La teoría de 3+1

44. AVRIL

1 de noviembre

AVRIL

¿Alguna vez experimentaste esa sensación de vacío en el pecho? Se siente como un desasosiego que marea tu cabeza, como cuando estás ocupada en algo y luego recuerdas la razón por la que estás así.

Vic ni siquiera me da una mirada de reojo cuando entra en la cocina. Observo por encima de mi taza con café como se acerca hasta la alacena y comienza a buscar esas galletas de manzana que suele comer para la merienda. Gracias mi distracción, el calor del líquido me queda la punta de la lengua, por lo que jadeo y dejo la taza de golpe sobre la isla. Victorya centra su vista en mí por un segundo antes de caminar hacia el refrigerador.

—¿Quieren salir a comer más tarde? Hay un nuevo local de Sushi a un par de calles de aquí y… ¿Por qué estás limpiando tu lengua con eso? —Donna recuesta el hombro izquierdo contra la pared desde donde inicia la cocina.

Hago una bola con la servilleta de papel húmeda y la tiro al cesto de basura.

—Me quemé —murmuro.

Donna suspira.

—Entonces, ¿Vamos?

Por inercia, mis ojos viajan hacia Victorya. Ahora está tomando una fotografía de su preparación rápida; en cuanto termina, alza la mirada a Donna, como si yo no estuviera aquí.

—Por supuesto —sonríe con malicia—:  Adoro el Sushi.

En mi mente, me preparo para la locura que se nos vienen encima.

 

Donna y Vic eligen su platillo de forma fácil, por lo otro lado, yo me demoro un poco más de lo usual revisando el menú para evitar el contacto visual con ellas, con ambas. Al tiempo que, me muerdo la lengua para evitar soltarles todo en medio del local.

Al final, termino pidiendo lo primero en la lista.

—Unos Temaki, por favor —Le entrego el menú a la chica que nos atiende y me dispongo a beber un poco del vaso con macha que nos ha traído.

—¿Qué harán en acción de gracias? —pregunta Donna.

Victorya ojea la pantalla de su móvil.

—Iré a Nueva York con la familia Preston —responde sin levantar la mirada—: ¿Tú vas a ir? —le pregunta a Donna.

—Sí, claro. De hecho, iré con un chico.

—¿El que te gusta?

—Sí.

Me atraganto con la bebida. Deposito el vaso de golpe en la mesa y tomo el que contiene agua.

—¿Estás bien? —Donna presiona una mano en mi hombro.

Asiento, sin poder hablar.

¿Qué demonios pasó aquí?

El recuerdo de la incómoda cena aparece frente a mis ojos; la familia de Donnan invitó a Victorya ¿Cómo es que Donna va a ir con Donnan? ¿Por qué? ¿Él la invitó? El agobio de la confusión me hace intercalar la mirada entre ambas; ninguna de las dos tiene idea de que están hablando del mismo chico.

Lo peor del caso, es que me lastima saber la intensidad de la relación entre ellas y él.

¿Por qué Donnan no me ha dicho nada de esto? ¿Qué las conoce?

No soy una persona celosa, en definitiva, no soy de esas chicas desconfiadas o maniáticas que ni siquiera le permiten a su pareja tener amistades femeninas, pero, estamos hablando del hecho de que Donnan y mis dos mejores amigas se conocen tanto como para viajar juntos a otro estado.

Por Dios, tengo que decirles antes de ese viaje. Debemos intentar arreglar esto antes de que pase a mayor.

O peor, antes de que alguna salga lastimada, aunque a estas alturas es casi imposible de evitar.  

Estoy dispuesta a decírselos ahora mismo, así que, cuando nos traen la comida me enderezo sobre mi asiento con toda la intención de desatornillar las paredes del triángulo amoroso mutante que se ha formado aquí.

Entonces… entonces lo veo.

Entra al local con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta gris y una gorra negra con el símbolo de una marca deportiva. Camina de forma descuidada hacia una de las mesas del otro lado de la barra de cocina abierta en forma de rectángulo, Seth y Ángel lo acompañan, junto con la que supongo es su novia y dos chicos más. 

Si antes no sabía cómo proceder, ahora quiero que la tierra me trague.

—Avril, te has puesto pálida —comenta Donna. Clavo la mirada en ella, y luego en Vic, quien me observa expectante.

Ninguna de las dos puede verlo desde su posición y me veo a mi misma agradeciendo por ello.

—Yo… —Trago con fuerza—: Ya regreso.

Me pongo de pie sin esperar sus respuestas y me escabullo hacia la parte trasera de la estancia que, para mi suerte, está de este lado de la barra. Una chica me observa de manera extraña cuando apoyo mis manos sobre uno de los lavamanos y me susurro a mí misma:

—Eres una cobarde, Avril Caroline.

Observo a través del espejo su mirada juzgadora, pero no le doy importancia, no me interesa que crea que estoy loca, porque la verdad, estoy a borde del colapso. Metería la cabeza bajo el chorro de agua, pero arruinaría mi mascara de pestañas. Y no quiero parecer un mapache con Donnan aquí.




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