La teoría de 3+1

14. DONNA

13 de octubre

DONNA

Juego con la chupeta de manzana dentro de mi boca en un gesto cargado de desasosiego; ni siquiera me gustan las manzanas verdes, pero es lo único que Avril encontró en el dispensador del consultorio que lograra controlar un poco mi ataque de nervios.

Los últimos días se han basado en seguir una rutina agotadora. Después de la crisis que me dio hace un par de días, apenas he logrado concentrarme en cualquier cosa. Victorya y Avril me ayudaron aquella noche, pero eso no significa que el tema se haya desvanecido de mi mente.  

Por eso Avril me ha acompañado a mi cita con el psicólogo y en cuanto he puesto un pie dentro de la sala de espera, me emocioné mucho por presentarle a Donnan, porque sé que él viene los mismos días que yo; no obstante, y por alguna extraña razón, los nervios me atacaron al pensar en el hecho de que volvería a verlo, aunque ya lo haya hecho en varias ocasiones, entonces, fingí necesitar algo dulce para disimular un poco.

Observo con intensidad en dirección a la puerta principal, esperando. Donnan suele llegar varios minutos después de mí.

No es como que le calcule el tiempo, por supuesto que no.

Bueno, quizás un poco.

Pero no porque quiera, sino porque mi cerebro decide hacer lo que quiere sin mirar las consecuencias.

—Donna, cálmate —Avril apoya la palma de su mano sobre mi brazo derecho—. Vas a estar bien.

Sacudo la cabeza, negando.

—No estoy así por… —Vuelvo a negar—: ¿Recuerdas del chico que les hablé el otro día?  

—¿El que casi te atropella?

—Ese mismo… resulta que en realidad lo conocí aquí hace como dos semanas —Hace exactamente diecinueve días—. Quería presentártelo, porque me… porque es agradable estar con él —admito.

Avril elevan ambas cejas.

—Con que nuestra tierna e inocente Donna le gusta alguien.

—Por favor —resoplo—: Claro que no.

—Donna, te conozco, sé cuando alguien te gusta. Vic y yo nos dimos cuenta desde que llegaste ese día al departamento de pasar todo el día en su casa.

—No pasé todo el día en su casa —defiendo—. Solo fueron como tres horas y luego me fui a clases.

—Como sea, estuviste con él durante mucho más tiempo que con cualquier otra persona que apenas conoces —Hace un gesto con una de sus cejas, en un movimiento cargado de picardía. Y yo quiero esconder la cabeza dentro de una roca.

—Tu que dices señorita ledoyunbesoacualquierpersonaquesemecruceenelcamino —digo, recordando cuando nos contó sobre el apasionado beso que se dio con el chico que conoció en la biblioteca—. Que, por cierto, no nos dijiste el nombre —Intento cambiar de tema porque hablar de Donnan me hace sentirme aún más nerviosa.

Pero ¿Qué está pasando conmigo?

Avril se gira un poco y me apunta con el dedo.

—No me cambies el tema, Donna —expresa como una madre regañando a su hija—. Ya dime ¿Cómo es? ¿Cómo se llama? ¿Es guapo? Donna Magdalena, por el amor a las cotufas ¡Cuéntame! —exclama, emocionada.

Yo niego. No quiero contarle aquí, alguien podría escucharnos y él podría entrar en cualquier momento.

—A ver… —Miro al techo—: Es alto, largas pestañas y su nombre es Donnan —volteo a verla.

Su expresión de confusión me desconcierta.

—¿Qué? —pregunto.

De pronto, estalla en risas.

—¿Te das cuenta de que hasta sus nombres van en conjunto? Donna, es el destino.

No puedo evitar reír.

—Eres imposible Avril.

Una enfermera aparece por el pasillo anunciando que es mi turno. Avril sostiene mi mano por un segundo antes de levantarme. Le doy una última mirada a las puertas de cristal antes de dirigirme hacia el consultorio.

 

 

¿Por qué no puedo ser como las demás?

No es posible que pase al menos dos horas al día limpiando, cada día, a pesar no quiera hacerlo, debo hacerlo porque luego me sentiría mal.

No puedo ver ni siquiera una pequeña cosa desordenada, ni un pequeño papel tirado en el suelo porque me da una irritante comezón que empieza desde la punta de mis dedos y me recorre el cuerpo entero.

Sufrir de TOC, de ansiedad y depresión no es para nada fácil,

Quisiera poder cantar y bailar con Avril y Victorya en nuestras noches de Karaoke. Pero maldita sea ¡No puedo hacerlo!

Estuve tan cohibida sobre esa clase de cosas durante años, ya que mi cerebro solo pensaba en la cantidad de microorganismos que podría haber en el micrófono o en esa clase de lugares que, ahora que quiero hacerlo mi cuerpo se siente raro al tratar de hacer cualquier tipo de movimiento por el estilo sin que me dé un maldito ataque psicótico.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.