La teoría de 3+1

34. VICTORYA

21 de octubre

VICTORYA

«Eres increíble mi niña, estamos tan felices de tener a una hija tan perfecta como tú.»

«¿Sabes lo que provocas en los hombres, Victorya?»

«Cualquiera mataría por estar con alguien como tú.»

«Victorya Moon, aspirante a supermodelo y excelente bailarina ¿Qué más puedes decirme sobre ti?»

Parpadeo, atrayendo a mi mente de regreso al momento presente. Cuadro los hombros, enderezo mi espalda y despego mis manos de la encimera de mármol del lavamanos. Mis ojos adornados con espesas pestañas y delineador recorren cada pequeño detalle del reflejo de mi rostro, no hay nada fuera de lugar: el maquillaje está perfectamente aplicado, mi cabello luce bien y mi vestido se encuentra libre de arrugas. Enfoco el borde de mis iris verdes y parece que me relajo un poco.

Pero no lo suficiente.

Yo, Victorya Moon, quien nunca se ha dejado intimidar por nadie ni por nada, se siente cohibida.

Me siento cohibida.

Mi plan era hacer que Donnan y yo avanzáramos un paso esta noche, pero verla con ella, me hirió más de lo que consigo comprender. No quería admitirlo, hace diez minutos negaba que esto me estuviera pasando a mí. Tampoco sabía a qué grado de magnitud me gustaba Donnan, y esta noche me he dado cuenta de que sobrepasa mis expectativas.

Continúo en la casa de la familia Preston, a pesar de que Donnan ya se ha marchado, con Avril, cabe destacar. Sigo aquí solo porque Alice solicitó hablar conmigo un momento. Antes de eso, necesitaba ordenar mis pensamientos para no caer en ese círculo vicioso de autoestima baja que amenazaba con llegar a mí.

Inhalo una profunda bocanada de aire, luego exhalo, con lentitud, dándole tiempo a mis pulmones de expulsar las toxinas y aumentar la confianza.

—Tú puedes hacer todo, Victorya. Eres grandiosa, inteligente y hermosa, una mujer que puede con todo —Presiono mis labios entre sí—: Incluso con el hecho de que tú mejor amiga esté saliendo con el chico que te tiene encantada.

Eres Victorya Moon, siempre obtienes lo que quieres. No lo olvides.

Una ligera sonrisa, lejana a ser falsa, se desprende de mis labios, al tiempo que abro la puerta del tocador. Atravieso el pasillo tenue con mis zapatos de plataforma traqueteando al compás del eco. En el salón principal, la mayoría de los invitados han abandonado el lugar, a excepción de uno que otro. El personal de servicio danza de un lado a otro con la orden de dejar la estancia impecable igual que en un principio.

Un toque sobre mi hombro me sobresalta. Sin moverme del sitio en el que estoy parada, centro la vista en Alice Preston, quien lleva una copa en la mano.

—Cariño, el chofer ya está listo —Alza la mano ocupada hacia la puerta—. Quería ofrecerte mis disculpas de nuevo. Sé que sientes algo por mi hijo y fue muy desconsiderado de su parta traer a alguien más.

—Alice, está bien de verdad, no fue culpa de nadie —Sonrió de lado.

—Donnan a veces hace las cosas sin pensar en cómo afectarán a los demás —Mueve los labios haciendo un gesto de disgusto, su labial magenta continúa impecable—. No sé cómo se atrevió a traer a esa chiquilla sin modales aquí, pero te aseguro que hablaré con él, para que recapacite.

—No es necesario… —No me permite terminar la oración.

—Sí que lo es, Victorya, conozco a mi hijo y sé que a él le gustas tú. Pude verlo desde el primer día así que no te preocupes por eso.

Yo también lo pensé; la conexión entre nosotros fue inmediata. No hacía falta ser muy observador para notar la sutil energía que generaba nuestros cuerpos juntos mientras conversábamos y bailábamos como si no existiera nadie alrededor.

No, no lo imaginé. Nuestros padres lo notaron, la gente que nos rodeaba lo notó, yo lo noté. El único que no parece haberse dado cuenta fue el propio Donnan.

Un vínculo como ese no se puede fingir, incluso las mejore parejas cinematográficas tienen química, aunque no estén juntos en realidad. Ese vínculo fue real y haré todo lo que esté en mis manos para hacerlo ver como una gigante roja para todos. En especial, para él.

Sonrió.

—Debería irme —Inclino medio cuerpo hacia ella para despedirme con un beso de mariposa. Alice apoya su mano libre sobre mi antebrazo, susurrando:

—No puedo esperar para tenerte como yerna.

—Ni yo a ti para tenerte como suegra —pronuncio, con la malicia despertándose en mi sistema.

Debiste haberme prestado más atención, Donnan. En los cuentos de hadas hasta la princesa puede convertirse en la hechicera si el carruaje nunca llega.




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