La teoría de 3+1

37. DONNA

22 de octubre

 

DONNA

Medio paquete de toallitas desinfectantes y medio frasco de gel antibacterial después, mi vuelo aterriza en el aeropuerto internacional de Nueva York luego de cinco horas con cincuenta y ocho minutos. Dos en las que pasé repitiendo en mi mente cuando odio los vuelos, ya sean cortos o largos. Lo detesto por muchas razones, una de ellas va dirigida hacia esa gente molesta que se empeña en dormir casi encima de ti en los asientos. Un señor gordo con aire de friki, estuvo babeando casi sobre mi hombro, intenté acomodarme de mil maneras, pero nada dio resultado.

Las otras tres horas, mi mente estuvo leyendo parte de las conversaciones con Donnan que no he borrado de mi teléfono y pensando en lo mucho que me gusta. También, no logré quitarme de la cabeza la imagen de nosotros dos paseando por Central Park o simplemente, la idea nosotros dos juntos en Nueva York.

No lo sé, pero me enamoré del sueño que se formó en mi mente.

Me envió algunos mensajes esta misma mañana mientras esperaba para abordar; vio mi llamada, por lo que quise explicarle un poco de lo que había sucedido y la razón por la que había venido de improvisto a Nueva York. Me hizo prometerle que le avisaría en cuanto llegara y es lo que estoy haciendo ahora mismo.

Bloqueo de nuevo la pantalla y alzo la mirada.

Nueva York, Nueva York ¿Dónde te has estuviste todo este tiempo?

Extraño este lugar; el bullicio de la gente, los rascacielos que te hacen sentir diminuta e incluso el molesto ruido de las bocinas de los coches a media noche; sin embargo, mi relación con Nueva York se transformó en un vaivén al casarse mi mamá con ese tipo. Porque juro por Dios que no lo soporto.

Lo que me recuerda, que ella ni siquiera sabe que estoy aquí, y prefiero que eso se mantenga así hasta que esté ante las puertas de mi antigüa casa.

Nueva York, Nueva York ¿Dónde te has estuviste todo este tiempo?

 Me lleva alrededor de cuarenta minutos llegar hasta la calle en la que solía vivir. Le entrego el dinero al chofer y bajo del auto sosteniendo la puerta amarilla con una mano y un solo bolso de mano porque, al fin y al cabo, solo estaré aquí por dos días.

No sé si sean suficientes para hacer que mi mamá me escuche. No pueden seguir viviendo de esta forma, ese tipo estuvo a punto de pegarle a mi hermana la otra noche y no pienso permitir que algo como eso vuelva a ocurrir.

Aunque me muera de miedo.

Aplico un poco más de gel sobre mis palmas, antes de comenzar a subir las escaleras. Elevo mi mano para tocar el timbre con mi dedo vacilando por un momento, pero el chasquido de la cerradura me sobresalta antes de que siquiera lo alcance. Margot aparece, con gesto iluminado.  

—¡Donna! —exclama. Un segundo después, se abalanza sobre mí. Rodeo con mis brazos su delgado cuerpo, apretándolo contra el mío. La extrañé muchísimo.

—Hola pequeña hada —El apodo que usaba con ella cuando era mucho más pequeña, se escucha suave sobre el borde de mis labios. Me inclino hacia atrás, observándola a detalle; está más alta, tiene las facciones del rostro más finas y su largo cabello cae sobre sus hombros en dos trenzas, una a cada lado de su cabeza.

—Estás bellísima —le digo, sonriente. Ella libera una pequeña risita y vuelve a envolver sus brazos alrededor de mi cintura, al paso que va, va a ser mucho más alta que yo.

—¿Y mamá? —pregunto una vez que nos separamos.

—Está adentro —Apunta con su pulgar derecho por encima del hombro—. Ella… Bueno… Ven a verlo por ti misma —musita en voz baja, provocando que un nudo se cree en mi estómago y suba hasta mi garganta.

Avanzo detrás de ella mordiendo el interior de mi mejilla.

Aquí vamos…

El sonido del televisor encendido es lo primero que atrae mi atención; en un programa de farándula discuten sobre el rompimiento de una pareja de actores famosos, la voz de la periodista es tan chillona, que da jaqueca. Pero lo que en realidad me descontrola, es el extraordinario desorden que hay esparcido por toda la estancia. Hay cajas y envoltorios de comida, vasos plásticos, cotillas de cigarros sobre la alfombra y manchas de líquidos sobre el suelo.  

¿Qué demonios pasó aquí?

Si no es porque necesito hablar con mi madre, habría salido corriendo. Camino con el estómago revuelvo, y la mente martillando, tratando de no pisar nada pegajoso. Mala elección al haberme puesto zapatos abiertos. Creo que, después de todo, California si se ha incrustado en mí.

—Mamá… —la llamo en cuanto llego a la cocina. Ella alza la mirada de su computadora portátil y esboza una sonrisa que la hace lucir mucho más joven.

—Cariño —Se levanta para darme un abrazo—: ¿Qué haces aquí?

Mi vista se clava en los platos acumulados en el lavavajillas, y en los alrededores de la cocina. Una hornilla prendida quema los barrotes de metal volviéndolos blancos, el trapo de cocina chorrea agua y algunas puertas y cajones están medio abiertos.

—¿Qué pasó aquí? —no consigo evitar preguntar. Paso saliva y de pronto siento nauseas.




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