La teoría de 3+1

39. DONNA

23 de octubre

 

DONNA

—Te llevo —Mi mamá se pone de pie con evidente intención de ir por las llaves de su auto.

—No te preocupes —Le aprieto las mejillas regordetas a Margot y deposito un tierno beso sobre su cabeza—: Ya pedí un taxi.

Escucho un suspiro por parte de mi mamá que me hace sentirme un poco mal. Margot sonríe hacia mí y yo le devuelvo el gesto, aunque sea melancólico.

—Pórtate bien —susurro.

Levanta su dedo índice derecho por encima de su cabeza y dibuja un círculo invisible que simula una aureola. Rio un poco.

—Llámame por cualquier cosa, a la hora que sea.

—Lo haré —dice muy bajito, para que solo yo la escuche.

Puedo ver en sus ojos como esta situación le está afectado, el brillo que solía llevar ha sido reemplazad por una expresión decaída que me rompe el corazón. Giro un poco y doy tres pasos hasta acercarme a mi mamá para darle un abrazo de despedida.

No olvides lo que hablamos —Me separo antes de que pueda decirme algo y bajo las escaleras de la entrada justo cuando el auto amarillo que me llevará a mi destino gris aparece.

 

El bar de mala muerte en el que Richard suele ahogar sus penas es asqueroso.

A-s-q-u-e-r-o-s-o.

Con todo el significado de la palabra.

El piso de cerámica nunca está bien limpio, las mesas y taburetes de madera se encuentran tan desgastados que bien servirían para una fogata y el olor, el bendito olor a cigarros y a bebida alcohólica nauseabunda que tanto detesto, es desquiciante.

Tendré que ir por otro bote de gel antes de ir al aeropuerto.

Camino un paso, luego otro, y otro más antes de detenerme para repasar con la mirada todo el lugar repleto de gente.

De solo verlo, me provoca escalofríos. Consecuencias de la pandemia de Covid-19 hace dos años.

Uno de los camareros choca contra mi hombro, derramando una bebida encima de mi blusa. Bajo la vista a la mancha húmeda con el estómago ya revuelto. El chico pide disculpas y me tiende una servilleta que acepto agradecida sin poder hablar.

Después de fregar durante un momento, reparo en que es inútil y resoplo.

Vaya nochecita.

Limpio mis brazos y manos con una toallita desinfectante para posteriormente, disponerme a buscar a Richard de una buena vez por todas. Lo que no se me hace difícil luego de avanzar un par de pasos. Lo encuentro sentado al fondo de la barra, me acerco a él y me sitúo a su lado.

Grita algo hacia el barman para luego darle un largo trago a su cerveza. Sus ojos bailan de un lado a otro, hasta que los enfoca en mí y se echa a reír.

—Pero mira nada más a quien tenemos aquí —Golpea con sus nudillos la barra—: ¡La frágil Donna!

Quisiera estrellarle la botella en la cara.

—Tenemos que hablar.

—¿De? —pregunta, sarcástico.

—De mi madre y tu trato con ella.

—Eso a ti no te incumbe.

—Pues sí, lo hace. Estás arruinando su vida y la de mi hermana.

Vuelve a reírse.

—Mira niña, no te metas donde no te llaman. Ese es un asunto entre tu madre y yo.

—Somos sus hijas, y si algo nos afecta de por medio, es nuestro asunto.

—Sí, lo que digas ¿Sabes qué? ¿Por qué no te vas por ahí a limpiar algo o te quedas parada en las esquinas a ver si alguien se apiada de ti y te da trabajo?

Me trago mi respuesta a su insulto. Los orificios de mi nariz se inflan de coraje.

—Te advierto que le diré a mi padre y va a ser tu culpa que mi hermana no esté con ella.

—Pss, mejor para mí.

—¡Jodete! Espero que tengas una miserable vida —pronuncio con toda la intención de marcharme; sin embargo, él se voltea y me agarra por el brazo con fuerza.

—¿No te bastó con lo que te pasó cuando eras niña? ¿Quieres que algo como eso se repita?

Me zafo de su agarre de un solo movimiento. Aprieto los labios cuando siento la picazón en mis ojos. Hay heridas que por más que las sutures, nunca cerrarán por completo, ésta, no es la excepción.

Maldito sea el día en el que mi mamá le contó la principal razón por la que nos mudamos. Joder, sigue doliendo como un clavo al corazón.

El remolino de sentimientos que tengo ahora mismo ni siquiera me deja respirar con normalidad. Paso saliva en un intento desesperado por desvanecer el nudo en mi garganta.

—Dime ¿Te gustaría que te pasara otra vez? —el tono socarrón que utiliza me produce nauseas. La ira de tantos años acumulada comienza a palpitar dentro de mi piel.

El golpe sale, sordo, con la suficiente potencia como para hacerlo trastabillar. Richard observa atónito la sangre en su mano proveniente de su nariz. Gracias a Victorya y a sus clases de defensa personal que tomamos hace algún tiempo. La ansiedad en mi pecho escuece el interior de mis ojos que luchan por no derramar lágrimas.




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