La teoría de 3+1

42. VICTORYA: PARTE II

27 de octubre

 

VICTORYA: PARTE II

Conduzco a una velocidad moderada, apago el reproductor de música después de un rato y me dispongo a aparcar frente a una tienda de bisutería. Observo a través del retrovisor como la camioneta blanca doble cabina se estaciona a un par de metros de mí.

Tal parece que mi sexto sentido no se equivocó.

El tono de llamada del móvil me hace bajar la mirada hasta el asiento de copiloto. Respondo al segundo.

—Victorya… —el tono que Donnan utiliza me hace soltar el aire.

—Ya lo vi —respondo, enfocando la mirada de nuevo en el vehículo blanco. Donnan aparca justo a mi lado.

—Tenías razón, está siguiéndote.

—Probablemente sea uno de esos psicópatas que se obsesionan con las chicas de las redes. ¡Por Dios! ¡Como los odio!

—Hay muchas posibilidades, pero no quiero que regreses sola a casa.

—¿Llamo a la policía? —pregunto, sin saber muy bien cómo proceder. No quiero adelantarme a los hechos y que luego se arme un escándalo que termine involucrando a mis padres.

—Podría ser que solo esté detrás de ti.

Resoplo.

—Entonces… ¿Qué hacemos?

—Entra a la tienda, yo iré detrás de ti y luego intercambiaremos autos.

Asiento, aunque no pueda verme.

—De acuerdo.

Apago el motor y retiro las llaves. Agarro el móvil y abro la puerta como si nada ocurriera y realmente estuviera muy interesada en visitar este lugar. La campanilla suena cuando entro en el local y, de inmediato, un aroma a incienso llega hasta mí. Camino un par de pasos, mientras mi vista viaja con rapidez por el lugar. Un momento después, Donnan entra a la tienda de bisutería antigua.

—Parece que tienes un acosador —Enarca una ceja.

Suspiro.

—No es la primera vez que sucede.

—¿No? —pregunta, incrédulo.

—No —afirmo—. En Nueva York tuve que cambiar varias veces mi número de teléfono por lo mismo, ni siquiera tengo idea de cómo lo obtenían, pero molestaban mucho.

Avanzamos por el pasillo, fingiendo ver las cosas para no parecer extraños con el señor del mostrador, quien nos observa con cautela.

—Pues, eres Victorya Moon ¿Qué puedes esperar? Apuesto que tienes muchos pretendientes.

Volteo a ver su perfil.

—Pero solo me interesa uno.

Donnan gira la cabeza de golpe hacia mí y yo tomo un plato de cerámica que contiene tres anillos, cada uno con una gema. Sería perfecto para las chicas. Aunque un ligero caos se desata en mí, termino llevándolo hacia la caja para comprarlo. Evado la mirada de Donnan luego de mi comentario, porque por un solo segundo, al ver el conjunto de bisutería me siento un poco mal.

Avril es mi amiga, no quiero lastimarla.

Pero tampoco quiero alejarme de Donnan.

Pago con tarjeta los anillos y la estructura de cerámica. Al darme media vuelta, encuentro a Donnan parado frente a mí; agita las llaves de su auto ante mis ojos, por lo que, las tomo en seguida y le tiendo las mías.

—¿Qué se supone que vamos a hacer?

—Ve a mi departamento ¿Recuerdas dónde es?

Asiento.

Claro que lo hago.

—Ten las llaves, espérame ahí. Intentaré perderle el rastro.

—¿Ahora eres Superman? —pregunto con burla.

—No, solo alguien que se preocupa por las personas importantes para él —Se encoje de hombros.

Eso me hace sonreír y recuperar mi postura.

—Muy bien, te espero allá.

 

El departamento de Donnan está vacío cuando llego. Recorro cada centímetro de la sala y cocina, al tiempo que paso mis dedos sobre la superficie. No consigo evitar que mi mente comience a imaginar la cantidad de cosas que podríamos hacer aquí y una sonrisa se pinta en mi rostro.

¿Por qué eres tan adictivo, Donnan Preston?

Después de un rato, termino por subir las escaleras para ir a la segunda planta. Ojeo las habitaciones por encima hasta que llego a la suya y sin pensarlo, me adentro en esta.

Los tonos fríos predominan en el lugar. Me impresiona ver la enorme cantidad de libros que tiene, los cuales abarcan toda una pared. Camino hacia la puerta del que supongo, es su armario. El aroma a detergente y perfumes caros es tan embriagador como el simple hecho de estar aquí; paso mis dedos entre las telas de las prendas y tomo una camisa blanca. La llevo hasta mi nariz para disfrutar del perfume que desprende, pero la dejo en su lugar al poco tiempo, justo cuando escucho la puerta principal abrirse.

Bajo con rapidez hacia la primera planta y lo encuentro sentándose sobre el sofá de forma relajada.




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