La teoría de 3+1

29. AVRIL

21 de octubre

 

AVRIL

Donnan maneja con una sola mano mientras cambia la canción en el reproductor de su auto deportivo, una canción latina comienza a sonar, él retira la mano y tamborilea sus dedos sobre el volante al ritmo de la música. Mientras tanto yo no dejo de observar su perfil embelesada, como idiota enamorada.

Su marcado perfil queda ladeado hacia mi justo para mi deleite. Lleva puesto una camisa blanca remangada hasta los codos, una ligera cadena con un pequeño dije de un ave y un reloj que pinta ser de marca sobre la muñeca de la mano con la cual conduce.

Siento que me debilito cuando comienza a tararearla.

Tú me tienes como un loco enamorado, baby, la verdad es que tú me gustas demasiado….  —Mueve los dedos y la muñeca sobre el volante. Clavo un codo sobre el espacio entre nuestros asientos, descansando mi barbilla allí, sin disimular ni un poco que no puedo dejar de mirarlo.

Pareces una acosadora, Avril.

Lo siento, es el efecto que Donnan Preston hace sobre mí.

O bueno, sobre todas las chicas.

Deberían inventar una medicina para curar el efecto Donnan Preston, aunque la verdad dudo mucho que exista, porque para mí parece una enfermedad incurable.

Donnan voltea la cabeza cuando se percata de mi acción echándose a reír al instante.

—Si quieres te regalo una foto —comenta, alternando la mirada entre la carretera y mi rostro.

—No sería mala idea, pero me gusta más ver las cosas en vivo y en directo —Alzo una ceja.

—Entonces creo que congeniamos bien, porque a mí también me gustan las cosas en vivo y… —Su mirada recorre el dobladillo de mi vestido azul, alzándola hacia mí un segundo después—: Directo —finaliza con picardía.

—¿Ah sí? ¿Me pregunto si pensarás lo mismo después de que conozca a tu familia y vean el desastre soy? ¿Sabes? Creo que tendría que cambiarme el nombre y emigrar como las aves al otro lado del país.

—¿Por qué?

Suspiro.

¿En serio, Donnan? ¿No te das cuenta del efecto que tienes sobre la gente?

Presiono mis labios entre sí, dirigiendo mi vista hacia el frente.

Sin decir más nada, toma la mano en la que estoy apoyada, llevándosela hasta sus tibios labios; besa mis nudillos y aun con sus labios pegados a mi piel pronuncia:

—Tienes las manos frías ¿Estás nerviosa? —Sus ojos se posan en los míos.  Asiento; hasta entonces no había notado cual nerviosa estaba, porque si bien, nosotros no tenemos nada formal, toda su familia va a estar ahí.

Toda. Su. Familia.

Ir a una reunión familiar para una cita no muchas veces termina bien. Dice una Avril cuyo don de predecir las cosas ha regresado a la luz.

—Relájate, espanta pájaros, no es una familia de alienígenas —Hace una pausa regresando la vista al camino—. O al menos no lo parece en público —agrega a manera de broma haciéndome soltar una risa por lo bajo, relajándome un poco.

—Sabes que un día fui al dentista, tenía como ocho años algo así —Comienzo a contar la anécdota—. Normalmente los dentistas tienen un acuario con peces de muchos colores para entretener a los niños, pero este no tenía un acuario, tenía muchos patitos bebes con los que podías jugar y alimentar. El caso es que me acerque a uno y le di de comer solo para que pasara el resto del rato siguiéndome a todos lados —Donnan escucha con atención mi relato—: Se llamaba Alien porque parecía querer salir corriendo de ese espacio, de su «planeta» todo el tiempo —Hago el gesto de comillas con mis manos—: Sé que no tiene nada que ver, pero la historia solo…  apareció —Me encojo de hombros.

Me quiero reír por no poder mantener la boca cerrada y burlarme de mi misma.

—No es… interesante, me gusta escucharte hablar. Ahora no puedo dejar de imaginarme a un pequeño pato amarillo corriendo detrás de una mini tú.

—Mi mamá tiene una fotografía es… bastante cómica —Me rio—. Lo peor fue cuando tuve que irme, no quería despegarse de la puerta.

—Por suerte no voy a tener que competir contra un pato por tu atención —comenta dedicándome una mirada parecida a la anterior, que me hace sonreír de lado.

—Oh ¿Crees que ya tienes mi atención? —pregunto, fingiendo indignación.

—No lo creo espanta pájaros —Detiene el auto frente a una señal de Alto, y se inclina hacia mí—. Estoy seguro —susurra muy cerca de mi rostro.

Mis ojos viajan hasta sus labios y por inercia, los míos se separan un poco al tiempo que un cosquilleo me recorre el cuerpo. Donnan vuelve a reír, regresando su posición anterior llevándose mi poca dignidad consigo.

No suelta mi mano por el resto del camino, el cual pasamos entonando las canciones que aparecen de forma aleatoria en el reproductor.

Al cabo de un buen rato, el agobio comienza a asentarse en mis entrañas, se incrementa justo cuando cruzamos la entrada hacia una de las urbanizaciones más lujosas de Los Ángeles y el nudo de mi estómago regresa justo cuando Donnan aparca en la entrada de una mansión sobre una colina.




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