —Doy un paso hasta sentarme a su lado. Presiono una de mis manos contra su hombro—: Bestie, cariño ¿Qué sucede? —pregunto con voz armoniosa, pero llena de preocupación.

Hace mucho tiempo que no la veía llorar de esta manera; con exactitud, desde que entramos a la preparatoria, el año que su madre se casó con el tipo ese.

A ella le toma un momento darse cuenta de que estoy a su lado, cuando lo hace, intenta calmar su respiración con mucha prisa y secar sus lágrimas con el dorso de la mano. Si hay alguna particularidad de Donna, es que no le gusta que la vean llorar, ni siquiera nosotras.

—Mi madre —dice con un hilo de voz ronco—: Volvió a beber, Richard y ella se han largado de la casa y han dejado a mi hermana de nueve años sola —Una pequeña lagrima se escapa de su ojo izquierdo—: Me llamó llorando, diciendo que ella hizo un desastre en la cocina y que luego se largó ¿Te das cuenta de lo que puede pasar si las autoridades se enteran? Mi madre no sabe el peligro que está corriendo, aunque ya tenga la nacionalidad, los emigrantes siempre están bajo un mayor escudriño —la angustia de su voz es desesperante.

—Lo sé, lo sé. Es un riesgo muy grande —La rodeo con un brazo—: Pero no es tu culpa Bestie, no puedes resolverle toda la vida a tu madre.

—Es cierto, pero debería estar con mi hermana —Hace una mueca con intensión de volver a sollozar.

—Donna, no está mal pensar en uno mismo. Eso no te hace una persona egoísta —digo con firmeza—: Tus padres son los que deberían resolver el asunto con tu hermana, no tú.

Suelta una risa sarcástica.

—Mi padre está muy entretenido con su nueva familia como para preocuparse por la antigüa —expresa de forma áspera.




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