La teoría de 3+1

19. DONNA

17 de octubre

DONNA

La campanilla al ras de la puerta tintinea en cuanto pongo un pie dentro del mini supermercado. Agarro una cesta roja de la entrada antes de comenzar a deambular por los pasillos mientras voy lanzando cosas como: Dos frascos de gel antibacterial, una caja de barras de granola con mermelada de fresa que adoro, una caja de té verde —porque soy adicta al té—, un paquete de chispas de chocolate que Avril me encargó y luego, me dirijo a la sección de los congeladores por dos botes de helado sabor cereza.

Pago todo en efectivo. El chico de la caja me observa receloso cuando aplico más gel antibacterial en mis manos, a pesar de que lo hice hace rato. Sostengo la bolsa de papel marrón con un brazo y mi cuerpo, con mi mano libre abro la puerta, logrando que la campanilla vuelva a sonar.

El cortante frío del viento me golpea el cuerpo, me encojo sobre mi misma. Olvidé traer abrigo porque no pensé que la noche sería tan helada. Acomodo la bolsa usándola como escudo contra mi cuerpo y doy un rápido vistazo a la calle.

Y entonces… lo veo.  

Al principio, creo que se trata de un espejismo, de una mala jugada de mi cerebro hipnotizado por aquellos gestos indelebles que no he logrado sacarme de la cabeza en días. Por lo que, debo parpadear un par de veces hasta que la figura de Donnan Preston se vuelve completamente nítida.

Se encuentra del otro lado de la calle, recostado contra un auto, con los ojos cerrados y los brazos cruzados al nivel del pecho. Vacilo. Estoy a punto de darme la vuelta porque no quiero ser entrometida; no obstante, un impulso me empuja hacia adelante y al darme cuenta, estoy caminando en su dirección.

Me detengo a un metro de él, dudosa. Parece no querer ser molestado. Empujo la bolsa contra mi cuerpo y me balanceo de un pie al otro. Suspiro y hago ademan de darme la vuelta, pero entonces, abre los ojos de golpe posando su mirada en mí.

Sus parpados se entrecierran sin reconocerme. Solo en ese momento reparo en el corte de su labio inferior y el moretón que comienza a ser visible sobre su pómulo derecho; por inercia, doy un paso hacia él.

—¡Dios! Donnan ¿Qué te pasó? —pregunto con evidente preocupación que ni yo misma sabía que podía tener.

Donnan esboza una sonrisa de lado que luce decaída y pronuncia mi nombre en un susurro muy bajo.

—Donna… —Sus palabras rasposas me advierten que está ebrio.

Nada mejor que encontrarse a Donnan Preston ebrio un viernes por la noche.

Avanzo otro poco sin pensarlo.

—¿Donnan, estás bien?

—¿Cómo te parece que estoy? —Suelta una ligera risa sarcástica.

—Pues bastante ebrio de hecho —admito.

—Creo que sí… —arrastra las palabras ladeando la cabeza.

Resoplo, consternada. Lo observo por un momento; el cabello le cae con ligereza sobre la frente y una extraña comezón aparece en mis dedos haciéndome sentir tentada a apartárselo, pero me contengo. El enfoque de sus pupilas parece perdido y estoy casi segura de que si intenta moverse de ahí va a caerse.

Ver a un chico tan impresionante como Donnan en este estado, es bastante impactante.

Saca unas llaves de su bolsillo. De inmediato, comprendo lo que pretender hacer.

—Debo irme —intenta caminar, pero me interpongo en su paso.

—Ah no. No puedes conducir en ese estado —Sus ojos no parecen estar aquí ahora mismo, en el presente, sino vagando en algún tiempo invisible dentro de su cabeza. Reconozco a la perfección esa mirada perdida; la he visto cientos de veces en Richard y aunque me cueste admitirlo, otro par en mi madre—. ¿No tienes a alguien que venga por ti?

—No quiero llamar a nadie.

—Pues no puedo dejar que te vayas así —Cambio de mano el agarre de la bolsa y extiendo mi mano derecha hacia él—. Dame las llaves, yo te llevo.

Donnan no está en condiciones de protestar, así que, tal cual niño obediente deposita las manos sobre mi palma abierta. Espero a que se suba al auto y entonces, voy hacia el lado del piloto.

 

Si pensaba que el Donnan encantador y gentil seguía estando vigente ebrio, estaba muy equivocada. Porque en realidad, conviví al menos treinta minutos de trayecto con un niño chiquito incapaz de quedarse tranquilo. 

Comentó sobre una infinidad de cosas que no logré comprender, intentó abrir una ventana y la cerró a medio camino porque se dio cuenta de que afuera había frío. Encendió el reproductor de música, cambió la canción al menos una diez veces para terminar apagándolo sin escuchar nada y por sí parece poco, abrió uno de los paquetes de granola que había comprado porque dijo que tenía hambre.

Cuidar a Donnan Preston ebrio es como cuidar de un niño chiquito, travieso e imperativo.

Como podemos, subimos hasta su departamento que está bastante alejado de donde yo vivo como para tener que pedir un Uber en cuanto termine. Presiono el botón del elevador hacia el Penhouse. Donnan se recuesta contra una de las paredes de espejo y cierra los ojos.




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